Transformar la calidad energética de nuestros dife­rentes cuerpos

El trabajo consciente sobre uno mismo ha sido durante mu­cho tiempo el atributo de sólo algunos. Estos han avanzado muy rápidamente y nos han demostrado, gracias a sus pro­pias realizaciones, cuáles pueden ser las posibilidades que se ofrecen a todos los seres humanos si están interesados en ac­ceder a ellas. En la actualidad cada vez más personas están dispuestas a abrirse un verdadero camino interior, y las téc­nicas y métodos correspondientes a diferentes niveles se han desarrollado y resultan más accesibles al público en general.

Al darnos cuenta que existimos en el seno de ese gran complejo energético del universo, orquestado en lo que nos concierne por la ley de la evolución, podemos comprender mejor cómo «creamos» nuestro entorno personal por atrac­ción en el curso de nuestra vida.

Los cuerpos del ser humano

Nuestros estados energético y de conciencia están así ín­timamente ligados y son interdependientes. De hecho, son dos caras de la misma realidad. En particular, todo nuestro bagaje de experiencias pasadas está inscrito energéti­camente en nuestros diferentes cuerpos. Toda armonía o discordia, toda realización o toda limitación en conciencia se traducen por una vibración de cierto tipo.

Cuando tenemos que hacer un trabajo específico de con­ciencia en esta vida, éste se inscribe en alguna parte de nues­tro sistema energético: mental, astral, etéreo, físico. Este es­tado energético, esta vibración específica que llevamos en nosotros tendrá por efecto atraer vibratoriamente, en fun­ción del Plan de evolución, a las personas o situaciones que nos permitan trabajar sobre el desarrollo de esa cualidad, so­bre la manifestación de ese poder, sobre esa carencia o sobre la corrección de esa debilidad. Todo esto se inscribe energé­ticamente en nuestros diferentes cuerpos y actúa como un imán en el Campo de Energía Universal por el cual todos estamos vinculados.

El universo en un vasto complejo energético

Lo mismo que el universo no está hecho sólo de materia o energía física, el ser humano tampoco está constituido única­mente de un cuerpo físico. Este cuerpo físico, hecho de mate­ria física, es efectivamente un cuerpo de materia-energía, vi­brando a una frecuencia bien determinada: la de la materia física. Pero tenemos otros cuerpos: un cuerpo etéreo, un cuerpo astral, un cuerpo mental, un cuerpo causal y otros más elevados todavía que se interpenetran, formados de «materia» que vibra a frecuencias cada vez más elevadas. Nuestro cuerpo hecho de materia física «flota», por decirlo de alguna ma­nera en nuestro cuerpo de materia etérea, flotando a su vez en nuestro cuerpo de materia astral, que flota en nuestro cuerpo de material mental, flotando finalmente en nuestro cuerpo de materia causal, y este último es el campo del Ello (a fin de sim­plificar no diferenciaremos aquí los cuerpos de sus emanacio­nes). Considerando el nivel de evolución medio actualmente alcanzado, podemos detenernos en este estado, de momento. Esos cuerpos tienen, sin ninguna duda, una interacción muy intensa entre ellos, el superior teniendo siempre la posibilidad de controlar al inferior.

Estructura del ser humano

Consideramos que el ser humano está constituido por un ser interior (al cual se le ha dado diferentes nombres en otras tantas culturas y tradiciones: Alma, Centro, Ángel so­lar, Cristo interior, Fuente, Yo superior, Conciencia supe­rior, Guía interior, Ego (con E mayúscula) y que este ser interior dispone de un vehículo de manifestación (llamado frecuentemente «personalidad» o ego) formado de un cuerpo mental, de un cuerpo emocional y de un cuerpo físico que le permite manifestarse en el mundo de la materia.