Plenitud del amor

Era una cosa extraña experimentar una sensación tan grande de afecto, afecto no por alguna cosa o por alguien, sino la plenitud de lo que puede llamarse amor. Lo único que importa es sondear en la profundidad misma de ello, no con la pequeña mente tonta y sus incesantes murmullos del pensamiento, sino con el silencio. El silencio es el único medio o instrumento que puede penetrar en algo que elude a una mente contaminada.

Nosotros no sabemos lo que es el amor. Conocemos sus síntomas, el placer, la ansiedad, la pena, etcétera. Tratamos de resolver los síntomas, lo cual se vuelve un vagar en medio de la oscuridad. Gastamos en esto los días y las noches, y pronto ello termina en la muerte.

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Mientras uno estaba allí, a la orilla del lago, contemplando la belleza del agua, todos los problemas humanos, los problemas de las instituciones, la relación del hombre con el hombre (que es la sociedad), todo ello encontraría su lugar exacto si uno pudiera penetrar silenciosamente en esta cosa que llamamos amor.

Hemos hablado muchísimo sobre ello. Todo joven dice que ama a alguna mujer, el sacerdote a su dios, la madre a sus hijos, y por supuesto, el político juega con ello. En realidad, hemos estropeado la palabra cargándola de sustancia sin sentido, la sustancia de nuestros propios yoes estrechos y mezquinos. En este contexto pequeño, limitado, tratamos de encontrar lo otro y, dolorosamente, retornamos a nuestra confusión y desdicha de todos los días.

No hay manera de aproximarse al amor o de retenerlo, pero a veces, si permanecemos al borde del camino o junto al lago, observando una flor o un árbol o al granjero labrando la tierra, si permanecemos en silencio, no soñando ni fantaseando ni sintiéndonos cansados, sino en un intenso silencio entonces tal vez el amor llegue a nosotros.

Cuando llegue, no tratemos de retenerlo, no lo atesoremos como una experiencia. Una vez que nos toque ya no volveremos a ser los mismos. Dejemos que sea eso lo que actúe y no nuestra codicia, nuestra ira o nuestra justa indignación social. El amor es realmente muy bravío, indómito, y su belleza nada tiene de “respetable”.

Pero nunca lo queremos, porque sentimos que podría ser demasiado peligroso. Somos animales domesticados, dando vueltas en una jaula que hemos construido para nosotros mismos, una jaula con sus contiendas, sus disputas, sus imposibles líderes políticos, sus gurús que explotan nuestra vanidad y la de ellos mismos con gran refinamiento o con bastante crudeza. En la jaula podemos tener anarquía u orden, el que a su vez cede su puesto al desorden. Y esto ha continuado por muchos siglos, avanzando explosivamente y retrocediendo, modificando los patrones de la estructura social, terminando tal vez con la pobreza aquí o allá. Pero si establecemos que todo esto es lo más esencial, entonces perderemos lo otro.

Permanezcamos solos de vez en cuando y, si somos afortunados, el amor podría llegar a nosotros en una hoja que cae o desde aquel distante árbol solitario en medio de un campo vacío.

Jiddu Krishnamurti: Encuentro Con La Vida, El lago