Visión para el siglo XXI

El propósito de las palabras

  Con una sola palabra podemos llegar a herir los sentimientos de otra persona o enfurecerla, pero lo opuesto es cierto también: una sola palabra que pronunciemos puede hacer a otra persona feliz o aliviar el dolor que padece.

Sin embargo, el propósito de las palabras no fue este en un principio. Las palabras no se crearon para que las personas pudieran hablar unas con otras e intercambiar pensamientos y sentimientos. El propósito original de las palabras era otro muy diferente.

Entonces, ¿qué es una palabra exactamente? ¿De dónde procede y qué es lo que hace? El término «palabra» tiene un algo tremendamente misterioso y significativo, ¿verdad?

En ocasiones, al leer antiguos libros sagrados nos tropezamos con frases que evocan la idea de «palabra» y que nos dejan perplejos. Deseamos saber más sobre ella, deseamos comprenderla y, por tanto, formulamos preguntas.

Masahisa Goi responde a una de esas preguntas en su obra Cuestiones de fe:

Pregunta: En el Nuevo Testamento hay un versículo que reza: En el principio la Palabra era… (Juan 1:1). Pienso que este versículo tiene que encerrar una verdad suprema y preciosa, pero no consigo entender lo que significa. ¿Podrías explicármelo?

Respuesta: En un sentido general, cuando la gente piensa en una «palabra», tan solo piensan en una articulación producida por la oscilación de las cuerdas vocales. Sin embargo, cuando Jesucristo dice «Palabra», se refiere a las reverberaciones, u ondas, que emite la fuente del universo. Hace referencia a las ondas de luz divina. El mismo concepto se enseña en la fe sintoísta.

Cuando la voz divina es transmitida por medio de una voz física, también la denominamos «palabra». Estas ondas de luz contienen el poder que todo lo crea en el universo… Esa es la razón por la que decimos que todo se compone de «palabras».

Así es como yo lo entiendo:

En un pasado lejano, en la época en que los espíritus humanos empezaban a disgregarse y diferenciarse de su fuente original, estos estaban en armonía con el universo y eran capaces de sentir de forma directa la resonancia, o «palabra», procedente de la fuente del universo. Asimismo, eran capaces de detectar de forma natural los sentimientos e intenciones de los demás. No necesitaban de palabras para comunicarse unos con otros. Se entendían perfectamente sin palabras, con tan solo detectar los pensamientos y sentimientos de los demás.

Aún hoy, es posible presenciar esa especie de comunicación sin palabras que se produce entre dos corazones. Las madres son capaces de percibir los sentimientos de sus hijos recién nacidos o aún demasiado pequeños para hablar. Las parejas y los miembros de una misma familia se entienden a la perfección sin necesidad de palabras. Son capaces de sintonizar unos con otros por medio de los pensamientos y sentimientos anteriores a toda palabra.

¿En qué momento empezamos a utilizar las palabras entonces? Empezamos a utilizar palabras no para hablar con otros sino para hablar con nosotros mismos. En el momento en que sentimos una resonancia divina que procedía de planos dimensionales superiores, empezamos a utilizar palabras para hablar de ello con nosotros mismos, no con los demás.

Pero ¿de qué servía esto? ¿Qué necesidad había de palabras? La gente necesitaba de palabras para dar forma a la materia en este mundo tridimensional. Utilizábamos las palabras para llevar a cabo la creación material, por medio de la espléndida sabiduría, intuición, libertad y poder creativo que se nos había otorgado a los seres humanos. Las cosas materiales fueron creadas en rápida sucesión por medio del poder espiritual y de la energía divina de nuestras poderosas e impresionantes palabras.

En un principio, las palabras que pronunciábamos iban dirigidas a nosotros mismos y eran ofrecidas al mismo tiempo a la fuente del universo. Como resultado, la energía, la luz y el poder de cada persona se concentraba y se fusionaba con el inmenso poder de la fuente del universo. Esto fue lo que hizo que nuestros pensamientos se materializaran en este mundo. Hoy en día, a tales actividades las denominamos «invención» y «descubrimiento». Se producen cuando evocamos nuestro poder creador interior y lo manifestamos a través de palabras.

En este mundo, la creación material no puede tener lugar por medio de pensamientos solamente. Únicamente cuando nuestros pensamientos son concentrados en «palabras» y reciben el poder y la energía del universo, puede la materia tomar forma en este mundo. Por esto digo que, en su sentido primigenio, las palabras no servían a la comunicación entre las personas.

Las actividades creativas de la humanidad

Ejerciendo la extraordinaria sabiduría, intuición y poder creativo que albergamos en nuestro interior, los seres humanos hemos creado cosas radiantes, cosas maravillosas y cosas bellas. Hemos hallado un placer supremo en el empleo de nuestras habilidades para crear objetos que parecían ser tremendamente necesarios, importantes y valiosos para la humanidad.

En primer lugar, cada uno de nosotros calculó lo que era necesario para nosotros y para los demás. A continuación, expresamos esas ideas por medio de «palabras» (energía concentrada), que procedimos a dirigir a nosotros mismos y a la fuente del universo. Por medio de esas «palabras», la gente cooperaba con la infinita energía que desbordaba la fuente del universo y que hizo que la materia se manifestara en este mundo.

En el principio, la humanidad existía en perfecta armonía con todo lo que había en el espacio del universo. Éramos rayos de vida independientes, sutiles vibraciones que emanaban de una vida única que todo lo englobaba. Después, en un momento determinado, el universo dio nacimiento al cuerpo humano físico, el cual originó imprimiendo una frecuencia más amplia y tangible a aquellas vibraciones sutiles.

Al principio, las vibraciones del cuerpo humano físico no eran todo lo amplias que son ahora, no totalmente tangibles, y por lo tanto las personas eran capaces de regularlas libremente: podíamos emitir delicadas vibraciones de luz y manifestar así nuestra divinidad, o hacer nuestras vibraciones más amplias y volver a ser entidades físicas. De este modo, los espíritus eran capaces de desplazarse libremente de un lado a otro por el espacio del universo, disfrutando tanto de una existencia divina como de una vida en tanto que seres humanos.

Con el tiempo y poco a poco, la gente empezó a mostrar cada vez más interés por el aspecto físico de la vida. Empezamos a pensar que nos gustaría vivir en el plano físico durante periodos más largos. Para poder prolongar tales estancias, tuvimos que poner a la obra nuestro ingenio para descubrir e inventar cosas nuevas. Cada uno de nosotros contribuyó con su sabiduría y dimos lugar a más y más innovaciones, hasta que creamos las cosas necesarias para prolongar la vida del cuerpo físico. Utilizando las «palabras», creamos una cosa material tras otra y nos entregamos por completo al deleite de la creación.

También empezamos a interesarnos por las cosas que los demás inventaban. Nació el deseo de crear cosas cada vez mejores, más útiles y más asombrosas, cosas que impresionaran y sobrecogieran a la gente. Así fue como los seres humanos empezaron poco a poco a competir unos con otros.

En un principio, los seres humanos ejercían una influencia buena y útil los unos sobre los otros. Nos estimulábamos y nos alentábamos unos a otros y esta competitividad amistosa nos llevó a crear, libremente, cosas prácticas y maravillosas. Después, poco a poco, este espíritu competitivo fue intensificándose y terminó por dar forma al «yo» egoísta. La interacción entre los humanos se fue volviendo más brusca y autoritaria y la gente acabó por centrar su atención en producir cosas que afectasen a los demás de forma desfavorable.

El abandono de las leyes de la armonía

En un principio, los seres humanos residían en una especie de mundo celestial, en una dimensión superior. Después, esa situación fue cambiando. La gente empezó a pronunciar palabras que herían, que causaban dolor e ira. De este modo, la consciencia humana se vio relegada a un nivel más bajo.

Entre tanto, los seres humanos continuaron creando todo aquello que deseaban crear. Pero como la creación de cosas perjudiciales iba en contra de las leyes de la armonía, la fuente del universo dejó de verter la energía suficiente para que esas condiciones se manifestaran rápidamente. Por lo tanto, la materia en este mundo empezó a tardar mucho tiempo en crearse.

Con el paso del tiempo, los seres humanos nos fuimos apartando más y más de nuestra verdad esencial, hasta desligarnos casi por completo de la intención original del universo. Olvidamos cómo tomar la energía que desborda la fuente del universo.

El incremento del interés por una vida orientada hacia lo material, nos llevó a reunir todas nuestras habilidades y a hacer un uso extensivo de ellas. El obvio resultado de ello ha sido un sobrecogedor desarrollo de la civilización material. Algunos han logrado alcanzar y disfrutar una vida de lujo material, pero por desgracia, a lo largo de este proceso, olvidamos la verdad y la luz original de nuestro ser. Hace muchos años que permanecen olvidadas en nuestro interior.

No obstante, la luz y la verdad no han desaparecido de los seres humanos. La verdad siempre ha vivido firmemente arraigada dentro de cada uno de nosotros. Lo que pasa es que hemos descuidado la habilidad de utilizar toda la sabiduría, la intuición y el poder de sanación que nos son intrínsecos. Nuestro discernimiento ha descendido a una dimensión inferior.

Evitar la creación de lo negativo

Cuando se emiten pensamientos llenos de luz, estos dan lugar a palabras llenas de luz. Las palabras llenas de luz dan pie a creación llena de luz, y la creación llena de luz produce materia llena de luz. Este proceso está en consonancia con la ley del universo y, por lo tanto, pone en marcha la energía del universo. Ello nos permite manifestar objetos brillantes y nobles que son útiles para la humanidad.

Cuando por el contrario iniciamos un proceso de carácter negativo, pensamientos negativos dan lugar a palabras negativas. Estas a su vez originan actos de creación negativos y materia negativa, todo lo cual va en contra de la ley del universo.

Tanto los pensamientos como las palabras son en sí poder. Por lo tanto, pensamientos y palabras negativas crean materia distorsionada, fenómenos perjudiciales y condiciones adversas. Por otro lado, como la fuente del universo deja de imprimir energía adicional al proceso, este se dificulta en extremo y tarda muchísimo tiempo en llegar a manifestarse por completo. Este hecho en sí mismo, no es sino un gran regalo de amor que el universo nos hace.

Como consecuencia, a pesar de que los seres humanos hemos estado emitiendo pensamientos y palabras negativas con todas nuestras fuerzas, la materialización de lo negativo por suerte ha sido mínima. Sin embargo, como crear materia en este mundo por medio de palabras negativas es tan difícil, los pensamientos negativos se conservan y circulan en nuestro interior y, reforzados por la energía vital que nosotros mismos les damos, acaban ejerciendo un fortísima influencia tanto en la mente como en el cuerpo.

Además, como las palabras negativas que nuestros pensamientos negativos generan iban en un principio dirigidas a nosotros mismos, sin darnos cuenta nos hemos estado causando gran dolor y angustia. Y es que todo lo que emitimos regresa a nosotros. Es una ley de la creación.

Lo que también ocurrió es que, al caer en el hábito de dirigir nuestras palabras a otros además de a nosotros mismos, las palabras terminaron utilizándose de un modo radicalmente opuesto a su propósito original. Como consecuencia, hoy en día, la mayoría de las personas piensan que las palabras son meras herramientas para comunicarse con los demás.

Al tener esta idea, mucha gente no ve problema alguno en pronunciar palabras crueles, malévolas o que causan dolor a los demás. En la actualidad, la gente empuña sus palabras cual espadas con las que atacan violentamente a otros. No se dan cuenta de que esas palabras retornarán a ellos necesariamente.

En pocas palabras, el proceso funciona del siguiente modo: todo lo que pensamos y decimos, lo pensamos y decimos de nosotros mismos. En el momento en que las palabras salen de nuestros labios, las hemos pronunciado para nosotros mismos.

¿No resulta aterrador? En el momento en que comprendemos que todas nuestras palabras se dirigen a nosotros mismos, empezamos a pesarlas y a escogerlas con atención. Sentimos la necesidad de utilizar tan solo buenas palabras que centelleen llenas de luz. Sea cual sea la situación, procuramos no utilizar palabras negativas, siniestras ni de odio. Nos sentimos incapaces de usarlas cuando sabemos que las utilizamos contra nosotros.

Pero ¿qué es lo que hemos hecho durante todo este tiempo? Durante eras y eras, cada ser humano ha estado dándole la vuelta a la verdad. No hemos estado «usando» sino «abusando» de las palabras. El mal uso que hemos estado haciendo de ellas constituye el origen del mundo frío y cruel que hemos erigido en torno a nosotros mismos.

Crear un siglo XXI resplandeciente

En el siglo XXI, debemos deshacernos de las falsas ideas que tenemos acerca de las palabras. Todas las palabras negativas han de ser purificadas. Si queremos que la vida en

la Tierra siga evolucionando, todas nuestras palabras deben volverse armoniosas y resplandecientes.

Cuando pensamos en la historia de la humanidad, nos damos cuenta de que el modo en que cada individuo ha estado empleando las palabras es la única razón de que haya habido tantos conflictos, calamidades, enfermedades y discriminación. Las guerras, las enfermedades, los desastres naturales, todas estas cosas que aquejan a la humanidad, han sido el resultado del poder de las palabras que cada persona ha pronunciado.

Si deseamos establecer condiciones de armonía y luminosidad en este mundo, lo mejor que podemos hacer es no forjar nada más que pensamientos buenos en nuestra mente y palabras buenas con nuestra voz. Debemos dar expresión a nuestros más radiantes deseos y esperanzas. Debemos decir cosas como: Puedo hacerlo, sin lugar a duda. Todo es posible. Todo va a salir a la perfección. Todo va a cambiar para mejor. Todos los males se solucionarán. Todas las necesidades se verán satisfechas. La armonía llegará a todas las cosas. Voy a desarrollar mis talentos. Estableceré amistades maravillosas. Tendré un matrimonio espléndido, etc. Debemos dar voz a nuestras más ardientes aspiraciones.

Las palabras que pronunciamos están creando el mundo del siglo XXI. Si no dejamos de pronunciar palabras llenas de gratitud, alabanza, esperanza y aliento, estas atraerán la energía correspondiente del universo, que propiciará condiciones de salud, felicidad, armonía y desarrollo sin límite en el futuro.

Gente como tú y como yo

Todos los corazones humanos viven en busca de algo que hemos perdido. Todos anhelamos algo. Todos los seres humanos desean establecer contacto con las palabras sagradas y radiantes que el alma ha olvidado. Todos los seres vivos ansían verse sanados y reanimados por palabras llenas de una luz intensa.

La humanidad entera aspira a fundirse en un solo ser con todo lo que existe en la naturaleza y la creación. Esto sucederá el día que respetemos todas las formas de vida y derramemos sobre ellas palabras de alabanza y aprecio: ¡Gracias, amada Tierra! ¡Gracias, aire, agua, montañas, océanos, ríos, piedras, animales y plantas!

En su sentido más esencial, «palabra» significa «vibración de vida». Todos los seres humanos y todos los seres vivos emiten constantemente vibraciones de vida, o «palabras». El problema es que la mayoría de nosotros no oímos tales palabras, o quizá sería más preciso decir que hemos perdido la voluntad de oírlas. Ojalá escucháramos tales palabras. De hacerlo, seríamos sin duda capaces de oírlas.

Las piedras y la arena pronuncian palabras. El mar y los ríos hablan también, así como hablan los animales y las plantas. El sol, las estrellas y los planetas no dejan de pronunciar palabras: cantan las alabanzas de la vida, cantan el gozo y la eternidad de la vida. Si no lo oímos, es porque hemos hecho oídos sordos a esas palabras. Hemos olvidado la dulzura, nos hemos cerrado al espíritu del amor. Tan solo nos preocupamos por nosotros mismos y tan solo nos interesamos en aquello que nos afecta a nosotros. Hemos olvidado cómo pronunciar las palabras de lo más hondo del alma, ya no oímos su resonancia. Hemos perdido el alimento espiritual que es incluso más importante que el beber y el comer y, como consecuencia, creemos ciegamente que nuestras vidas pueden sustentarse por medio de cosas materiales nada más.

Hoy en día, la gente ha olvidado su energía original de amor y verdad. Algunos, posiblemente tardemos muchísimo tiempo en conseguir volver a despertar a ella, pero ese momento desde luego tiene que llegar para todos y cada uno de nosotros.

Reavivar el espíritu del amor

¿Cómo podemos reavivar ese espíritu del amor que está olvidado? ¿Cómo podemos volver a entonar con su resonancia? Todos y cada uno de nosotros tenemos la capacidad de hacerlo. Si lo intentamos, siempre encontramos algún modo.

Propondré uno: escoge un día cualquiera y, durante ese día, ten extremo cuidado de no pronunciar ni una sola palabra negativa de la mañana a la noche. Al final del día, cuando llegue el momento de ir a acostarte, ¡qué bien te vas a sentir! ¡Cuán alto concepto vas a tener de ti mismo! Sin duda alguna, celebrarás tu fuerza de voluntad y tu maravillosa determinación para no dar voz a una sola palabra negativa.

Si a pesar de tus esfuerzos, sin darte cuenta has emitido alguna palabra negativa, podrás contrarrestar sus efectos reemplazándola con una palabra positiva. En el momento en que reconozcas lo que ha pasado, contén la respiración por un momento y, con fuerza, dite a ti mismo alguna cosa brillante y positiva. Con técnicas como esta, y haciendo uso de nuestra creatividad ilimitada, todos podemos encontrar el modo de hacer que todas nuestras palabras se vuelvan positivas.

A partir de ese momento, las palabras que cada uno vamos a pronunciar crearán una personalidad nueva y maravillosa, un nuevo modo de vivir y una visión nueva de paz y armonía para el siglo XXI.

El futuro está esperando a que lo creemos.

Masami Saionji