Soltar la situación

Los flujos en la corriente de las variantes liberan la mente de dos cargas superiores a sus fuerzas: la necesidad de solucionar los problemas racionalmente y controlar constantemente la situación. Por supuesto, sólo con la condición si la mente permite que la liberen. Para permitirlo se necesita una explicación más o menos razonable de por qué es mejor deshacerse de estas cargas. Como has podido notar, este libro tiene mucho de irracional, de una información que no concuerda con la posición del sentido común. Aunque el Transurfing no tiene por objetivo explicar la estructura del mundo circundante, tengo necesidad de argumentar constantemente de una u otra forma todas esas conclusiones que escandalizan a la mente.

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¿Y cómo no? Es muy difícil quebrantar el monolito del sentido común. La mente no está acostumbrada a creerlo todo ciegamente. Siempre exige argumentos y pruebas. Tú mismo puedes obtener las pruebas evidentes si pones en práctica los principios y métodos del Transurfing.

Las dos cargas de la mente (mencionadas arriba) le fueron impuestas desde la infancia. Desde siempre nos inculcaban: «¡Piensa con tu cabeza! ¿Te das cuenta de lo que haces? ¡Explícame tu conducta! ¡Haz los deberes, sólo si estudias y aprendes a utilizar la mente puedes lograr algo en la vida! ¡Cabeza de chorlito! ¿Vas a estudiar o no?». Los educadores de todo tipo y las circunstancias han modelado la mente como un «soldado» dispuesto en cualquier momento a dar respuesta a una pregunta, valorar una situación, tomar una decisión, mantener el control de lo que está ocurriendo. La mente está entrenada para actuar razonablemente desde el punto de vista del sentido común.

Pero no pienses que me entusiasmé tanto que me he pasado de la rosca y rechazo todo el sentido común por completo. Al contrario, el sentido común es un juego de reglas mínimas imprescindibles sobre cómo debe comportarse uno para sobrevivir en el mundo. Y el error de la mente está en que se atiene a este código de reglas demasiado literal y demasiado estrictamente. La obsesión con el sentido común no permite a la mente mirar alrededor y ver lo que no concuerda con esas reglas.

Y en este mundo hay mucho que contradice el sentido común. Nos lo confirma la incapacidad de la mente para explicarlo todo y protegernos de los problemas y disgustos. Existe una salida muy simple de esa situación: confiar en los flujos de la corriente de las variantes. La explicación de esta lógica es también muy simple: en los flujos se halla precisamente lo que busca la mente, la conveniencia. Como sabes, los flujos corren por el camino de menor resistencia. La mente intenta pensar razonable y lógicamente, basándose en la relación causa-consecuencia.

Pero su imperfección no le permite orientarse infaliblemente en el mundo circundante y encontrar las únicas decisiones correctas.

La naturaleza, en cambio, es en esencia perfecta; por lo tanto, en los flujos de la corriente de las variantes hay más conveniencia y lógica que en cualquier razonamiento sensato. Por mucho que la mente esté convencida de que piensa sanamente, se equivocará. Además, la mente cometerá errores en cualquier caso, pero lo hará mucho menos si modera su fervor y permite, en la medida de lo posible, que los problemas se resuelvan sin su participación activa. Y es exactamente lo que llamamos soltar la situación. En otras palabras, hay que aflojar el agarre, bajar el control, no molestar al flujo, dar más libertad al mundo circundante.

Tú ya sabes que presionar el mundo no sólo es inútil, también es perjudicial. Al no estar de acuerdo con el flujo, la mente crea potenciales excesivos. El Transurfing te ofrece un camino totalmente distinto. En primer lugar, nosotros mismos creamos obstáculos aumentando los potenciales excesivos. Si bajamos la importancia, los obstáculos se eliminarán por sí solos. En segundo lugar, si el obstáculo no cede, no debes luchar contra él; simplemente déjalo a un lado.

El mal de la mente está también en que tiende a ver como obstáculos aquellos acontecimientos que no quepan en su guion. Por lo común, la mente lo calcula y lo planifica todo con anticipación, y si luego sucede algo inesperado, empieza a luchar activamente contra eso para ajustar los acontecimientos a su guion. Como resultado, la situación empeora aún más. Por supuesto, la mente no es capaz de planificarlo todo de forma ideal. Pues bien, precisamente aquí debes dar más libertad al flujo. El flujo no está interesado en arruinar tu destino. Una vez más, eso no  es conveniente. Es la mente con sus acciones insensatas, la que arruina el destino.

Lo conveniente, desde el punto de vista de la mente, es que todo vaya según el guion planificado. Todo lo que no concuerda, la mente lo interpreta como un problema indeseable. Y lo indeseado hay que resolverlo, cosa que la mente empieza a hacer con mucha diligencia creando problemas nuevos. De esta manera la mente misma acumula un montón de obstáculos en su camino.

Piénsalo: ¿cuándo es feliz la gente, cuándo está satisfecha y contenta consigo misma? Cuando todo va según lo planeado. Cualquier desviación del guion se interpreta como fracaso. La importancia interior no deja que la mente acepte la posibilidad de una desviación. La mente piensa: «Pues yo he calculado y planificado todo con antelación. Sé mejor que nadie qué es bueno para mí y qué es malo. Soy prudente». Con frecuencia la vida obsequia a la gente con regalos que ésta acepta de mala gana, porque no los tenía planeados. «¡Yo quería otro juguete!» La realidad es tal que rara vez obtenemos precisamente los juguetes planeados; por ende andamos todos sombríos y disgustados. Y ahora imagínate ¡cuánto más alegre sería la vida, si la mente bajara su importancia y reconociera que las desviaciones tienen derecho a existir en el guion!

Cualquiera, por sí mismo, puede regular el nivel de su felicidad. La mayoría de la gente sitúa demasiado alto el listón inferior de este nivel; por ende se consideran a sí mismos infelices. No predico que te conformes con lo que tienes. La dudosa fórmula «quieres ser feliz, sé feliz» para el Transurfing no es adecuada. Tendrás tu juguete, pero de eso hablaremos más tarde. Ahora se trata de averiguar cómo evitar desgracias y disminuir la cantidad de problemas.

Precisamente la negativa de la mente a permitir desviaciones en su guion le impide aprovechar las soluciones ya listas que se encuentran en el flujo de las variantes. La maniática tendencia de la mente a tener todo bajo su control convierte la vida en una incesante lucha contra la corriente. Cómo no, ¿acaso la mente puede permitir que la corriente prosiga su camino sin someterse a su voluntad? Aquí nos acercamos al error más importante de la mente. La mente no trata de dirigir sus movimientos según la corriente, sino que intenta dirigir la corriente misma. Esa es una de las principales razones por las que aparecen problemas y desgracias de todo tipo.

El flujo conveniente, al moverse por la vía de la menor resistencia, no puede crear problemas u obstáculos. Los crea la mente torpe. Activa al Celador y observa, aunque sea durante un solo día, cómo la mente intenta dirigir la corriente. Te ofrecen algo, lo rechazas; intentan decirte algo, no le prestas nada de atención. Alguien expresa su punto de vista, discutes con él; alguien hace algo a su manera, intentas ponerle en el camino de la verdad. Te ofrecen una solución, tú le contradices. Esperas algo, pero recibes algo totalmente diferente, por lo que expresas tu disgusto. Alguien te molesta, te pones furioso. Algo va en contra de tu guion y te lanzas en ataque frontal para dirigir la corriente al lecho necesario. Puede que para ti, en particular, todo ocurra de un modo distinto; sin embargo, aquí también hay una parte de la verdad. ¿Cierto?

Ahora intenta aflojar el agarre de tu control y deja más libertad a la corriente. No te pido que estés de acuerdo con todos ni que aceptes todo. Simplemente cambia la táctica: mueve el centro de gravedad desde el control a la observación. Trata más de observar que de controlar. No te apresures a menear la cabeza, contradecir, discutir, perseverar en tu opinión, dirigir, criticar. Da a la situación la posibilidad de resolverse sin tu intervención activa o tu resistencia. Y quedarás, si no atónito, seguramente asombrado. Sucederá algo paradójico. Al renunciar al control: obtendrás aún más control sobre la situación del que tenías antes.

Un observador imparcial tiene siempre más ventajas que el participante inmediato. Es por lo que repito constantemente: alquílate.

Cuando mires atrás, te convencerás de que tu control iba contra la corriente. Las sugerencias de los demás no carecían del sentido. No deberías haber discutido con ellos. Tu intervención era innecesaria. Lo que considerabas como obstáculos, en realidad no lo eran en absoluto. Los problemas se resuelven felizmente sin que tú lo sepas.

Lo que has recibido fuera de lo planeado, no es tan malo como piensas. Las frases escapadas por casualidad son realmente válidas. Tu incomodidad interior ha sido una señal de advertencia. No has gastado energía de más y has quedado contento. Pues eso es aquello de lo que te había hablado al principio, el regalo de lujo que hace la corriente a la mente.

Por supuesto, además de lo dicho recordaremos a nuestros «amigos». Los péndulos nos impiden movernos de acuerdo con la corriente. A cada paso preparan provocaciones para el hombre obligándole a dar manotazos sobre el agua. La existencia del flujo en la corriente no conviene al péndulo por una causa muy simple: la corriente va en dirección de consumo energético mínimo. La energía que gasta uno al luchar contra la corriente crea potenciales excesivos y alimenta los péndulos. El único control al que se debe prestar atención es el control sobre el nivel de importancia exterior e interior. Recuerda que precisamente es la importancia la que impide a la mente soltar la situación.

En muchos casos es mucho más eficaz y útil soltar la situación, en vez de seguir insistiendo en lo propio. El esfuerzo por autoafirmarse crea desde la infancia la costumbre de probar la propia importancia. De aquí nace la propensión, perjudicial en todo sentido, de demostrar a cualquier precio que «yo tengo razón». Esos esfuerzos crean el potencial excesivo y entran en contradicción con los intereses de los demás. Muy a menudo la gente intenta demostrar su razón aún en aquellos casos en que el veredicto en uno u otro sentido no afectan directamente sus intereses.

Existen personas cuyo sentimiento de la importancia interior es tan hipertrófico (exagerado) que intentan salirse con la suya en cualquier tontería. La importancia interior se trasforma en una manía de tenerlo todo bajo control: «Demostraré a todos que yo tengo la razón, cueste lo que cueste». Una costumbre muy perjudicial. Dificulta la vida, ante todo al propio defensor de la verdad.

Si tus intereses no han de sufrir mucho a causa de eso, suelta la situación sin miedo y deja que los demás chapaleen. Si lo haces conscientemente, enseguida se te quitará un peso de encima y hasta te sentirás mejor que si hubieses probado tu punto de vista. Te traerá satisfacción el hecho de haber subido un escalón más: no te has puesto, como siempre, a demostrar tu importancia, sino que te has portado como un padre sabio con sus hijos insensatos.

Pongamos un ejemplo más. El ardor excesivo en el trabajo es tan perjudicial como la negligencia. Supongamos que has comenzado a trabajar en un puesto de prestigio, con el que soñabas desde hace mucho tiempo. Te planteas altas exigencias, pues consideras que debes dar a conocer tu mejor perfil. Eso está bien, pero al empezar a trabajar con demasiado entusiasmo, lo más probable será que no aguantes la tensión, sobre todo si la tarea es difícil. En el mejor de los casos tu trabajo no será eficaz; en el peor, sufrirás una crisis nerviosa. Incluso puedes llegar a la convicción falsa de que no eres capaz de cumplir el trabajo.

También hay otra variante posible. Despliegas una actividad febril, perturbando de este modo el orden establecido de las cosas. Te parece que es mucho lo que se puede perfeccionar en el trabajo y estás absolutamente seguro de actuar correctamente. Sin embargo, si tus innovaciones destruyen la vida habitual de los empleados, no esperes nada bueno. Es un caso en que la iniciativa es punible. Te han puesto en la corriente lenta, pero tranquila y equilibrada, y tú chapaleas con todas tus fuerzas, intentando nadar más rápido.

Entonces qué, ¿resulta que uno no puede decir ni palabra en contra y no vale la pena destacarse entre los demás? Bueno, tampoco es para tanto. Hay que enfocar la cuestión desde el punto de vista práctico. Puedes enfadarte y criticar sólo aquello que te moleste directamente y sólo si tu crítica puede mejorar algo. Nunca critiques lo que ya ha pasado, o sea, lo que es imposible de cambiar. Por lo demás, no es necesario aplicar literalmente las reglas de movimiento a favor de la corriente, estando de acuerdo con todo y todos, sino sólo mover el centro de gravedad desde el control a la observación. Observa más y no te apresures a controlar. El sentido de la medida vendrá solo; por eso no te preocupes.

Vadim Zeland: El espacio de las variantes, cap. 6