Pensamientos

¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? ¡Para los cuerpos sí! Los pensamientos que parecen destruir son aquellos que le enseñan al pensador que él puede ser destruido. Y así, «muere» por razón de lo que aprendió. Pasa de la vida a la muerte, la prueba final de que valoró lo efímero más que lo constante. Segu­ramente creyó que quería la felicidad. Más no la deseó porque la felicidad es la verdad, y, por lo tanto, tiene que ser constante.

Pensamientos

Una dicha constante es una condición completamente ajena a tu entendimiento. No obstante, si pudieses imaginarte cómo sería eso, lo desearías aunque no lo entendieses. En esa condición de constante dicha no hay excepciones ni cambios de ninguna clase. Es tan inquebrantable como lo es el Amor de Dios por Su crea­ción. Al estar tan segura de su visión como su Creador lo está de lo que Él sabe, la felicidad contempla todo y ve que todo es uno. No ve lo efímero, pues desea que todo sea como ella misma, y así lo ve. Nada tiene el poder de alterar su constancia porque su propio deseo no puede ser conmovido. Les llega a aquellos que comprenden que la última pregunta es necesaria para que las demás queden contestadas, del mismo modo en que la paz tiene que llegarles a quienes eligen curar y no juzgar.

La razón te dirá que no puedes pedir felicidad de una manera inconsistente. Pues si lo que deseas se te concede, y la felicidad es constante, entonces no necesitas pedirla más que una sola vez para gozar de ella eternamente. Y si siendo lo que es no gozas de ella siempre, es que no la pediste. Pues nadie deja de pedir lo que desea a lo que cree que tiene la capacidad de concedérselo. Tal vez esté equivocado con respecto a lo que pide, dónde lo pide y a qué se lo pide. No obstante, pedirá porque desear algo es una solicitud, una petición, hecha por alguien a quien Dios Mismo nunca dejaría de responder. Dios ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. Mas aquello de lo que no está seguro, Dios no se lo puede dar. Pues mientras siga estando inseguro es que no lo desea realmente, y la dación de Dios no podría ser completa a menos que se reciba.

Tú que completas la Voluntad de Dios y que eres Su felicidad; tú cuya voluntad es tan poderosa como la Suya, la cual es un poder que no puedes perder ni en tus ilusiones, piensa detenida­mente por qué razón no has decidido todavía cómo vas a contes­tar la última pregunta. Tu respuesta a las otras te ha ayudado a estar parcialmente cuerdo. Es la última, no obstante, la que real­mente pregunta si estás dispuesto a estar completamente cuerdo.

¿Qué es el instante santo, sino el llamamiento de Dios a que reconozcas lo que Él te ha dado? He aquí el gran llamamiento a la razón, a la conciencia de lo que siempre está ahí a la vista, a la felicidad que podría ser siempre tuya. He aquí la paz constante que podrías experimentar siempre. He aquí revelado ante ti lo que la negación ha negado. Pues aquí la última pregunta ya está contestada, y lo que pides, concedido. Aquí el futuro es ahora, pues el tiempo es impotente ante tu deseo de lo que nunca ha de cambiar. Pues has pedido que nada se interponga entre la santi­dad de tu relación y tu conciencia de esa santidad. 

 UCDM 1, cap. 21-VIII