Seguir la corriente

En cada instante de la vida podemos hacer una de estas dos cosas: o seguir la corriente de la vida o tratar de ir contracorriente. El ego, debido a sus mecanismos primarios, continuamente quiere forzar o resistir: o bien trata de forzar mediante acciones fuera de lugar para satisfacer sus deseos, sus proyectos, sus ideas (la esperanza, el futuro) o intenta resistir inconmovible a través de la insatisfacción y la frustración (la desesperación, el pasado). Seguir la corriente no significa dejarse arrastrar pasivamente como una hoja llevada por el viento. Es igual que cuando uno desciende en canoa por un río: no se deja llevar pasivamente por la corriente (porque zozobraría casi con toda seguridad), sino que procura situarse en el centro y utiliza el zagual para dirigir su recorrido.

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Seguir la corriente significa permanecer conscientes del continuo flujo de la vida en todos nuestros quehaceres cotidianos. Significa sentir la vida, confiar en ella y seguirla de forma flexible y consciente para que nos lleve a dónde queremos ir, en lugar de forzar las cosas a toda costa sin tener en cuenta lo que ella nos quiera decir. La actitud de continua lucha del ego puede entonces ceder el puesto a un abandono flexible e inteligente. Es mucho menos fatigoso y mucho más eficaz, incluso por cuanto se refiere a resultados concretos. Lo que ocurre es que ser conscientes de la corriente de la vida requiere una percepción más refinada de las cosas y una mayor capacidad de escucha de la que solemos tener. Son los murmullos del campo quántico, que debemos captar a través del Maestro que vive en nuestro Corazón…

Seguir la corriente de la vida significa también adquirir una enorme fluidez y flexibilidad frente a nuestros deseos. No se trata de permanecer anquilosados, sin deseo alguno, esperando que la vida decida por nosotros, quedarnos pasivamente en la orilla con nuestra canoa mirando cómo fluye la corriente. No. Porque algunos de nuestro deseos o proyectos proceden del alma. Es difícil definir una línea de separación porque, en realidad, no la hay. Los deseos del ego y los del alma forman a veces una mezcla muy compacta. No se pueden distinguir mediante un razonamiento intelectual. En cambio, si tenemos una actitud flexible y fluida frente a la vida, si estamos verdaderamente a la escucha –tanto de los signos que ella nos muestra como de la voz del Corazón–, si estamos dispuestos a desprendernos de nuestras ideas y de la forma en que planificamos nuestra existencia cuando la intuición nos susurra al oído otras soluciones, entonces es posible que caigan los ídolos de los falsos deseos y se entronicen fácilmente, por no decir mágicamente, los verdaderos deseos del alma. Entonces, ¿Actuar o no actuar? No es fácil encontrar el equilibrio entre ambos polos. Desde luego no será la mente la que nos lo haga saber; sólo las cualidades superiores del alma sabrán mantenernos en la fina línea de en medio. Y en la práctica, como en general no sabremos con antelación lo que realmente nos conviene –a menos que tengamos una intuición muy intensa y concreta–, haremos lo que nos parezca más adecuado, sencillamente. Una vez hayamos hecho todo lo posible por nuestra parte, debemos desprendernos del resultado y dejar que la corriente de la vida ponga las cosas en el lugar que les corresponde. Nos relajamos, observamos y confiamos en nuestro destino. Lao Tsé decía: la vida del tao es una vía fluida.

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 18-II