Lo Divino humano

En todos los cielos no hay otra idea de Dios que la idea de un hombre; la razón es que el cielo en su totalidad, y en cada una de sus partes, tiene la forma de un hombre, y lo Divino, que está con los ángeles, constituye el cielo; y el pensamiento procede según la forma del cielo; porque es imposible que los ángeles piensen a Dios de otra manera. De ahí que todos los que en el mundo están conjuntados con el cielo (es decir, con los mundos internos), cuando piensan interiormente en sí mismos, es decir, en su espíritu, piensan en Dios de ma­nera semejante. Ésta es la razón por la que Dios es un Hom­bre. La forma del cielo afecta a eso que en sus cosas más grandes y en las más pequeñas es como sí mismo

LO DIVINO Y LO HUMANO

En todos los cielos no hay otra idea de Dios que la idea de un hombre; la razón es que el cielo en su totalidad, y en cada una de sus partes, tiene la forma de un hombre, y lo Divino, que está con los ángeles, constituye el cielo; y el pensamiento procede según la forma del cielo; porque es imposible que los ángeles piensen a Dios de otra manera.

Dios juega al juego del escondite

Dios juega al juego del escondite, pretendiendo ser gente separada para que el amor, la aventura y la vuelta a Casa puedan tener lugar.
Esta idea de que todos nosotros estamos divididos en personalidades separadas, es indispensable. Sin ella, el universo se desploma en una deidad unificada y perfecta en el Centro.

LA VERDADERA ORACIÓN

La oración es un camino que ofrece el Espíritu Santo para llegar a Dios. No es simplemente una petición o una súplica. No tendrá éxito hasta que te des cuenta de que no pide nada. ¿De qué otra manera, si no, podría cumplir su propósito? Es imposible  rezar por ídolos y esperar llegar a Dios. La verdadera oración debe evitar la trampa de convertirse en una súplica. Pide, más bien, recibir lo que ya ha sido dado;  aceptar lo que ya está ahí.

SOBRE EL DESAPEGO

Yo alabo más al desprendimiento que al amor, y es por esta razón: lo que el amor tiene de mejor, es que me obliga a amar a Dios, mientras que el desapego obliga a Dios a quererme. Es mucho más noble obligar a Dios a venir a mí, que obligarme a ir hacia Dios, porque Dios puede más íntimamente penetrar y unirse a mí que yo pueda unirme a Dios.