Las trampas del ego

En el camino de la búsqueda interior las trampas son numerosas. Se debe a que la conciencia está tan acostumbrada a funcionar a partir de los antiguos esquemas que tiende a utilizar los viejos mecanismos aún en medio de la búsqueda más sincera. Cuando se adopta un método cualquiera para el desarrollo interior, el ego puede arrogarse fácilmente el papel de director de operaciones y poner en marcha sus mecanismos habituales. Recordemos que el ego es muy hábil y, a pesar de una correcta intención consciente, puede apropiarse de todo para sacar partido, incluso de las más bellas disciplinas espirituales. No olvidemos que los mecanismos inconscientes son muy fuertes; por eso, para evitar las trampas, el conocimiento de sí mismo es de gran ayuda.

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Es muy fácil reforzar la falsa identidad del yo dándole una importancia indebida a la búsqueda interior. Habla uno de su búsqueda, de sus visiones, de sus necesidades, de sus realizaciones espirituales, de sus guías, de sus vidas pasadas, de su historia, de sus sufrimientos, de sus memorias, etc., para intentar construirse una aparente identidad como otros lo hacen a través de sus conquistas amorosas, de su posición social o mediante la adquisición de bienes materiales…

Practicar con la esperanza de obtener un resultado (el despertar, la iluminación, la gran liberación o lo que sea) no hace sino alimentar un mecanismo del ego que anhela que ocurra algo diferente a lo ordinario, pues nos hace vivir en el futuro. La verdadera práctica consiste en estar en el momento presente se haga lo que se haga, y eso requiere un verdadero desapego de los mecanismos del ego, hechos de promesas y expectativas… Actuar con la vista puesta en el resultado es estar en el futuro: el momento presente se ha desvanecido. En esas condiciones, el Maestro se retira y la práctica resulta estéril.

La idea de esfuerzo es a menudo mal comprendida. No es forzando las cosas para alcanzar un objetivo, por bueno y generoso que sea, como se avanza hacia una mayor conciencia; pero tampoco se consigue hundiéndose perezosamente en los mecanismos del ego y negándose a hacer cualquier esfuerzo. El ego intenta conseguir lo que le gusta en función de sus opiniones y deseos, lo que implica automáticamente una resistencia a lo que es. Ése es un estado de resistencia que bloquea la venida del alma. Es cierto que en el camino del alma se encuentra también la noción de esfuerzo, pero en un sentido diferente, en el de vigilancia, atención, mirada nueva, presencia consciente, intención clara, visión focalizada en el presente, dominio sereno (no represivo) de los deseos y de agitación mental, etc., lo cual exige una cierta tensión, desde luego, pero es como la del arquero que tensa el arco para lanzar la flecha. Una tensión serena y flexible que más bien es un silencio consciente, con equilibrio, gran paz y absoluto desapego del falso yo…

Al ego le encanta ilusionarse con filosofías complejas, porque así permanece en lo vago e impreciso y satisface la máquina intelectual; y con prácticas sofisticadas que, en definitiva, no dan resultados integrables en lo cotidiano. El ego también busca el método milagro, la técnica especial que le aportará la liberación, porque sabe (aunque no lo reconoce, desde luego) que no encontrará nada en absoluto, pero así “guarda las apariencias”. Buscamos algo distinto, original, algo genial (que satisfaga el orgullo del ego) para salir del atolladero humano. Pero no existe ningún camino más original que otro. Todo ha sido ya dicho en las grandes enseñanzas que ha recibido la humanidad. Se puede alcanzar una comprensión más “original”, sí, pero eso debe hacerse con sencillez, con renunciación a la luz del Corazón. Cuando se vive en el espacio del Corazón, hay poco alimento para un intelecto hiperactivo. El camino del alma es un camino de transparencia, de sencillez límpida, de luz pura. El ego lo complica todo para embrollar las pistas. El corazón simplifica e ilumina.

Annie Marquier: El Maestro del Corazón, cap. 16