Leyes de la Mente

Hemos dicho que sin proyección no puede haber ira, pero también es verdad que sin extensión no puede haber amor. Todo ello refleja una ley fundamental de la mente y, por consiguiente,una ley que siempre está en vigor. Es la ley mediante la cual creas y mediante la cual fuiste creado. Es la ley que unifica al Reino y lo conserva en la Mente de Dios. El ego, sin embargo, percibe dicha ley como un medio para deshacerse de algo que no desea. Para el Espíritu Santo, es la ley fundamental del compartir, mediante la cual das lo que consideras valioso a fin de conservarlo en tu mente. Para el Espíritu Santo, es la ley de la extensión. Para el ego, la de la privación. Produce, por lo tanto, abundancia o esca­sez, dependiendo de cómo eliges aplicarla. La manera en que eliges aplicarla depende de ti, pero no depende de ti decidir si vas a utilizar la ley o no. Toda mente tiene que proyectar o extender porque así es como vive, y toda mente es vida.

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El uso que el ego hace de la proyección tiene que entenderse plenamente antes de que la inevitable asociación entre proyección e ira pueda por fin erradicarse. El ego siempre intenta perpetuar el conflicto. Es sumamente ingenioso en encontrar soluciones que parecen mitigar el conflicto, ya que no quiere que el conflicto te resulte tan intolerable que decidas renunciar a él. Por lo tanto, trata a toda costa de persuadirte de que él puede librarte del con­flicto, nosea que lo abandones y te liberes a ti mismo. Utilizando su propia versión distorsionada de las leyes de Dios, el ego se vale del poder de la mente sólo para quebrantar el verdadero propó­sito de ésta. Proyecta el conflicto desde tu mente a otras mentes, en un intento de persuadirte de que te has librado del problema.

Hay dos errores fundamentales en este intento: el primero es­ –estrictamente hablando– que el conflicto no puede ser proyec­tado porque no puede ser compartido. Cualquier intento de conservar una parte de él y deshacerse de la otra no tiene real­mente ningún sentido. Recuerda que un maestro en conflicto no es un buen maestro ni un buen alumno. Sus lecciones son confu­sas y el valor de transferencia de las mismas se ve limitado por su confusión. El segundo error es la idea de que puedes deshacerte de algo que no deseas dándoselo a otro. Dándolo es precisamente como lo conservas. La creencia de que viéndolo fuera de ti lo excluyes de tu interior es una distorsión total del poder de la extensión. Por eso es por lo que los que proyectan se preocupan tanto por su seguridad personal. Temen que sus proyecciones van a retornar a ellos y a hacerles daño. Puesto que creen haber­las desalojado de sus mentes, creen también que esas proyeccio­nes están tratando de volverse a adentrar en ellas. Pero como las proyecciones no han abandonado sus mentes, se ven obligados a mantenerse continuamente ocupados a fin de no reconocer, esto.

No puedes perpetuar una ilusión acerca de otro sin perpetuarla en ti mismo. No hay forma de poderse escapar de esto, ya que es imposible fragmentar a la mente. Fragmentar es dividir en peda­zos, y la mente no puede atacar ni ser atacada: La creencia de que puede –error que el ego siempre comete– sirve de fundamento para el uso que éste hace de la proyección. El ego no entiende lo que es la mente y, por lo tanto, no entiende lo que eres tú. Su existencia, sin embargo, depende de tu mente porque el ego es una creencia tuya. El ego es una confusión con respecto a tu identidad. Al no haber tenido nunca un modelo consistente, no se desarrolló nunca de manera consistente. Es el resultado de la aplicación incorrecta de las leyes de Dios, llevada a cabo por men­tes distorsionadas que están usando indebidamente su poder.

No le tengas miedo al ego. Él depende de tu mente, y tal como lo inventaste creyendo en él, puedes asimismo desvanecerlo dejando de creer en él. No proyectes sobre otros la responsabili­dad por esa creencia o, de lo contrario, prolongarás su existencia. Cuando estés dispuesto a asumir total responsabilidad por la existencia del ego, habrás dejado a un lado la ira y el ataque, pues éstos surgen como resultado de tu deseo de proyectar sobre otros la responsabilidad de tus propios errores. Más una vez que los hayas aceptado como tus propios errores, no te detengas ahí. Entrégaselos de inmediato al Espíritu Santo para que Él los des­haga completamente, de manera que todos sus efectos desaparez­can de tu mente y de la Filiación en su totalidad.

El Espíritu Santo te enseñará a percibir más allá de tus creencias porque la verdad está más allá de cualquier creencia, y la percep­ción del Espíritu Santo es verdadera. Te puedes olvidar del ego por completo en cualquier momento que así lo elijas porque el ego es una creencia completamente inverosímil, y nadie puede seguir abrigando una creencia que él mismo haya juzgado como increí­ble. Cuanto más aprendes acerca del ego, más te das cuenta de que no se puede creer en él. Lo inverosímil no se puede entender porque es increíble. Es evidente que una percepción basada en lo increíble no tiene sentido, pero tal vez no hayas reconocido que dicha percepción está más allá de lo que se puede creer precisa­mente porque fue concebida por una creencia.

Este curso no tiene otro propósito que enseñarte que el ego es algo increíble y que siempre lo será. Tú, que lo inventaste al creer lo increíble, no puedes emitir ese juicio por tu cuenta. Pero cuando aceptas la Expiación para ti mismo, decides en contra de la creencia de que puedes estar solo, desvaneciendo así la idea de la separación y afirmando tu verdadera identificación con todo el Reino como algo que literalmente forma parte de ti. Esta identi­ficación está más allá de cualquier duda del mismo modo en que está más allá de cualquier creencia. Tu plenitud es ilimitada por­que el estado de ser es infinito.

Un Curso De Milagros 1, cap. 7-VIII