Transformar la calidad energética de nuestros dife­rentes cuerpos

La forma más segura de transformar nuestra calidad energética esla de evolucionar en conciencia, hacer un tra­bajo en conciencia sobre uno mismo acompañándolo de una labor de liberación energético-emocional. En la actualidad existen numerosas y excelentes técnicas para hacer un trabajo de tipo energético. En nuestra experiencia hemos encontrado que el trabajo con la respiración es una buena herramienta, a condición de estar bien acompañado por un trabajo en con­ciencia. El trabajo sólo con la energía, sobre todo si se trata de una técnica donde existe una intervención exterior (lo que no ocurre con el trabajo con la respiración), puede presentar inconvenientes bastante serios. Efectivamente si por una ac­ción exterior a la persona, permitimos que se instale una tasa vibratoria superior en uno de los cuerpos de esta persona, no hay ninguna seguridad que ésta esté dispuesta a asumir en conciencia las consecuencias de este cambio de estado. Esto puede ocasionar problemas graves. Es la causa por la que creemos que el trabajo en conciencia es una necesidad para garantizar un proceso armonioso, eficaz y seguro de rearmonización energética y emocional.

calidad energética

En este sentido pensamos que el trabajo de cambio cons­ciente de contexto de pensamientos, del cual presentamos aquí un aspecto, es esencial para que un trabajo interior sea eficaz y generador de resultados concretos en la vida cotidia­na. Porque es en la vida cotidiana donde sufrimos las prue­bas. Y en las situaciones de todos los días es donde podemos verdaderamente evaluar si somos realmente libres en el inte­rior, o si todavía estamos prisioneros de nuestras estructuras anquilosadas, de nuestros bloqueos y de nuestras programa­ciones debidos al pasado.

De una manera general, ¿cómo se lleva a cabo la evolu­ción en conciencia? Puede hacerse de dos formas. Citaremos aquí a Alice A. Bailey: «La evolución de la conciencia y el efecto de esta evolución sobre los vehículos en los que funciona la entidad consciente esla suma total de los procesos de la naturaleza y, desde el punto de vista de la unidad humana inteligente, tres palabras pueden resumir el proceso y el resultado. Esas palabras son: transferencia, transmutación y transformación…

»Esta transferencia, esta transmutación y la transforma­ción final son el producto de uno de estos dos métodos:

»1. El método lento, de las vidas repetidas, de las expe­riencias y de las encarnaciones físicas hasta que, finalmente, la fuerza que dirige el proceso evolutivo conduzca al hom­bre, peldaño a peldaño, hasta la cima de la gran escalera de la evolución.

»2. El método más rápido, gracias al cual un ser humano se hace cargo de sí mismo de una forma clara y produce en él, por su propio esfuerzo, un nuevo estado de desarrollo espi­ritual. (Alice A. Bailey, La luz del alma, Sirio, Málaga).

El trabajo consciente sobre uno mismo ha sido durante mu­cho tiempo el atributo de sólo algunos. Estos han avanzado muy rápidamente y nos han demostrado, gracias a sus pro­pias realizaciones, cuáles pueden ser las posibilidades que se ofrecen a todos los seres humanos si están interesados en ac­ceder a ellas. En la actualidad cada vez más personas están dispuestas a abrirse un verdadero camino interior, y las téc­nicas y métodos correspondientes a diferentes niveles se han desarrollado y resultan más accesibles al público en general.

Al darnos cuenta que existimos en el seno de ese gran complejo energético del universo, orquestado en lo que nos concierne por la ley de la evolución, podemos comprender mejor cómo «creamos» nuestro entorno personal por atrac­ción en el curso de nuestra vida.

El fenómeno de atracción a nivel energético funciona siempre y en particular justo antes de la encarnación, a fin de determinar las condiciones de inicio de una vida. Es intere­sante observar cómo, energéticamente, sintetizamos todas las experiencias de una vida, y cómo elegimos energéticamente los materiales para construir los cuerpos que vamos a utilizar en la vida siguiente.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. 8-III