No puede haber renacer

En una ocasión, un visitante bastante joven, que llevaba la túnica ocre tradicional que indicaba su pertenencia a cierta secta hinduista, con el fuego del fanatismo en los ojos, manifestó su consternación ante el hecho de que Maharaj no aceptara la teoría del renacer (reencarnación), que es la base misma de la filosofía hindú.

Maharaj: Esta afirmación mía de que el renacer es absurdo no es nada. Si sigues viniendo aquí, te vas a asustar todavía más. Yo no enseño ninguna filosofía, ninguna religión, y no me sirvo de los textos tradicionales como base de mis charlas. Sólo hablo a partir de mi experiencia directa desde que mi gurú me abrió los ojos, los ojos espirituales. No pretendo herir los sentimientos de nadie. Por tanto, recuerdo constantemente a las personas que son libres de marcharse si no les gusta lo que oyen. Lo que deben escuchar de mí es la verdad directa tal como la he experimentado yo, no como a la gente le gusta oírla. Me temo que no estoy dispuesto a halagar las ideas preconcebidas de las personas.

Este planteamiento desconcertó por completo al joven, y al mismo tiempo le fascinó; y manifestó entonces con humildad su deseo de seguir escuchando a Maharaj.

Maharaj: ¿Has reflexionado alguna vez de verdad sobre la naturaleza esencial del hombre? Olvídate de lo que has leído, de lo que te han dicho. ¿Has pensado tú alguna vez, de manera independiente, sobre esta cuestión? De manera independiente, repito… pensando en silencio, a fondo, profundamente, como si fueras el único ser sensible del mundo y no tuvieras a nadie que te guiara; ¡o que te descaminara! ¿Cuáles son los elementos esenciales de eso que consideras «tú»? El cuerpo, evidentemente. Pero ese cuerpo que ahora está en su plenitud, sano y fuerte, fue una vez una mera gota o mota de sustancia química cuando tuvo lugar la concepción en el vientre de tu madre. Piénsalo. ¿Hiciste «tú» algo para ser concebido de este modo? ¿Quisiste «tú» ser concebido? ¿Te consultaron «a ti»? Además, y esto es importante, ¿qué era lo que estaba «latente», en esa pequeña mota de materia que fue concebida, que la hizo desarrollarse hasta convertirse en un niño completo, con sangre, carne, médula, huesos, primero en el vientre de tu madre y después en este mundo, hasta ahora, que estás sentado ante mí hablando de filosofía?

El cuerpo, durante su desarrollo, ha asumido diversas imágenes que tú has concebido como «tú» en diversas etapas; pero ninguna de estas imágenes ha permanecido contigo de manera constante; y, sin embargo, existe algo que sí ha permanecido sin cambio alguno. ¿No se trata de tu sentido de estar vivo y presente, de la consciencia que da sentido y energía al aparato psicosomático que se conoce como «cuerpo»? A esta consciencia se le atribuyen diversos nombres: cualidad de ser, Yo-soy-dad, Yo, atman, etcétera, y también otros como maya, Dios, Amor, etcétera. El mundo sólo existe para ti si está presente esta consciencia. Si no eres consciente, como sucede en el sueño profundo, ¿acaso puede existir el mundo para ti?

Y bien, ¿tienes alguna idea de qué es lo que te hace pensar instintivamente en ti como un «tú»: este compuesto de cuerpo físico, fuerza vital (prana), que es el principio activo, y la consciencia, que capacita a los sentidos físicos para que conozcan las cosas? Lo que pareces ser es el cuerpo exterior; lo que eres, es la consciencia.

Volvamos a tus dudas sobre el renacer. Lo que «nace», el cuerpo objetivo, «morirá» a su debido tiempo; después se disolverá, es decir, quedará aniquilado irrevocablemente, la fuerza vital dejará el cuerpo y se mezclará con el aire exterior. La parte objetiva de lo que fue una vez un cuerpo sensible quedará destruida para jamás volver a renacer como el mismo cuerpo. Y la consciencia no es un objeto, no es una «cosa» en absoluto… por tanto, la consciencia, como algo no objetivo, no puede «nacer», no puede «morir», y, desde luego, no puede «renacer».

¿Acaso no son indiscutibles estos hechos? Son hechos sobre el ser sensible manifestado fenoménicamente. La manifestación de los fenómenos tiene lugar como un proceso del funcionamiento del noúmeno, en el que las formas se crean y las formas se destruyen. ¿Quién nace? ¿Y quién muere? ¿Y quién ha de renacer?

Siendo esto así, podrías preguntar cómo surge el concepto del karma, de la causalidad y el renacer. La respuesta es que, en lugar de aceptarse un fenómeno como manifestación de lo inmanifestado (y, por tanto, como aspecto del noúmeno no fenoménico), tiene lugar una identificación errónea con una pseudoidentidad y se crea un f