Nuestro ser profundo

A partir del momento en que estamos en contacto con el hecho deque lo que se nos presenta en la vida es exactamente lo que necesitamos para formarnos interiormente y acercarnos a la realidad de nuestro ser profundo, que es el resultado de nuestro estado vibratorio, sabemos, en algún lugar recóndito de nuestra conciencia, que nada fundamentalmente des­tructivo puede sobrevenir en nuestra vida. Por supuesto que podrán presentarse todavía circunstancias desagradables o incluso dolorosas, o personas poco deseables y peligrosas. Por supuesto que la vida no será siempre fácil, lejos de eso, sobre todo si hemos decidido acelerar nuestro proceso de evolución. Pero sabemos, en lo más profundo de nosotros, que todo lo que se nos presenta es adecuado y que nada en definitiva puede destruirnos, puesto que al fin y al cabo lo importante es precisamente reconstruirnos en todo nuestro esplendor y nuestra divinidad.

Nuestro ser profundo

A ciencia cierta que en el curso de nuestra evolución, nu­merosas partes anquilosadas de nuestra personalidad deberán ser eliminadas, en particular todos los sistemas de defensa bajo los cuales nuestro propio Ello se ahoga. Ahora bien, en nuestra conciencia inferior, nos aferramos a esos sistemas porque, en cierto momento de nuestra vida, nos han protegi­do y según la estructura misma de la mente inferior, todo lo que ha asegurado nuestra supervivencia en el pasado debe ser mantenido. Al haber sobrevivido, ciertamente mal vivido, pero aún sobrevivido, gracias a esas estructuras puesto que estamos con vida todavía, la mente in­ferior nos empuja a agarrarnos a las viejas estructuras, a los viejos hábitos de pensamientos, a la rutina psicológica, a lo que de alguna manera conocemos. Cuando decidimos am­pliar nuestros contextos de pensamientos, ponemos en mar­cha otro tipo de energía, la de la mente superior e incluso la del Ello directamente. Cuando una parte de nuestro ego debe ser modificada a fin de dar un poco de espacio a nuestro Ello, por momentos podemos tener la impresión de que somos destruidos, pero en la medida solamente en que uno se identifica en conciencia con su ego. Pero es para volver a encon­trar poco después un sentido más amplio y más profundo de nosotros mismos. Según una imagen clásica, hay que saber dejar que caigan los guijarros que tenemos en nuestras manos, aunque nos sean muy familiares para poder recoger los diamantes que nos ofrece la vida. Es todo el proceso de libera­ción de la prisión del ego el que está en marcha. Nuestros maestros de la Sabiduría nos han advertido, y de manera muy rigurosa algunas veces. Uno de ellos nos lo recuerda con estas palabras: «Es solamente en la medida en que el hombre se expone una vez y otra a la destrucción, cuando lo que es indestructible emerge desde el fondo de sí mismo. En esto reside la digni­dad de osar… Es solamente cuando nos aventuramos una vez y otra, a través de las zonas de aniquilamiento, que nuestro contacto con el Ser divino, que está más allá de toda destruc­ción, puede llegar a ser firme y estable. Cuanto más aprende un hombre con toda su alma a confrontar al mundo… tanto más las profundidades de su Estado de Ser le serán reveladas y las posibilidades de una vida y de un devenir nuevo le serán abiertas.» (Durkheim)

Nuestra personalidad tiene un miedo horrible, porque sabe que no es indestructible. Y en la medida en que identificamos nuestra conciencia con nuestra personalidad, solamente po­demos vivir en el miedo y en la ansiedad, consciente o inconscientemente.

Cuando estamos en estado de ansiedad o de estrés, si escu­chamos lo que nos dice la voz de nuestra mente inferior siem­pre presente en nuestra cabeza, oiremos la lista completa de nuestros miedos. Si utilizamos entonces una técnica adecuada de trabajo sobre uno mismo, será relativamente fácil descubrir hasta qué punto tenemos un sentimiento permanente de inse­guridad (construido generalmente desde la infancia), incluso si exteriormente damos la impresión de controlarlo todo y que todo va bien. En efecto, el deseo o la necesidad de contro­larlo todo sale concretamente del miedo… y cansa mucho.

El miedo a la destrucción o el aniquilamiento, el miedo a un destino injusto y aberrante que puede tocarle a cualquiera al azar, sin razón, y que puede sernos fatal; este miedo, junto con el estrés inconsciente que de él resulta por consecuencia desaparecen de nuestra vida, a medida que integramos el nuevo paradigma. O por lo menos al cesar de creer en la absurdidad de la vida cesamos de alimentarlos con nuestros pensamientos conscientes.

Cuando elegimos experimentar la vida a través del paradigma de la responsabilidad, entramos en contacto más y más claramente con la certeza de que es nuestro Ello, o sea nosotros mismos, el que está a cargo de nuestra vida. Empezamos a sentirnos alimentados y protegidos de alguna forma, un sentimiento de seguridad se instala en nosotros. Esto no es posible describirlo con palabras: se vive. Este sentimiento no viene únicamente del cambio de nuestra percepción, de un cambio de contexto de pensamientos que podríamos consi­derar como más o menos arbitrario. Precisamente, dado que este contexto de pensamientos no es arbitrario sino que parece corresponder a una realidad más profunda del ser, al cambiar de esta manera nuestro punto de vista, abrimos la puerta a una percepción más sutil de la presencia de nuestro Ello, percepción cuya fuente está más allá de nuestra mente lineal racional. Si el concepto fuera totalmente arbitrario o ilusorio, sus efectos sólo se harían sentir a nivel mental, y se­rían muy limitados y finalmente discordantes. Parece ser que cuantas más veces cultivamos el principio de responsabilidad-atracción-creación, más la experiencia de la presencia de nuestro Ello nos resulta real y clara y más nuestra conciencia se identifica naturalmente con nuestro Ello. Ya que nuestro Ello es eterno e indestructible. Cuando nuestra conciencia cambia de lugar, nuestra experiencia de la vida es diferente. Así se erige desde dentro un sentido de confianza y seguri­dad en la vida que no se explica ya racionalmente. Este sentimiento se vive y se experimenta directamente y es gene­rado de un modo natural por el desplazamiento de la conciencia de la personalidad hacia el Ello.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. 10