Manejar tu destino I

La fe verdadera ya no es fe, es conocimiento. Si te ves obligado a convencerte, a per­suadirte no importa cómo, por entusiasmo o por fuerza, eso significa que es una fe falsa. El conocimiento no se forma por convicción, sino por los hechos. Cuando tu mente se encuentra ante un hecho, lo sabes sin más. Una fe falsa se mantiene por el control de la mente. La mente, al estar en una habitación ilusoria del laberinto, vigila para que allí no se cuele ninguna duda. Si la mente quiere tener espe­ranzas, no desea oír nada más.

El poder de las circunstancias

Hay que aprovechar la costumbre de la mente de tenerlo todo bajo control y ofrecerle un juego nuevo. La idea de ese juego es la siguiente: al surgir cualquier circunstancia desfavora­ble, despierta, valora conscientemente la importancia de lo ocurrido y cambia tu actitud. Tú mismo podrás persuadirte de que tal juego le gustará a tu mente. Ahora sabrás el principio general de la coordinación. Al guiarte por este principio, podrás obtener el mismo éxito en lo positivo, el que los negativistas obtienen en sus peores temores. Y suena así. Si te propones tener la intención de considerar el cambio de guion, aparentemente negativo, como algo positivo, todo será precisamente así.

Libertad de elección

Cuando desaparece la importancia, la determinación de obtener pasa a ser la determinación de tener y entonces empieza a funcionar la intención exterior.

Ya tienes el derecho de elegir. Y no tienes necesidad de luchar por este derecho. Si estás completamente decidido a conseguir tu derecho de elegir, prepárate para sufrir una decepción. Estar completamente decidido, significa tener firmeza. De nuevo, mantienes el agarre mortal. Las fuerzas equiponderantes enfriarán rápidamente tu ardor. Y los péndulos, al percibir tu importancia, enseguida empezarán a provocarte. Tú mismo te percatarás de qué es, exacta­mente, lo que va a pasar.

Todo lo que necesitas es, por enci­ma de todo, permitirte tener. No es algo a lo que estés acostumbra­do, ¿verdad? Aun así, atrévete y permítete tener. Que las manzanas de Newton y de otra gente caigan al suelo. A pesar de todo, permite a tus manzanas caer al cielo.

¿Deseas desesperadamente obtener la determinación de tener? Renuncia al deseo. Ya basta de desear: de todos modos recibirás lo necesario. Limítate a pensar que coges lo tuyo. Cógelo tranquila­mente, sin exigir ni insistir. Pues es lo que yo quiero, ¿pasa algo? Y lo voy a tener.

Potenciales excesivos

No luches contra tu reacción a la provocación. Mírala de mane­ra diferente. Las emociones son la consecuencia, cuya causa es la actitud. Te conviene cambiar conscientemente tu reacción a los factores negativos. Mostrar una actitud inadecuada no es difícil, puesto que tú mismo te das cuenta de que es sólo un juego. Que brinca el payaso. Como si hubieras peleado con un enemigo en una habitación donde sólo hay espejos. Parece que el péndulo esté aquí, al lado. Pero en realidad lo que ves no es él, ni siquiera su reflejo. En el espejo se refleja tu importancia. Mientras para ti algo tenga una significación excesivamente importante, tienes un enemigo, y éste va y viene constantemente en los espejos. Pero si tu importancia está en cero, no tienes nada que temer, nada que defender ni a nadie a quien atacar.

Los espejos de significación se rompen en mil pedazos; entonces verás que este espantajo de arcilla se ha desmoronado.

Confianza en ti mismo

La verdadera, serena confianza en sí mismo se basa sólo en la integridad y auto­suficiencia interior de una persona. Eso significa que tú no te estás comparando con nadie, y simplemente estás en absoluto equilibrio con tu alma. Tal equilibrio se logra en la unidad del alma y la men­te, cuando no sientes culpa, dependencia, superioridad, obligación, miedo ni preocupación. En otras palabras, no rompes el equilibrio con el mundo circundante ni contigo mismo. Vives en armonía con el mundo que te rodea y contigo mismo. Vives según tu credo. Por su­puesto, eso es lo ideal, pero a eso hemos de aspirar: es el único modo de obtener la verdadera confianza, o sea, la coordinación. La con­fianza lograda por cualquier otro medio será falsa.