No juzguéis

La decisión de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el proceso en el que se basa la percep­ción, pero no el conocimiento. He hecho referencia a esto ante­riormente al hablar de la naturaleza selectiva de la percepción, y he señalado que la evaluación es obviamente su requisito previo. Los juicios siempre entrañan rechazo. Nunca ponen de relieve solamente los aspectos positivos de lo que juzgan, ya sea en ti o en otros. Lo que se ha percibido y se ha rechazado, o lo que se ha juzgado y se ha determinado que es imperfecto permanece en tu mente porque ha sido percibido.

Nuestra amenaza interior

Todo lo que experimentamos aparece por una razón. Queremos entender las razones por las que el crítico interior sigue apareciendo. Esto requiere práctica. Inicialmente, reconoceremos el impacto del crítico interno después del hecho, más tarde en el día, cuando nos sintamos inseguros o debilitados. A medida que aprendemos a percibirlos como síntomas de esta voz crítica interna y nos volvemos más curiosos acerca de ella, desarrollamos nuestra capacidad para ser conscientes de ello en el momento y ver qué lo desencadenó. En lugar de dejar que el crítico interno defina nuestra experiencia, comenzamos a identificar este patrón y comenzamos a elegir si queremos alinearnos con su perspectiva o no. Entonces podemos aprender de nuestras experiencias sin menospreciarnos.

Alcanzar el objetivo

Tu pregunta no debería ser: «¿Cómo puedo ver a mi hermano sin su cuerpo?» sino, «¿Deseo realmente verlo como alguien incapaz de pecar?» Y al preguntar esto, no te olvides de que en el hecho de que él es incapaz de pecar radica tu liberación del miedo. La salvación es la meta del Espíritu Santo. El medio es la visión. Pues lo que contemplan los que ven está libre de pecado. Nadie que ama puede juzgar, y, por lo tanto, lo que ve está libre de toda condena. Y lo que él ve no es obra suya, sino que le fue dado para que lo viese, tal como se le dio la visión que le permi­tió ver.

Los juicios

Cuando hayas contemplado lo que parecía infundir terror y lo hayas visto transformarse en paisajes de paz y hermosura, cuando hayas presenciado escenas de violencia y de muerte y las hayas visto convertirse en serenos panoramas de jardines bajo cielos despejados, con aguas diáfanas, portadoras de vida, que corren felizmente por ellos en arroyuelos danzantes que nunca se secan, ¿qué necesidad habrá de persuadirte para que aceptes el don de la visión? Y una vez que la visión se haya alcanzado, ¿quién podría rehusar lo que necesariamente ha de venir después? Piensa sólo en esto por un instante: puedes contemplar la santidad que Dios le dio a Su Hijo. Y nunca jamás tendrás que pensar que hay algo más que puedas ver.