Lo que llamamos muerte

Todo el mundo sabe que después de lo que llamamos muerte, el cuerpo físico se destruye y vuelve a la materia tie­rra. ¿Qué pasa después? Sin querer hacer un discurso sobre el tema, recordaremos que después de dejar el cuerpo físico-etéreo, el ser continúa experimentando en los mundos supe­riores. Después del mundo físico, pasamos al mundo astral donde, siempre dotados en general de nuestra conciencia plena, experimentamos ese mundo con la ayuda de nuestros cuerpos astral, mental y causal. Luego nos «morimos» en el mundo astral, como «hemos muerto» en el mundo físico, es decir que abandonamos nuestro cuerpo astral para pasar al mundo mental. Y el mismo proceso se repite en este estadio. Después de algún tiempo de experiencia en esta dimensión, «morimos» en nuestro cuerpo mental y pasamos al mundo causal, mundo del Ello. Encontramos a ese nivel conciencia pura, sin vehículo de manifestación, pero teniendo un senti­do de nuestra existencia de tanta riqueza que nuestra con­ciencia no está ya limitada por la estrechez de nuestra perso­nalidad.

Lo que llamamos muerte

Así, los tres cuerpos inferiores, físico-etéreo, astral y mental resultan destruidos uno tras otro después de cada en­carnación, pero la esencia de la experiencia de cada cuerpo está grabada bajo una forma que llamamos los «átomos per­manentes» o «átomos gérmenes». Esos átomos son unidades energéticas especiales, que transportan toda la información de las experiencias pasadas relativas a los diferentes cuerpos, efectuadas y grabadas por ellos mismos. Cada vez que abandonamos uno de esos cuerpos, llevamos con nosotros este átomo permanente de información y llegamos así al nivel del Ello provistos de esas unidades de información que se imprimen en el seno del cuerpo causal (o el cuerpo del Ello, consi­derado como inmortal). Es así como la conciencia, de vuelta al nivel del Ello, dispone de toda la información sobre la to­talidad de la experiencia de la personalidad en su último pasaje por los mundos inferiores y estará en condiciones de hacer una evaluación de dicha experiencia.

Es posible, y ya es el momento, puntualizar sobre el nivel de armonía y de poder energético adquirido (las lecciones de conciencia que han sido aprendidas), y sobre lo que queda por adquirir, para que nuestros cuerpos inferiores estén me­nos cargados de bloqueos o de parásitos y resulten más re­ceptivos a la Energía divina. Este examen es indudablemente muy complejo y muy abstracto, y sobrepasa de lejos la capa­cidad de comprensión de nuestra mente racional lineal. El re­sumen no se hace, por lo tanto, en lo que concierne a lo «mo­ral», sino más bien en relación a cierta cualidad energética. En el universo no hay «moral», en el sentido ordinario del término. Simplemente hay leyes y energías que vibran más o menos en armonía las unas con las otras en función de esas leyes. Las características energéticas y la calidad de energía dan la información instantánea sobre el nivel de concien­cia alcanzado, y, por consiguiente, del trabajo que aún que­da por hacer.

Cuando se ha hecho la síntesis energética (y por ende el balance de conciencia) y ya es la hora de «bajar» para realizar nuevas experiencia en el mundo físico, volvemos a hacer pro­gresivamente el camino pasando por cada uno de los niveles de la materia: mental, astral, etéreo y por fin físico. En cada nivel, atraemos energéticamente hacia nosotros los materia­les que nos servirán para construir los diferentes cuerpos de nuestra personalidad. Y estos materiales no son atraídos por azar. Atraemos los materiales de forma de construirnos unos cuerpos que facilitarán las experiencias que hemos ele­gido hacer en esta nueva vida.

Por ejemplo, cuando atravesamos el mundo astral, atrae­mos los materiales con los cuales construimos nuestro cuerpo emocional. Si ya hemos adquirido mucha sabiduría ysereni­dad en las vidas pasadas, vamos a atraer materia astral de ca­lidad superior y llegamos a nuestra nueva vida dotados de una naturaleza emocional serena y armoniosa desde el inicio. Consideramos también las carencias de nuestra naturaleza emocional, y construimos nuestro cuerpo emocional de partida también en función de lo que deberemos armonizar y re­forzar. Lo mismo resulta para los otros cuerpos.

Desde el nacimiento, aunque no seamos todavía más que un cuerpo físico pequeñito, transportamos con nosotros todo nuestro pasado, y esto está inscrito potencial y energé­ticamente en todos nuestros cuerpos. A medida que pasan los años, experimentamos nuevas cosas y añadimos, a las expe­riencias de las vidas pasadas, las experiencias de nuestra vida actual.

En cada momento de nuestra existencia, nos encontramos en un determinado estado energético que corresponde exactamente a nuestro estado de conciencia, estando éste en función de nuestro grado de evolución. Este estado energético de todos nuestros cuerpos atrae constante­mente las circunstancias, las personas y las situaciones que podrán hacer trabajar esta energía, en última instancia, siempre en función del plan de evolución.

Según el modelo energético, atraemos a partir del estado vi­bratorio de nuestra personalidad a fin de aprender a «elevar» la frecuencia de esas vibraciones al nivel vibratorio del Ello. Según el modelo esotérico-psicológico, atraemos a partir de nuestro estado de conciencia, cuando éste está identificado con la personalidad, con el objetivo de «elevar» esta concien­cia a la del Ello.

El resultado será siempre el mismo, ya sea que lo conside­remos como un proceso energético o como un proceso en conciencia: atraemos hacia nosotros todas las circunstan­cias y experiencias de vida que necesitamos para que el tra­bajo de transformación se pueda llevar a cabo, y para que podamos acercarnos cada vez más a nuestra naturaleza divina.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. 8-III