Sentimiento de culpa

El sentimiento de culpa es un potencial excesivo en su aspecto puro. El hecho es que en la naturaleza no existen conceptos tales como bien y mal. Para las fuerzas equilibrantes, los actos buenos y los malos son equivalentes. El equilibrio se establece en cualquier caso cuando surge un potencial excesivo. Has actuado mal, te das cuenta de ello, sientes la culpa (hay que castigarme): creas el potencial. Has actuado bien, te das cuenta, sientes orgullo por ti (hay que premiarme): has creado también el potencial.

Las fuerzas equilibrantes no tienen idea alguna de por qué hay que castigar o premiar. Lo único que hacen es eliminar las heterogeneidades creadas en el campo energético.

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Por el sentimiento de culpa se paga, en una u otra forma, con el castigo. Pero si el sentimiento no existe, puede que el castigo no proceda. Por desgracia, un acto bueno también trae consigo un castigo y no un premio, ya que las fuerzas equilibrantes han de eliminar el potencial excesivo de orgullo que surja en este caso y el premio sólo le intensifica.

El sentimiento de culpabilidad inducido, es decir, cuando alguna gente «buena» intenta hacerte sentir culpable, crea potencial al cuadrado, porque al hombre ya le acusa la propia conciencia, y por añadidura los buenos le acometen con su furor. Y por fin, la culpabilidad infundada relacionada con la innata propensión a «ser responsable de todo», crea el potencial máximo. En este caso no hay que sentir remordimientos de conciencia en absoluto: la causa es inventada, simplemente. El complejo de culpabilidad puede estropear considerablemente la vida, pues el hombre siempre está expuesto a la acción de las fuerzas equilibrantes, es decir, a castigos de todo tipo por culpas imaginarias.

Ésta es la razón de este dicho: «La insolencia es la segunda felicidad». Como regla general, las fuerzas equilibrantes no afectan a quienes no sienten remordimientos de conciencia. Aun así, todos querríamos que Dios castigase a los canallas. Podría pensarse que la justicia debe triunfar y el mal, ser castigado. Sin embargo, la naturaleza no conoce la sensación de justicia por muy lamentable que sea. Al contrario, a las personas honradas con un innato sentimiento de culpa se les lanzan continuamente nuevas desdichas, y a los malvados desvergonzados y cínicos frecuentemente les acompaña no sólo la impunidad, sino también el éxito.

El sentimiento de culpa siempre crea el guion de castigo, sin que seas consciente de ello. Según este guion tú subconsciente te hará pagar: en el mejor de los casos te harás una cortadura, o recibirás golpes leves, o tendrás problemas. En el peor, puedes sufrir un accidente con graves consecuencias. Es lo que hace el sentimiento de culpa. Sólo encierra destrucción, nada de útil ni creativo. No tienes que atormentarte con remordimientos de conciencia, eso no te ayudará a resolver tus problemas. Es mejor que actúes de manera que luego no debas sentirte culpable, Y si te sientes culpable por tus actos, sufrir en vano tampoco tiene sentido, ya que eso a nadie hará feliz.

Los mandamientos bíblicos no son las reglas morales en el sentido de que debes portarte bien, sino recomendaciones de cómo hay que proceder para no alterar el equilibrio. Somos nosotros, con nuestra rudimentaria manera de pensar, quienes interpretamos los mandamientos como que mamá nos ordenó no hacer travesuras si no queremos que nos ponga en el rincón. Al contrario, nadie se propone castigar a los traviesos. Al romper el equilibrio las personas crean sus propios problemas. Y los mandamientos sólo les advierten de ello.

Como habíamos dicho, el sentimiento de culpa sirve de hilo por el que los péndulos, sobre todo los manipuladores, tiran de ti. Los manipuladores son personas que actúan según la fórmula: «Debes hacer lo que yo te diga, porque eres culpable» o «Soy mejor que tú, porque no tienes razón». Ellos intentan imponer a su «tutelado» un sentimiento de culpa, para así conseguir poder sobre él o para confirmar su propio valor. Los manipuladores son personas aparentemente «buenas», quienes hace tiempo tienen determinado lo que es bueno y lo que es malo. Como siempre dicen palabras correctas, siempre llevan la razón. También sus actos son todos impecables.

Sin embargo, he de mencionar que no todas las personas buenas son propensas a manipular. Y los manipuladores, ¿de dónde sacan la necesidad de aleccionar y dirigir? Su necesidad está condicionada por las dudas y la inseguridad que los atormentan constantemente en su interior. Con mucha habilidad, ocultan esa lucha interior tanto a sus allegados como a sí mismos. La ausencia de esa fuerza interior que poseen las personas verdaderamente buenas empuja a los manipuladores a autoafirmarse a costa de otro. La necesidad de aleccionar y dirigir surge como consecuencia del deseo de reforzar sus posiciones rebajando al tutelado. Nacen relaciones de dependencia. Sería maravilloso si las fuerzas equilibrantes dieran su merecido a los manipuladores. Sin embargo, el potencial excesivo surge sólo donde existe la tensión y no hay movimientos de energía. En este caso, pues, el tutelado da su energía al manipulador, el potencial no surge y el manipulador actúa impunemente.

En cuanto alguien está dispuesto a aceptar el sentimiento de culpa y se lo manifiesta al mundo, enseguida se le adhieren los manipuladores y empiezan a chuparle energía. Para no caer bajo la influencia de los manipuladores, lo único que necesitas es renunciar al sentimiento de culpa. No estás obligado a justificarte ante nadie y no debes nada a nadie. Si en verdad tienes la culpa puedes llevarte el castigo, pero nunca seguir siendo el culpable. Y a tu prójimo ¿le debes algo? Tampoco. Pues te preocupas por ellos por convicción y no por coacción, ¿verdad? Son dos cosas totalmente diferentes. Renuncia a tu propensión a justificarte, si la tienes. En tal caso los manipuladores comprenderán que no tienes nada por donde se te pueda enganchar y te dejarán en paz.

De hecho, la principal causa del complejo de inferioridad es el sentimiento de culpa. Si te sientes inferior en algo, significa que esta insuficiencia la has creado al compararte con los demás. Se inicia el proceso de primera instancia donde tú mismo intervienes como tu propio juez.

No obstante, eres el juez sólo en apariencia. En realidad ocurre algo distinto. Desde el principio estás predispuesto asumir la culpa, no importa por qué. Simplemente, en principio aceptas ser culpable. Y si es así, aceptas que puedas ser acusado y llevar el castigo. Al compararte con los demás les otorgas el derecho de ser superiores a ti. ¡Ten en cuenta que tú mismo les diste este derecho, les has permitido suponer que son mejores que tú! Lo más probable es que ellos no lo piensen, pero tú mismo lo has decidido así e intervienes como tu propio juez en nombre de los demás. Resulta que ellos te juzgan, porque tú mismo te entregaste a los tribunales.

Recupera el derecho de ser tú mismo y levántate del banquillo de los acusados. Nadie se atreverá a juzgarte, si tú mismo no te consideras culpable. Sólo tú por propia voluntad puedes dar a los demás el privilegio de ser tus jueces. Puede que todo lo que digo parezca una demagogia huera, puesto que si uno tiene algún defecto real, siempre habrá gente que lo notará. Exactamente, los habrá. Pero sólo en el caso de que perciban tu predisposición a cargar con la culpa de tus imperfecciones. Si admites que eres peor que los demás, aunque sea por un instante, la gente lo sentirá seguro. Por el contrario, si estás libre del sentimiento de culpa, a nadie se le ocurrirá autoafirmarse a costa tuya. Aquí podemos observar un efecto muy sutil que produce el potencial excesivo sobre el ambiente energético circundante. Viéndolo todo desde el punto de vista del sentido común, resulta difícil de creer en su totalidad. Y yo no puedo demostrar nada usando sólo palabras. Si no lo crees, ¡compruébalo!

Vadim Zeland: El espacio de las variantes, cap. IV