La mirada del amor es diferente de la mirada del pensamiento.
Uno lleva en una dirección donde el pensamiento no puede seguir, y el otro conduce a la separación, el conflicto y el dolor.
De este dolor, no puedes ir al otro.
La distancia entre los dos está hecha por el pensamiento, y el pensamiento no puede alcanzar al otro de ninguna manera.
Al volver caminando por los caseríos, los prados y la vía del tren, verás que el ayer ha llegado a su fin: la vida comienza donde termina el pensamiento.
Así son las cosas, en el lugar donde sería de esperar que encontrara una entidad llamada «yo», lo único que de verdad encuentro es esta asombrosa danza de olas, y nada que me separe de ellas. En la ausencia del yo, encuentro la presencia del mundo. El mundo y yo estamos enamorados ―en el verdadero sentido de la palabra «amor»―. Pierdo la identificación con «mi vida» y descubro mi inseparabilidad de la vida en sí. Descubro que no soy una consciencia, un alma o un espíritu desencarnados separados de la vida, flotando sobre, más allá o detrás de la vida, o que hayan existido antes o existan después de la vida. Soy la vida.
No hay modo alguno de saber nada, porque no hay palabras para referirse a lo que esto es. Y, como ocurre con los recién nacidos, todo se nos ofrece entonces como si lo viésemos por vez primera. Nada tiene nombre y, como Adán en el jardín del paraíso, empezamos a nombrarlo todo desde cero.
Las personas despiertas y las personas iluminadas son meros sueños. El único que quiere despertar es el personaje onírico y, cuando finalmente despierta, resulta que ha despertado del sueño.
ESTO es atemporal, inmortal y eterno. Esto no tiene paragón, esto jamás se repetirá, esto es, instante tras instante -aunque no haya ahí ningún “instante”-, absolutamente nuevo y único. Esto está despojado de toda cualidad, hasta de la cualidad de estar despojado de toda cualidad. Pero, a pesar de ello, es totalmente pleno y está preñado de infinitas posibilidades que se vierten una y otra vez al mundo. Esto es la paz, pero una paz volcánica, una paz que no niega el ruido, sino que lo abraza plenamente, una paz infatigable, una paz extática que sale una y otra y otra vez de sí misma
La capacidad de extenderse es un aspecto fundamental de Dios que Él le dio a Su Hijo. En la creación, Dios Se extendió a Sí Mismo a Sus creaciones y les infundió la misma amorosa Voluntad de crear que Él posee. No sólo fuiste plenamente creado, sino que fuiste creado perfecto. No existe vacuidad en ti. Debido a la semejanza que guardas con tu Creador eres creativo. Ningún Hijo de Dios puede perder esa facultad, ya que es inherente a lo que él es, pero puede usarla de forma inadecuada al proyectar. El uso inadecuado de la extensión -la proyección- tiene lugar cuando crees que existe en ti alguna carencia o vacuidad, y que puedes suplirla con tus propias ideas, en lugar de con la verdad.
Tú que quieres la paz sólo la puedes encontrar perdonando completamente. Nadie aprende a menos que quiera aprender y crea que de alguna manera lo necesita. Si bien en la creación de Dios no hay carencia, en lo que tú has fabricado es muy evidente. De hecho, ésa es la diferencia fundamental entre lo uno y lo otro. La idea de carencia implica que crees que estarías mejor en un estado que de alguna manera fuese diferente de aquel en el que ahora te encuentras. Antes de la «separación», que es lo que significa la «caída», no se carecía de nada.