Resistir a nuestros supuestos «fracasos»

Sabiendo que todo lo que sucede en nuestra vida es pertinente y está ahí para permitirnos crecer, cuando sufrimos un fracaso, en lugar de censurar al mundo entero o a nosotros mismos, buscaremos aprender de ese re­sultado que no corresponde a lo que queríamos. Cesamos de resistir a nuestros supuestos «fracasos», y aprendemos rápi­damente por la experiencia que nos aportan. De esta forma nuestro éxito se construye sólidamente.

Resistir a nuestros supuestos «fracasos»

En la dirección de una empresa, por ejemplo, el concepto de responsabilidad nos dará las máximas garantías de éxito. Los riesgos de fracaso son mucho más elevados para alguien afectado de victimitis. Éste se las arreglará inconscientemente para que las cosas vayan mal a fin de confirmar el escenario inconsciente. Encontrará excelentes razones para demostrar que es la culpa de los otros, del gobierno, de los empleados, de las condiciones económicas, etc. Cuando partimos del princi­pio de responsabilidad, ponemos toda la suerte de nuestro lado para triunfar, y triunfamos a menudo por una sucesión (en apariencia) de «felices coincidencias». El universo parece apoyarnos, a veces casi milagrosamente, en todas nuestras gestiones.

En este contexto, extraemos responsabilidad de nuestra vedad, de nuestra propia percepción de la realidad que, como sabemos, es limitada. Al aceptar vivir a partir de nuestra propia verdad y no de la del otro, sometemos a nuestra verdad; la prueba de la experiencia de la vida. Esto nos permite confrontar nuestra verdad con la realidad y así ampliarla cada vez más gracias a nuestra propia experiencia. El proceso de crecimiento se hace naturalmente a partir de esta autonomía de pensamiento.

Además, sabemos que somos nosotros y nadie más quienes estamos a cargo de nuestro destino. Sabemos que nadie puede hacer nuestra evolución ni «salvarnos» en nuestro lugar. Así como un profesor de piano, tan bueno como sea, no podrá nunca tocar por nosotros, sabemos que es por nuestra práctica de la vida que aprendemos y perfeccionamos nuestra propia manera de tocar. Dejamos de esperar o exigir que lo otros nos hagan felices o nos den plena satisfacción. Sabemos que somos creadores y que lo que vamos a encontrar en la vida, como en una relación, es lo que aportaremos a ella. Dejamos de buscar salvadores que crearán nuestra felicidad; en nuestro lugar, en todos los dominios: relaciones privilegiadas, trabajo, crecimiento espiritual, etc.

Cuando elegimos creer o no creer es nuestra elección no la de alguna otra persona. Si elegimos el dejarnos inspirar por alguien, somos nosotros los responsables de esa elección y de sus consecuencias. Con el concepto de responsabilidad nos habituamos a cuestionar nuestra sabiduría y nuestro discernimiento para dirigir nuestra vida. Sabemos que «no es lo que sucede lo que determina nuestra vida, sino lo que elegimos hacer con lo que sucede» y que somos responsables de nuestras elecciones.

Por supuesto que podemos ir a buscar instrucciones enseñanzas en otras personas que, por el momento, están más avanzadas o más calificadas que nosotros en ciertos campos de conocimiento. Sería ridículo querer reinventar la rueda o las matemáticas con el pretexto de la autonomía. Nuestros instructores son indispensables para que podamos avanzar más deprisa. Pero debemos pasar las enseñanzas recibidas por el tamiz de nuestro propio discernimiento y de nuestra propia experiencia. Si esta enseñanza hace resonar dentro de nosotros una verdad, entonces podemos hacerla nuestra y utilizarla; si no, podemos rechazarla. Somos nosotros los responsables de lo que elegimos hacer con esas enseñanzas o instrucciones que hemos recibido. Responsabilidad y autonomía marchan juntas.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. 11