Somos responsables de nuestras emociones

Se nos ha condicionado a creer que nuestras emociones, agradables o desagradables, son causadas por lo que ocurre en el exterior, por lo que hace o dice la gente que hay a nuestro alrededor, por “lo que pasa”. Sin embargo, tras el estudio que acabamos de hacer, es evidente que las reacciones emocionales dependen únicamente del circuito que toma la conciencia al percibir el mundo, es decir, según se utilice la parte inferior del filtro de percepción o la parte superior. Así que, en principio, es una opción de cada instante.

Aplicado a la vida cotidiana, eso significa que somos responsables de nuestras reacciones cualesquiera que sean los factores externos que parezcan originar nuestras turbulencias emocionales; no es culpa de lo que ocurre a nuestro alrededor, en modo alguno, ni de lo que los demás hayan podido decir o hacer. La responsabilidad de nuestra situación emocional, tanto si es grata como si no lo es, es estrictamente nuestra.

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Lo que pasa es que el circuito inferior es tan rápido y lo hemos utilizado con tanta frecuencia que parece que no tenemos elección y que son los acontecimientos o las personas que nos rodean los que originan nuestras emociones, sobre todo si son desagradables; todo es culpa suya…

Estamos condicionados por millones de respuestas automáticas. El surco es tan hondo y la conciencia lo utiliza con tanta rapidez y facilidad que tenemos la impresión de que no puede funcionar de otra manera. Estamos convencidos de que si hemos montado en cólera es por la forma tan desagradable en que se ha comportado el compañero de trabajo, que si nos sentimos tristes es porque un amigo olvidó su promesa, etc. Son reacciones frecuentes, y si alguien nos sugiere que el otro no tiene nada que ver, nos enfadamos, nos hacemos más emocionales todavía y seguimos creyendo que tenemos razón de sentirnos así, que es por culpa del otro. La prueba es que si él no se hubiera conducido así, no estaríamos en ese estado… Es un escenario conocido; se representa todos los días.

No es fácil asumir la responsabilidad de nuestros estados emocionales; y, dado el nivel medio de la conciencia actual, el listón queda muy alto… Por un lado, va en contra del condicionamiento colectivo; por otro el ego se debate como una fiera, se empecina en culpar a los demás creyendo que tiene razón y que son los otros los que se equivocan, sobre todo si el ordenador tiene una carga de memorias dolorosas. Porque recordemos que el ego se aferra a sus memorias, cualesquiera que sean, y a la carga emocional que conllevan. No importa que sean dolorosas. Se aferra a ellas porque son las reacciones que han acompañado la supervivencia, sencillamente.

A veces, cuando uno empieza a despertar, puede decirse a sí mismo: “Sí, reconozco que soy responsable de mis reacciones; pero, asimismo, el otro también tiene una parte de responsabilidad (sobreentendido, de culpa…)” Es otra vez la misma canción: “Si él no hubiera hecho lo que hizo o ella no hubiera dicho lo que dijo, ¡no estaría yo así!”. En realidad eso muestra que uno no quiere apartarse de verdad del viejo camino, que va por el borde en lugar de ir por en medio, nada más. Pero sigue siendo el mismo viejo camino y seguirá llevándonos a la decepción y a la tristeza. No se puede “soltar amarras” a medias. Es como saltar en paracaídas: o se salta o se queda uno en el avión. Pero no se puede saltar a medias… Lo mismo ocurre respecto a asumir la responsabilidad de nuestros estados emocionales.

Lo que hagan los demás no nos concierne. No somos quiénes para evaluar sus intenciones, su realidad interior, sus sufrimientos, etc. Cada uno hace lo que puede con las memorias que lleva consigo (personales y colectivas) y según su grado de conciencia. Decidir cómo vamos a reaccionar ante lo que la vida nos presenta a través de los acontecimientos y de las personas es responsabilidad nuestra.

El simple hecho de no culpar a nadie por nuestras reacciones emocionales es un gran paso hacia la conciencia superior, aun cuando todavía no se haya conseguido desalojar las memorias contenida en la amígdala. Cuando de modo consciente nos negamos a responsabilizar a los demás de nuestras emociones, no por condicionamientos morales sino por haber comprendido nuestro funcionamiento interior, se flexibiliza la rigidez mental, se calma el aspecto emocional primario y, naturalmente, se abre la puerta a la influencia benéfica del alma. Ésta se hará sentir tarde o temprano, de forma inesperada, a través de una profunda sensación de bienestar y de libertad, y de un desprendimiento sereno de todo lo que antes nos hacía sufrir.

Annie Marquier: El maestro del corazón