Leyes de la vida

En la vida las cosas suceden según tres leyes:

1. La ley del accidente, cuando un acontecimiento sucede sin conexión alguna con la línea de acontecimientos que observamos.

2. La ley del destino. El destino se refiere sólo a las cosas con que el hombre nace: padres, hermanos, hermanas, capacidades físicas, salud y cosas por el estilo. Esto también se refiere al nacimiento y a la muerte. A veces, las cosas pueden ocurrir en nuestra vida bajo la ley del destino, y a veces son importantísimas, pero esto es muy raro.

3. La ley de la voluntad. La voluntad tiene dos significados: nuestra propia voluntad, o la voluntad de algún otro. No podemos hablar de nuestra propia voluntad, puesto que, como somos, no tenemos ninguna. En cuanto a la voluntad de otra persona, a los fines de la clasificación, toda acción intencional de otra persona puede llamarse el resultado de la voluntad de esta persona.

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Al estudiar la vida humana resulta claro que estas definiciones no son suficientes. Resulta necesario introducir, entre el accidente y el hado, la ley de causa y efecto que controla cierta parte de los acontecimientos en la vida del hombre; pues la diferencia entre los acontecimientos controlados por el accidente en el sentido estricto del vocablo y los acontecimientos resultantes de causa y efecto es abundantemente clara. Desde este punto de vista, vemos una considerable diferencia entre la gente en la vida corriente. Hay gente en cuya vida los acontecimientos importantes son el resultado del accidente. Y hay otra gente en cuyo caso los acontecimientos importantes de su vida, son siempre el resultado de sus acciones anteriores, esto es, dependen de causa y efecto. La ulterior observación muestra que el primer tipo de gente, esto es, la gente que depende del accidente, nunca se acerca al trabajo de una escuela, o si lo hace, lo abandona muy pronto, pues un accidente puede traerla y otro accidente puede con igual facilidad alejarla. Sólo pueden llegar al trabajo las personas cuya vida es controlada por la ley de causa y efecto, esto es que se liberaron en considerable medida de la ley del accidente y que nunca estuvieron enteramente bajo esta ley.

Debemos entender nuestra situación. En los hombres nº 1, nº 2 y nº 3, no hay control; prácticamente, en su vida, todo es controlado por el accidente. Hay algunas cosas que son resultados de sus propias acciones, pero todas están en el mismo nivel. El control empieza en un nivel diferente, y comienza con nosotros mismos: el control de nuestras reacciones, los estados de consciencia, las funciones, etc. Luego, poco a poco, podemos llegar a alguna medida de control en el sentido de evitar una influencia y aproximarnos a otra. Es un proceso muy lento.

Estar completamente libres de la ley del accidente es algo muy lejano, pero hay diferentes etapas entre la libertad completa y nuestra condición actual. En las condiciones corrientes, el accidente es opuesto al plan. El hombre que en uno u otro caso actúa según un plan, en estas acciones escapa de la ley del accidente. Pero las acciones conforme a un plan son imposibles en la vida corriente, excepto en condiciones en las que la combinación de acontecimientos accidentales posiblemente coincidan con el plan. Las razones de porqué es imposible cumplir un plan en la vida son, primero de todo, la ausencia de unidad y constancia en el hombre mismo, y las nuevas líneas que continuamente entran en la línea de acciones del hombre y la cruzan.

Si un hombre continúa estudiándose, haciendo esfuerzos, trabajando, verá que su relación con la ley del accidente cambia gradualmente. Nuestro ser sujeto a la ley del accidente es un hecho claro que no puede cambiarse por completo. Tales como somos, estaremos siempre bajo cierta posibilidad de accidente. Empero, poco a poco, podemos hacer menos posibles los acontecimientos accidentales.

La teoría de los accidentes es muy simple. Ocurren sólo cuando el lugar está vacío; si el lugar está ocupado, no ocurren. ¿Ocupado por qué? Por las acciones conscientes. Si usted no puede producir una acción consciente, al menos ésta deberá llenarse con acciones intencionales. De modo que cuando el trabajo y todo lo conectado con éste se convierte de verdad en el centro de gravedad de la vida del hombre, éste se libera prácticamente de la ley del accidente.

La idea del centro de gravedad puede interpretarse de muchas maneras diferentes. Es un objetivo más o menos permanente y el darse cuenta de la importancia relativa de las cosas en conexión con este objetivo. Esto significa que ciertos intereses se toman más importantes que todo lo demás: uno adquiere una dirección permanente, no va un día en una dirección y otro día en otra; uno va en una sola dirección y conoce la dirección.

Cuanto más fuerte es su centro de gravedad, más libre está del accidente. Cuando usted cambia su dirección a cada momento, entonces a cada momento puede ocurrir algo nuevo y cada accidente puede hacerle girar en un sentido u otro. Pero si su actividad intencional, como por ejemplo el recuerdo de sí, se toma tan definida, tan intensa y tan continua como para no dejar lugar a tos accidentes, éstos serán mucho menos probables que ocurran, porque los accidentes necesitan espacio y tiempo. De modo que tenemos que añadir más causas que producirán resultados y así excluiremos accidentes, porque cuanto más ocupado esté nuestro tiempo con el trabajo consciente, menos espacio quedará para los acontecimientos accidentales.

Si uno espera, nunca consigue nada: a cada momento uno debe hacer lo que puede. En el momento actual, podemos modelar, hasta cierto punto, la ley del accidente tan sólo modelándonos. Cuanto más control tenemos sobre nosotros, más cambia la ley del accidente y, como dije, después los accidentes pueden incluso desaparecer, aunque teóricamente la posibilidad siempre subsistirá.

Cuando en nosotros se interrumpen los accidentes interiores, eso nos hará más libres de los accidentes externos. Hay demasiadas cosas accidentales en nosotros y, como dije, podemos librarnos de estas cosas accidentales sólo creando un centro de gravedad, cierto peso permanente, peso en el sentido que nos mantiene más equilibrados.

P. D. Ouspensky: El cuarto camino, cap. IV