¿Nos hace crecer el sufrimiento?

¿Nos hace crecer el sufrimiento? Podemos contestar: depende de cada uno. Si, empujado por el aguijón del sufri­miento, utilizamos la ocasión que se nos presenta para retor­nar sobre nosotros mismos, para cuestionarnos profunda­mente y para transformar nuestra conciencia, el sufrimiento habrá servido tal vez para nuestra evolución. Pero, en efecto, el sufrimiento no habrá sido más que un pretexto para despertarnos. Lo que nos habrá hecho crecer verdaderamente es nuestra voluntad y nuestra elección de preguntarnos y de interrogar nuestra vieja manera de percibir el mundo y de intentar entrar en contacto con la realidad con una mirada nueva. Es lo que llamamos evolucionar por el método «a la fuerza». No queremos saber nada hasta el día en que el sufrimiento nos da un golpe, nos sacude y, en un sentido, nos obliga a hacer algo para salir de nuestra situación de sufri­miento. Pero con toda evidencia, si estamos muy dormidos y no nos despertamos, el sufrimiento volverá una y otra vez, hasta el momento en que decidamos hacer algo concreto. No crecemos automáticamente porque sufrimos: depende de lo que hayamos elegido hacer con el sufrimiento.

¿Nos hace crecer el sufrimiento?

En realidad, la persona infectada de victimitis es el caso típico de la persona que no quiere saber nada, ni aprender nada a partir de lo que el mundo le presenta. Así pues no aprovecha ninguna oportunidad de cambiar por el sufrimien­to, porque cuando sufre, su reacción es únicamente la de criti­car a los otros, acumular la frustración y esperar, si no exigir, que el mundo cambie para que le sea más favorable. Por su­puesto que en su caso, el mundo está lejos de estar dispuesto a cambiar, puesto que atraemos hacia el exterior lo que tenemos en el interior. Cuando estamos afectados de victimitis, no hay posibilidad de evolución en el sufrimiento, en tanto perma­nezcamos en ese estado de ánimo. Afortunadamente, siempre existe el Ser que quiere manifestarse y, tarde o temprano, po­demos despertar y tomar la responsabilidad de nuestra propia dicha y de nuestra evolución. Para aquellos o aquellas que sientan que han tardado mucho, quizás estas reflexiones po­drán acelerar el proceso de toma de conciencia de este meca­nismo que nos mantiene a todos más o menos prisioneros y nos impide avanzar más libremente y con más dicha por el camino de nuestra vida.

En relación a la pregunta, «¿Es necesario sufrir para evolucionar?», podemos contestar sí y no; depende, una vez más, del grado de evolución de cada uno. Si, como hemos visto en el párrafo anterior, estamos muy dormidos en nues­tro inconsciente y nuestra mente automática, entonces el su­frimiento nos será necesario a modo de despertador. Éste es el método «a la fuerza», como lo hemos visto precedente­mente. Pero si estamos ya despiertos a la realidad de nuestro ser profundo, si hemos decidido trabajar conscientemente sobre nuestra propia evolución, y hemos elegido mantener nuestro espíritu abierto y curioso en lugar de encerrarlo en sistemas de creencias estrechos preparados de antemano, o en el arsenal de la mente inferior, entonces podremos elegir libremente utilizar todo lo que la vida nos depare para pro­fundizar y ampliar nuestra conciencia. Entonces el sufri­miento ya no es automáticamente necesario. Avanzamos por el método «a la fuerza», a partir de las elecciones conscientes y libres. Esto incluye por otra parte tanto las circunstancias agradables de la vida como las desagradables. Por ejemplo, podemos haber atraído en esta vida condiciones muy favora­bles en cuanto a lo material y vivir en la abundancia. Esto puede experimentarse de una forma muy egoísta, o bien po­demos tomar esta ocasión para potenciar cualidades de gene­rosidad y desprendimiento. Toda circunstancia puede ser utilizada para crecer en conciencia, y no es necesario espe­rar a que dichas circunstancias sean difíciles para empezar a moverse.

Un aspecto interesante que se deduce de esta observación es que no tenemos ninguna necesidad de sufrir para aprender algunas lecciones kármicas difíciles. En realidad, si por un trabajo interior consciente sobre uno mismo, hacemos las tomas de conciencia que nos llevan a desarrollar ciertas cua­lidades, a descubrir conscientemente y a integrar las leyes que habíamos transgredido en el pasado, y que elegimos ahora vivir lo más profundamente posible, entonces la ley del karma relativa a ese asunto resulta caducada al instante. De hecho, cuando la toma de conciencia ha sido hecha y la transformación interior efectuada, la ley del retorno resulta inútil. Por tanto no entrará en acción. Es así, y solamente así, como podemos «quemar karma» según la expresión corrien­te, y nadie puede hacerlo en nuestro lugar. La transformación de conciencia debe hacerse por el propio individuo, es su ho­nor y su privilegio como ser humano, y es así como encuen­tra su dicha y su beatitud: Pensar que otro puede salvarnos es tan inútil e ilusorio como para un alumno de piano esperar que su profesor toque por él un concierto de Beethoven. La dicha viene cuando, con la ayuda de nuestro profesor, por supuesto, llegamos a tocar ese concierto nosotros mismos. Este aprendizaje puede hacerse en el gozo y no necesaria­mente en el sufrimiento. Regocijémonos pues, no es siempre preciso sufrir para evolucionar. Este proceso de evolución puede ser un proceso dichoso, sobre todo si cesamos de re­sistirnos a él.

El proceso de atracción de todos los acontecimientos de nuestra vida se hace pues según el principio de evolución y a partir de la voluntad consciente de nuestro Ello. De vida en vida, creamos cada vez las condiciones óptimas que nos per­mitan hacer la experiencia total de nuestro Ello a todos los niveles de nuestro ser. No hay ningún azar. El mundo tal como es alrededor de nosotros es la imagen exacta del estado de nuestra conciencia, tanto a nivel personal como a nivel co­lectivo. En lugar de resistirlo podemos elegir utilizar esas circunstancias (que hemos creado según las necesidades del plan de evolución) como oportunidades de aprendizaje en vista al desarrollo de nuestra conciencia y de nuestro regreso al estado de poder y libertad divinas.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. VIII-2