Superioridad e inferioridad

Los sentimientos de superioridad o de inferioridad son mera relación de dependencia. Tus cualidades se oponen a las cualidades de los demás, por lo que inevitablemente surge el potencial excesivo. A nivel energético no tiene importancia si expresas tu superioridad públicamente o, simplemente, te felicitas en secreto a la hora de compararte con los demás. No es necesario demostrar que, al evidenciar superioridad, nada se logra, salvo la aversión del prójimo. Al cotejarse favorablemente con los demás, el hombre intenta autoafirmarse artificialmente a cuenta de otro. Tal predisposición siempre crea un potencial, aunque sea sólo una sombra de soberbia no expresada claramente. En este caso el vanidoso se llevará un coscorrón de las fuerzas equilibrantes.

Es comprensible que, al compararse con el mundo circundante, el hombre intente demostrar su relevancia. Pero autoafirmarse por comparación es algo ilusorio. Para hacer una analogía, es como una mosca que intenta atravesar el cristal, cuando al lado tiene una ventana abierta. A la hora de intentar declarar su importancia al mundo, uno malgasta su energía para mantener el potencial excesivo artificialmente creado. El  auto-perfeccionamiento, al contrario, desarrolla virtudes reales, por lo que la energía no se gasta en vano y no crea potencial perjudicial.

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Puede parecer que es muy poca la energía que se consume al compararse con los demás. Sin embargo, esa cantidad es suficiente para mantener un potencial bastante fuerte. Lo importante aquí es el propósito  firme de dirigir la energía hacia uno y otro lado. Si el objetivo de uno es adquirir virtudes, su intención le lleva adelante hacia la obtención de la meta. Si su objetivo, en cambio, es mostrar al mundo sus «condecoraciones», se queda atascado en un sitio, creando una heterogeneidad en el campo energético. El mundo se «deslumbrará» con el resplandor de sus condecoraciones y las fuerzas equilibrantes entrarán en acción. Éstas tienen pocas opciones: bien reavivar los colores mustios del mundo circundante, bien apagar el esplendor de la estrella inoportuna. La primera variante es demasiado trabajosa, por supuesto. Sólo queda la segunda. Y a las fuerzas equilibrantes les sobran modos de hacerlo. No necesitan siquiera desposeer de sus condecoraciones al ambicioso. Con darle un disgusto cualquier sería suficiente para bajarle los humos.

Con frecuencia interpretamos los disgustos, problemas u obstáculos cualesquiera como propiedades integrantes de este mundo. Nadie se sorprende de que todos esos contratiempos, empezando por los pequeños y terminando por los serios, sean sus infalibles acompañantes a lo largo de la vida. Estamos acostumbrados a que nuestro mundo sea así. En realidad, la desgracia es una anomalía, no un hecho normal. De dónde procede esta anomalía y por qué le sucede precisamente a uno, a menudo es imposible de averiguar por lógica, pues, la mayoría de las desgracias, de una u otra manera, son provocadas por la actitud de las fuerzas equilibrantes al eliminar los potenciales excesivos creados por ti o por quienes te rodean. Tú mismo no te das cuenta de que primero creas el potencial excesivo y luego aceptas las desgracias como un mal inevitable, y no comprendes que es sólo el funcionamiento de las fuerzas equilibrantes.

Puedes deshacerte de gran parte de esas desgracias si te libras de los titánicos esfuerzos destinados a mantener potenciales excesivos. Aparte de malgastar tanta energía, por la acción de las fuerzas equilibrantes surgidas obtienes algo totalmente contrario a tu intención. Por lo tanto, debes dejar de golpearte como una mosca contra el cristal y redirigir tu intención hacia el desarrollo de tus cualidades, sin preocuparte por tu posición en la escala de superioridad. Al quitarte de encima el peso de la preocupación por elevar tu propia relevancia, te librarás de la influencia de las fuerzas equilibrantes. Tendrás menos problemas y te sentirás más seguro de tus capacidades.

Por otra parte, debes desechar toda idea de que eres capaz de controlar el mundo que te rodea. Independientemente de tu posición en la escala social, si crees eso seguro que saldrás perdiendo. Los intentos de cambiar el mundo circundante alteran el equilibrio. Al intervenir activamente en la organización del mundo lesionas, en cierto grado, los intereses de muchas personas. El Transurfing permite elegir el destino sin rozar los intereses de nadie. Es mucho más eficaz que ir a campo traviesa superando obstáculos. Tu destino está realmente en tus manos, pero en el sentido que sólo se te da el derecho de elegirlo, no de cambiarlo. Al actuar desde la posición de creador del destino, en su sentido literal, mucha gente sale derrotada. En el Transurfing no hay lugar para la lucha; por lo tanto, puedes «enterrar el hacha de la guerra» con alivio.

Por el otro lado, renunciar a la superioridad no tiene nada que ver con humillarse uno mismo. El rebajamiento de las cualidades propias es otra cara de la superioridad, lo que no tiene ninguna importancia a nivel energético. El valor del potencial surgido es directamente proporcional a la diferencia entre el valor que uno da a sus capacidades y lo que en realidad vale. Al chocar contra la relevancia, las fuerzas equilibrantes actúan de cualquier modo con tal de bajarla del pedestal. En caso de complejo de inferioridad, le obligan a uno a intentar elevar de cualquier manera sus cualidades artificialmente rebajadas. Normalmente las fuerzas equilibrantes actúan a quemarropa, sin preocuparse por las delicadezas de las relaciones humanas. Por ende, al intentar ocultar el complejo la persona se porta de una manera poco natural, resaltando más aún su complejo.

Por ejemplo, los adolescentes pueden comportarse de manera insolente, pero en realidad, sólo están compensando su falta de seguridad en sí mismos. Los tímidos pueden actuar de forma descarada para encubrir su timidez.

Las personas con baja autoestima, en su deseo de mostrar su mejor lado, pueden comportarse de manera torpe o afectada. Y así todo. En cualquier caso, la lucha contra el complejo trae consigo consecuencias aún más desagradables que el complejo mismo.

Como comprenderás, todos estos intentos de vencer el complejo de inferioridad son vanos. Es inútil luchar contra él. El único modo  de evitar sus consecuencias es eliminar el complejo mismo. Sin embargo, librarse de él resulta bastante difícil. Tampoco es eficaz tratar de convencerte que todo va bien. El autoengaño lleva al fracaso.

A estas alturas será suficiente comprender que nuestra preocupación por las imperfecciones, comparadas con las cualidades de los demás, funciona de la misma manera que si hubiéramos mostrado al mundo nuestra comparativa superioridad. El resultado será totalmente contrario a la intención. No creas que cuantos te rodean atribuyen a tus imperfecciones la misma importancia que tú. En realidad cada uno se preocupa sólo por sí mismo; por lo tanto, puedes quitarte tranquilamente esta titánica carga de encima. Al hacerlo desaparecerá el potencial excesivo, las fuerzas equilibrantes dejarán de agravar la situación y la energía liberada se dirigirá al desarrollo de tus virtudes.

Se trata de que no luches contra tus imperfecciones ni intentes ocultarlas, sino que las compenses con otras cualidades. La falta de belleza se puede compensar con el encanto. Hay personas con un exterior nada atractivo, pero sólo tienen que empezar a hablar para que su interlocutor quede cautivado por sus encantos. Los defectos físicos se compensan con la seguridad en uno mismo. ¡Cuántos personajes históricos eminentes tenían un aspecto poco atrayente! La incapacidad de hablar con soltura se puede reemplazar por la capacidad de escuchar. Existe un proverbio: «Todos mienten, pero eso no cambia nada, pues nadie escucha a nadie». La gente puede interesarse por tu elocuencia, pero en último lugar. Todos, al igual que tú, se ocupan exclusivamente de sí mismos, de sus problemas, por lo que un buen oyente con quien desahogarse es un verdadero hallazgo. A las personas tímidas se les puede dar un único consejo: ¡que cuiden su cualidad como si fuera un tesoro! Creedme, la timidez tiene un encanto oculto. Cuando renunciéis a la lucha contra la timidez, ella dejará de tener un aspecto torpe y notaréis que los demás os miran con simpatía.

Bien, vaya un ejemplo más sobre la compensación. La falsa necesidad de ser «un tipo duro» empuja frecuentemente los individuos a imitar a los que consiguieron este «título».

Una copia irreflexiva del guion ajeno no crea más que una parodia. Cada uno tiene su guion de vida. Para eso bastará sólo con elegir tu propio credo y vivir de acuerdo con él. Imitar a los demás en un intento de conseguir el estatus del «tío duro» significa utilizar el método de la mosca que se golpea contra el cristal. Por ejemplo, en el líder de un grupo de adolescentes, quien se convierte en líder es el que vive según su propio credo. Precisamente por eso se ha convertido en un líder, porque se liberó a sí mismo de la obligación de tener que consultar a los demás sobre cómo tiene él que actuar. No tiene necesidad de imitar a nadie, puesto que ha establecido para sí un valor digno; él mismo sabe lo que hace, no adula a nadie, no intenta demostrar nada a nadie. De esa manera se libra de los potenciales excesivos y adquiere una ventaja merecida. Se convierte en dirigente de cualquier grupo aquel que viva según su credo. Si un hombre se ha liberado de la carga de los potenciales excesivos, no tiene nada que defender: en su interior está libre, es autosuficiente y tiene mucha energía. Estas ventajas frente a los demás miembros del grupo le convierten en un líder.

¿Ves dónde está la ventanilla abierta? Puede que pienses: «Todo eso no tiene nada que ver conmigo; yo, al menos, no adolezco de eso». No intentes engañarte. Cualquiera, en uno u otro grado, es propenso a crear potenciales excesivos a su alrededor. Pero generalmente, si sigues los principios del Transurfing, el complejo de inferioridad o de superioridad simplemente desaparecerá de tu vida.

Vadim Zeland: El espacio de las variantes, cap. 4