Locura de la mente

No ofrezco una forma de salir de la locura de la mente, sino una forma de entrar. En realidad, no ofrezco una solución al sufrimiento, sino otra manera de entenderlo…una manera radicalmente nueva de relacionarnos con él.

No hay esperanza de que podamos poner fin al sufrimiento –ni personal ni global– hasta que entendamos lo que es en verdad el sufrimiento, en el nivel más fundamental. Y cuando realmente entendamos lo que es, tal vez descubramos que la verdadera libertad no se encuentra escapando de la experiencia presente, sino sumergiéndonos sin miedo en sus profundidades ocultas. Ahí, quizá, descubramos toda la paz, el amor y la profunda aceptación que siempre habíamos buscado en el exterior.

Locura de la mente

Sé que tal vez suene egoísta o narcisista centrarnos en nuestro propio sufrimiento de esta manera. “¿Quién soy yo para quedarme aquí sentado contemplando mi sufrimiento? ¿No debería olvidarme de mí, salir a la calle y ayudar a poner fin al sufrimiento del mundo?”, podrías preguntar. Recuerda que cualquier sufrimiento que haya dentro de ti se proyectará afuera, en el mundo, inevitablemente. Cualquier cosa con la que estés en guerra dentro de ti, llegará el momento en el que la combatirás igualmente en el exterior. Si la violencia y la separación están vivas dentro de ti, las introducirás en tus relaciones más íntimas, en tu familia, en tu lugar de trabajo, en el mundo a gran escala. El mundo no es sino tu proyección de él, como nos han recordado sin cesar los maestros espirituales, los santos, sabios y místicos de todos los tiempos.

Osho hablaba de la paradoja de indagar profundamente en la propia experiencia en lugar de intentar poner fin a los problemas del mundo: “Sí, parecerá egoísta, pero ¿es egoísta el loto cuando florece?, ¿es egoísta el sol cuando brilla?”. Por extraño que resulte, para ser totalmente desinteresado y altruista, has de ser totalmente egoísta, has de estar completamente obsesionado contigo mismo…pero no de la manera en que habitualmente entendemos la obsesión ni el yo. Debes estar fascinado, lleno de curiosidad, dispuesto a descubrir los entresijos de la separación, en todas sus formas, en mitad de tu experiencia presente. Debes estar abierto a explorar el sufrimiento, cómo y porqué se manifiesta en ti, dónde se origina. Debes estar dispuesto a detener la mirada en tus miedos más terribles, tu dolor, tu tristeza, tus más profundos deseos insatisfechos. Debes estar dispuesto a mirarlos de frente y a encontrar el lugar donde es posible aceptar profundamente incluso los aspectos aparentemente más inaceptables de ti.

La gran libertad reside en afrontar sin miedo la oscuridad y ver, finalmente, que es inseparable de la luz. Reside en reconocer que lo que siempre habías buscado estaba oculto incluso en tus miedos más terribles. Parafraseando a Thomas Hardy, si hay un camino hacia algo mejor, está en mirar con los ojos bien abiertos lo peor…y encontrar en ello la más profunda aceptación.

Cuando se entiende cómo se manifiesta en ti el sufrimiento, entiendes de inmediato cómo se manifiesta en el resto de la gente. Solemos conceder tanta importancia a nuestras diferencias individuales que somos incapaces de ver que, en lo fundamental, somos todos iguales. Todos sufrimos, y todos buscamos una manera de salir del sufrimiento. Cuando descubres y entiendes la mecánica del sufrimiento en ti mismo, desarrollas una profunda compasión por el sufrimiento ajeno…, compasión en el verdadero sentido, en el sentido de com-passio, literalmente “sufro con”.

Cuando considero que el dolor es mío, me pierdo en mi burbuja de sufrimiento personal y me siento desconectado de la vida, aislado y solo con mi desdicha. Pero más allá de la historia personal de mi sufrimiento, descubro que el dolor no es en realidad mi dolor. Es el dolor del mundo. Es el dolor de la humanidad. Cuando pierdo a mi padre, la aflicción que siento no es mi aflicción, sino la aflicción de todo hijo, sufro por y con cada hijo que haya pedido a su padre. Cuando mi pareja me abandona, soy cualquiera que haya perdido a alguien a quien amaba. En los más íntimos recesos de la experiencia presente, descubro que yo soy el universo que con tanto ahínco intento salvar; descubro que yo soy la compasión que tanto me esfuerzo por representar fuera, en el mundo; descubro que yo soy todas las demás personas con las que tanto anhelo tener contacto. En las profundidades de lo personal, en medio de las experiencias más intensamente dolorosas e íntimamente personales, descubro la verdad impersonal de la existencia, y en ese momento soy libre. Muchas enseñanzas espirituales hablan de escapar de lo personal y alcanzar cierto estado impersonal en un futuro, pero lo personal y lo impersonal son íntimamente uno, y no se pueden dividir. La división es precisamente la raíz de todo el sufrimiento y el conflicto.

Ya estás completo tal como eres. Eres la Vida misma, y siempre lo has sido. ¡Esto es todo, el aquí y el ahora! Este momento es cuánto hay, y está completo en sí mismo. No hay nada más que hacer.

A otro nivel, quizá todavía no reconozcas que ya estás completo. Quizá verdes espirituales tan bellas e inspiradoras como “ya estás completo” y “solo hay unidad” aún te parezcan simplemente bellas e inspiradoras palabras, y todavía no sean para ti una realidad experiencial viva. Quizá todavía estés batallando con tus sentimientos, con el dolor, las adicciones y los conflictos de pareja. Quizá todavía estés buscando respuestas, amor, aprobación, la iluminación…Quizá aún estés esperando la paz, todavía anheles encontrar una manera de vivir en este mundo que tenga más sentido, en la que haya más amor, que sea más auténtica. Quizá, aunque creas que no estás separado de la vida, todavía te sientas separado de la vida.

Tu sufrimiento no es una maldición, un castigo, una aberración, ni es señal de que hayas fracasado en modo alguno. El sufrimiento es siempre un gran lugar para empezar a explorar la experiencia presente. Dios sabe que, si no hubiera sufrido como sufrí, nunca habría empezado a cuestionar todo lo que sabía y a descubrir la libertad en todo aquello contra lo que luchaba, en todo aquello de mí de lo que intentaba huir.

No te prometo un estado especial o una experiencia espiritual extraordinaria, eso se lo dejo a los gurús espirituales. Además, los estados y las experiencias vienen y van, y, si de verdad queremos poner fin al sufrimiento, debemos ir más allá de los estados y las experiencias pasajeros, más allá de las cimas espirituales, y descubrir algo que no sea efímero. Algo que esté siempre presente. Algo que está aquí ahora mismo, pero que al parecer siempre ignoramos, empeñados en saborear experiencias futuras y añorando retornar a las glorias pasadas.

No me considero un gurú espiritual o un adalid de la autoayuda, un ser especial, despierto o iluminado, ni esencialmente distinto de ti en modo alguno. Me considero más un amigo que te indica con delicadeza cómo retornar a quien realmente eres, que te recuerda lo que, en lo más hondo, ya sabes. Por supuesto, no deseo que te limites a creer todo lo que te digo. Quiero que indagues tú mismo, que pongas a prueba todo lo que digo y lo cotejes con tu propia experiencia. Yo no soy una autoridad en materia de la vida (¿quién puede ser una autoridad en que los pájaros canten, en que lata el corazón, en que caiga la lluvia o en que este momento sea cómo es?), pero quizá mis palabras te devuelvan a una percepción consciente de lo que es realmente verdad en tu experiencia ahora mismo. Tal vez te devuelvan a una profunda aceptación total, a una sencillez y a un reposo que son la esencia de todo, que te llevarán más allá de la necesidad de ninguna autoridad externa y te dejarán libre, como un árbol en mitad de la tormenta, mirando a la vida de frente, entregado de lleno a las realidades y los desafíos de la existencia relativa, pero también sólidamente asentado en la inquebrantable certeza de quien de verdad eres, firmemente enraizado en un saber que nunca morirá.

Jeff Foster