La salud

Creo que nunca en la historia el ser humano había dedicado tanta energía como hoy al mantenimiento de la salud física. La sociedad actual reacciona con ansiedad a todo cambio físico y se emplea con vehemencia en lograr un estado de salud perfecto, tanto que esta preocupación por la salud resulta casi obsesiva.

Por supuesto, prestarle atención a nuestra salud es preferible a descuidarla, pero eso no justifica la preocupación excesiva que tantas personas tienen por la salud. Para mí, esto es una señal clara de que hoy en día la gente ha olvidado que debe confiar en su cuerpo. Esta falta de confianza en el propio cuerpo conduce a una preocupación exagerada por la salud y a pensar en ella más de lo debido.

1064802_485585051528508_1418160896_o

Antes, gozar de salud significaba no tener que preocuparse por ella. Cuando mejor se siente la gente es cuando vive de forma natural, sin pensar demasiado en su estado de salud. Sin embargo, hoy en día muchos de nosotros, aun cuando creemos que gozamos de buena salud, no nos quedamos tranquilos hasta que nos sometemos a un chequeo exhaustivo y el médico nos lo confirma.

Cuando nos fijamos el objetivo de lograr un estado de salud perfecto y nos dedicamos asiduamente a diversas prácticas con este fin, a veces terminamos creando un malestar mayor del que sentíamos al principio. Buscamos un buen estado de salud, pero como no contamos con un medio satisfactorio para juzgar por nosotros mismos si estamos sanos o no, depositamos nuestra confianza en las cambiantes pautas que la sociedad establece. Al final, incapaces de satisfacer estas pautas de salud que cada día se hacen más exigentes, acabamos experimentando mayor ansiedad.

Aun cuando no mostramos síntomas de estar enfermos, no acabamos de convencernos de que estamos sanos. Puede que nos sintamos perfectamente, pero no dejamos de buscar anomalías en nuestro interior, y eso genera un malestar creciente.

Esta preocupación por la salud se ha convertido en un círculo vicioso de gran negatividad del que no es en absoluto fácil salir. Pero ¿cómo se inició este fenómeno?

Ser nuestro propio médico

En un principio, el estado de salud era algo que cada uno juzgaba por sí mismo, basándose en su propia percepción del organismo. Esta es en efecto la forma natural de hacerlo, y cada persona tiene de hecho la responsabilidad de conservar su propia salud. Hoy en día, sin embargo, esa preocupación excesiva ha hecho de algo tan simple como la salud una fuente de ansiedad que carga nuestros pensamientos de manera constante.

Creo que, para salir de estos ciclos de ansiedad, el ser humano tiene que conseguir apartar su consciencia de la búsqueda de salud y dedicarla a apreciar las maravillas de la vida. Necesitamos descubrir el asombroso poder natural de sanación que circula en nuestra energía vital. Para poder echar mano de este increíble y maravilloso poder curativo y activarlo, debemos dirigir nuestra atención hacia él con firmeza. Si no, permanecerá ahí inadvertido para siempre. Conservar la salud significa confiar no solo en el poder externo de doctores y medicamentos, sino también en la energía curativa que nace dentro de nosotros espontáneamente. Una vez que tomamos consciencia de esta energía, debemos confiar en ella y utilizarla. Vivir de este modo nos llevará a vencer la amenaza de cualquier enfermedad.

En la sociedad actual, la búsqueda desesperada de salud acaba llevando al individuo a una dependencia total de los tratamientos externos. Hemos terminado convenciéndonos de que tan solo es posible curarse con la ayuda de los últimos avances tecnológicos. Hemos hecho oídos sordos a la voz de la sabiduría y la intuición que llevamos dentro y, con ello, hemos entregado nuestro precioso poder y autoridad a una fuerza ajena a nosotros.

Todos los seres humanos, por naturaleza, están dotados de un poder de sanación natural. Si efectuamos un esfuerzo consciente y prestamos mucha atención a lo que nuestro cuerpo nos dice, sin duda lograremos oír su mensaje. Pero lo cierto es que, en la sociedad actual, no existe prácticamente nadie capaz de curarse sin más ayuda que la de su propio poder de sanación natural. Dadas las circunstancias, creo que, para la mayoría de las personas, el mejor tratamiento médico posible sería uno en el que médico y paciente trabajaran juntos de igual a igual, cooperando y confiando el uno en el otro. Con el esfuerzo combinado de ambos, el paciente puede curar.

Los médicos, por sí mismos, no tienen poder suficiente para curarnos por completo. Pueden ofrecer su opinión y proponer un tratamiento, pero nosotros somos los responsables de curarnos a nosotros mismos utilizando el poder desbordante que llevamos dentro. Los médicos pueden llegar a entender hasta cierto punto nuestro sufrimiento y el dolor que sentimos, pero es imposible que sepan con exactitud qué experimentamos. Pueden apoyarnos en el proceso de curación, pero a la postre somos nosotros quienes tenemos que superar la enfermedad. Nuestro poder interior interactúa y se armoniza con el poder exterior del médico, y ello nos permite vencer la enfermedad que aqueja nuestro cuerpo.

Por esta razón, dejarlo todo a la discreción de los médicos no es el mejor plan de acción. El papel del médico es más bien el de animar a los pacientes a pensar por sí mismos y ayudarles a cobrar consciencia del poder de sanación natural que llevan dentro. Es importante que cada paciente sea su propio médico, es decir, que observe con atención la vida de su propio cuerpo y aprenda a reconocer lo que este le dice.

Reajustar nuestra perspectiva

No puedo evitar pensar que la excesiva preocupación que la gente siente por su salud tiene su base en un deseo subconsciente y profundamente arraigado de evitar la muerte. La idea de la enfermedad y la idea de la muerte están estrechamente asociadas en nuestra mente, y la muerte es algo que deseamos posponer, algo de lo que deseamos huir con todo nuestro corazón. Por lo tanto, dedicamos un tremendo esfuerzo a apartar de nuestra mente la idea de la muerte por medio de la búsqueda del estado de salud perfecto.

Pero por mucho que tratemos de huir de ella, la muerte ha de llegarnos a todos. Es una realidad de la que nadie puede escapar. Por eso, esforzarse por lograr una buena salud con el fin de evitar la muerte no puede ser una forma de vivir verdaderamente sana ni satisfactoria.

Pero ¿en qué consiste entonces la verdadera salud? La verdadera salud es el estado en que estamos cuando somos capaces, en todo momento, de reconocer, aceptar y enfrentarnos a nuestra propia muerte. Solo cuando comprendemos que la muerte no es independiente de la vida y logramos aceptar el hecho de que es parte de ella, empezamos a vivir el momento presente plena y conscientemente .Vivir el momento presente de forma plena y consciente es, en otras palabras, dar expresión a nuestro espíritu esencial de amor al tiempo que nos regocijamos en nuestra evolución y en la creación que llevamos a cabo de nosotros mismos. Esta es la misión sagrada que se le ha encomendado a cada ser humano. Cuando olvidamos esta misión sagrada y no centramos la consciencia más que en el deseo de evitar la enfermedad y la muerte, no aprovechamos al máximo esta preciosa existencia. Significa que hemos dejado de respetar y de reverenciar la vida. Además, al olvidar nuestra misión fundamental, asuntos triviales pasan a ocupar toda nuestra atención con facilidad.

Pero cuando por el contrario vivimos cada momento con alegría, dando plena expresión a la espiritualidad de la vida, nuestra salud se restaura por sí misma.

Cada uno de nosotros recrea su vida minuto tras minuto. En este preciso momento, mientras sostienes este libro en tus manos, está creándose una nueva página de tu vida. Si crees que has estado preocupándote en exceso por tu salud o reaccionado de forma exagerada a incidentes sin importancia, puedes transformar tu vida desde hoy mismo. A partir de este instante, tú mismo puedes crear un modo de vida en el que ya no tengas que temblar de ansiedad, preguntándote si estás realmente enfermo o pensando que quizá no estás gravemente enfermo, pero que algo va mal en tu estado físico.

Aunque experimentemos una enfermedad real, o incluso una afección terminal, si volvemos a centrarnos en nuestro verdadero objetivo en la vida y nos dedicamos de lleno a expresar las maravillas y la belleza de esta, posiblemente descubramos sorprendidos que los síntomas de nuestra enfermedad toman una dirección positiva. Estas cosas ocurren. Y si ocurren, es porque nuestra energía vital ya no se ve consumida por la ansiedad que sentimos ante la enfermedad. Esa energía ha sido redirigida y dedicada a la creación de un presente alegre y de un futuro radiante. Cuando vencemos nuestra obsesión por la enfermedad, el estancamiento desaparece y las dolencias se curan de forma natural.

El control de nuestros pensamientos

¿Cómo creamos los seres humanos nuestro futuro minuto a minuto? Lo hacemos centrando nuestra consciencia en diferentes cosas. Cuando la centramos en la enfermedad, creamos las condiciones para que esta se produzca en el futuro. Cuando la centramos en expresar la belleza de la vida, creamos un futuro bello. Para hacer que nuestra vida progrese en una dirección positiva, debemos enfrentarnos a la verdad de la vida y no dejar de alimentarnos con esa verdad en ningún momento.

La base de la creación de nuestro propio futuro reposa en nuestros procesos mentales. La energía vital es lo que compone nuestros pensamientos y la consciencia es lo que les da forma. Si no tuviéramos consciencia, ningún pensamiento tomaría forma.

Nuestra energía vital es la energía del universo, que nos impregna y fluye a través de nosotros de continuo. Discurre hacia donde dirigimos nuestra consciencia. Cuando modificamos la dirección de nuestra consciencia, modificamos la dirección que toma nuestro futuro.

La consciencia no tiene límites. Es capaz de remontarse hasta el origen mismo del universo. Esto se vuelve posible cuando conservamos firmemente el deseo de llegar a conocernos realmente y de fundirnos con nuestra fuente. El potencial humano es inmensurable. Cualquier cosa que conscientemente consideremos posible sin duda lo es.

¿Por qué creamos entonces limitaciones y ponemos freno a ese potencial ilimitado? Eso también lo hace nuestra consciencia. Con el paso del tiempo, los seres humanos olvidaron la verdad de su origen e instauraron la creencia en las dificultades, la enfermedad, la incapacidad y la imperfección. Pero esto es algo que podemos cambiar, podemos cambiarlo ahora mismo.

Si nuestra consciencia dicta: ¡Puedo hacerlo!, sin duda podremos hacerlo. Si nuestra consciencia declara: ¡Estoy sano!, sin duda sanaremos. Pensemos lo que pensemos, nuestra energía interna se activa en esa dirección y lo hace todo posible. Células que estaban en reposo y que hasta ese momento no desempeñaban función alguna, de pronto se ven activadas bajo las órdenes de la consciencia. Una tras otra despiertan y nuestro poder natural de sanación se pone en marcha.

Nuestra consciencia original no tiene límites. Lo que nos limita son nuestros propios pensamientos, pensamientos como: ¡No puedo!, ¡No sirvo! o No tengo nada que hacer. Pero si por el contrario somos profundamente conscientes de nuestro potencial ilimitado y centramos la consciencia en objetivos firmes, sin duda alcanzaremos tales objetivos. Esta es la ley que gobierna nuestra energía vital universal.

Desde muy antiguo se ha dicho que la enfermedad comienza en la mente, cosa que es totalmente cierta. Según el modo en que dirijamos nuestros pensamientos, hallaremos salud o enfermedad, éxito o fracaso, felicidad o desdicha. La consciencia es capaz de ensancharse hasta el infinito. Tan solo el mandato de nuestros pensamientos puede limitarla.

Hasta las personas más sabias, que conocen bien esta verdad, estuvieron en su momento perdidas y confusas y pusieron límite a su inmensurable potencial. También estas personas sufrieron bajo el peso de pensamientos como: ¡Haga lo que haga, siempre fracasaré! ¡No voy a sanar! o ¡Esto es imposible! Sin embargo, a base de centrar firmemente sus pensamientos en lo positivo, en la dirección de un mayor potencial, se volvieron capaces de hacer posible lo imposible. Aquellas personas que han conseguido convertir sus pensamientos en ondas de energía radiante al cien por cien son las que conocemos como santas o sabias.

Los demás continuamos intentándolo, pero a veces, cuando las cosas no nos salen bien, prestamos oídos a lo que el subconsciente nos murmura: ¡No puedes hacerlo! ¡Esto es algo de lo que solo un santo o un genio sería capaz, pero no un adán común y corriente como tú! Si aceptamos estas afirmaciones, nos limitamos una vez más a nosotros mismos y bloqueamos así la realización de aquello en lo que estábamos trabajando.

Algunos tenemos fe al cincuenta por ciento en nosotros mismos y dudamos otro tanto. Otros tenemos fe al setenta por ciento en nosotros mismos y dudamos en un treinta por ciento. Y están quienes creen en un noventa por ciento y dudan en un diez por ciento. En cada caso, nuestra realidad se modela por el grado de fe que tenemos en nuestro potencial ilimitado.

Aprovechar el principio de efecto y causa

Para llegar a vivir una vida de esplendor siempre creciente, lo mejor es vivir no según el principio de causa y efecto, sino según el principio de efecto y causa6. Este principio funciona del siguiente modo: empezamos por centrarnos en nuestro objetivo final, que es llegar a abrazar nuestra identidad interna y verdadera y poder llegar a hacer uso de ese potencial infinitamente vasto que tenemos. Para convertir nuestro objetivo en realidad, establecemos varias condiciones y les damos forma en nuestra imaginación. A continuación, nos esforzamos por alcanzar nuestro objetivo con toda la energía de nuestra consciencia.

Imaginemos por ejemplo que hemos sufrido una apoplejía. Según el principio de causa y efecto, probablemente examinemos las acciones del pasado que nos parecen problemáticas. Probablemente examinemos todas las causas posibles e identifiquemos una serie de factores tales como un consumo excesivo de alcohol, comer o trabajar más de la cuenta, falta de sueño, nerviosismo, ansiedad, etc. que combinados podrían haber alcanzado un punto crítico y causar la apoplejía.

Supongamos que nuestra vida no corre peligro, pero la parte derecha de nuestro cuerpo ha quedado paralizada. Tanto nuestro médico como nuestra familia han puesto sus esperanzas en la rehabilitación, que esperan evitará que pasemos el resto de nuestra vida postrados en una cama.

En este punto, el médico ha determinado ya basándose en nuestros síntomas y en su experiencia que, se mire como se mire, jamás podremos volver a caminar. No obstante, nuestro objetivo es caminar, así que centramos nuestra atención en ello. Nos fijamos una serie de objetivos a corto plazo para irnos ayudando, pero la lucha para volver a tener movilidad es larga y cada objetivo presenta tales dificultadas que da la impresión de ser inalcanzable. Visualizamos toda la paciencia, esfuerzo, concentración y fuerza de voluntad que vamos a necesitar para superar el dolor. Tanto nuestra familia como nuestro médico nos apoyan y se centran con todo su entusiasmo y devoción en el proceso de rehabilitación.

Pero el cuerpo nos pesa y, por mucho que lo intentamos, no se mueve como quisiéramos. Aun habiendo puesto todo nuestro esfuerzo, paciencia y concentración, seguimos siendo incapaces de mover la mano derecha, por no mencionar la pierna. No solo somos incapaces de caminar, sino que hasta darse la vuelta en la cama resulta difícil. Al final, alcanzamos un punto en que prácticamente perdemos toda esperanza de volver a caminar.

Pero ¿qué pasaría si modificáramos nuestra perspectiva de acuerdo con el principio de efecto y causa y siguiéramos adelante con el mismo programa de rehabilitación? El aspecto más importante de este cambio es que no dejamos que nuestros pensamientos formulen afirmaciones pesimistas del tipo No puedo caminar. Por otro lado, tampoco adoptamos el punto de vista de que lo que hacemos es intentar devolver nuestro cuerpo a su estado original. Lo que hacemos es rechazar la influencia de la forma de pensar convencional, que es negativa (pensamientos tales como Es imposible o No puede hacerse), y formulamos solamente pensamientos luminosos y positivos. No ponemos límites a nuestra consciencia y nos concentramos por completo en nuestro exuberante y rico potencial. En otras palabras, en lugar de fijarnos «caminar» por objetivo, apuntamos a vivir cada día con un sentimiento alegre y radiante.

Es posible que recuperemos la capacidad de caminar de forma natural como parte del proceso, pero este no es nuestro objetivo final. En vez de ello, pensamos en lo primero que haremos en cuanto podamos. Quizá queremos ayudar a nuestra familia, hacer algo bueno por la humanidad o cualquier otra cosa en la que todo nuestro ser pueda regocijarse. Tan solo pensamos en hacer cosas edificantes, cosas que nos animen y nos inspiren. Centramos todo nuestro pensamiento en vivir de un modo entusiasta y hacemos de ello nuestro objetivo más importante. Centramos toda nuestra consciencia en vivir al máximo el momento presente y el resto de la vida.

En lugar de adoptar el enfoque convencional de avanzar paso a paso por una senda inacabable de objetivos tremendamente difíciles y dolorosos, nos visualizamos ya en la cima y nos alzamos para alcanzar el objetivo de llevar una vida radiante.

¡Quiero trabajar por los demás! ¡Quiero vivir una vida feliz con mi familia! ¡Quiero vivir en armonía con todas las cosas vivas! ¡Quiero contribuir a la paz y la armonía del mundo! Guiados por pensamientos tan espléndidos, el esfuerzo y la paciencia que dedicamos a volver a caminar se verán ampliados cada momento, cada día.

Cuando centramos toda nuestra consciencia en un resultado maravilloso que estamos convencidos de haber logrado ya, somos capaces de enfrentarnos a cada reto con pensamientos radiantes y positivos. Ese cuerpo pesado y letárgico que no lograba ni dar la vuelta en la cama, ahora será capaz de hacerlo, gracias al gran poder de una consciencia estimulada.

Es importante no dejar de elevar la consciencia en concordancia con nuestro objetivo esencial. Debemos decirnos una y otra vez que cada día nos estamos volviendo más alegres, más considerados, más amables y que nuestra dignidad se acrecienta. De este modo, cada uno de los objetivos menores, como caminar o ponernos en pie, se asimilarán al objetivo principal. Viviendo de este modo, seremos capaces de rechazar pensamientos negativos que puedan materializarse, tales como No sirve, No puedo hacerlo o Es imposible. Como no nos rendimos, alcanzaremos el objetivo sin lugar a dudas.

Una vez que hemos conseguido darnos la vuelta en la cama, el siguiente objetivo será incorporarnos en la cama y el siguiente ponernos en pie. A lo largo de ese proceso, es posible que suframos duros contratiempos, pero como nuestro objetivo es tan amplio y sublime, nuestra consciencia no se dejará hundir con facilidad. Mientras la consciencia no se aferre a los contratiempos y fracasos pasados, los efectos de los mismos pronto se disiparán. Entonces, cuando menos lo esperamos, descubriremos que cada paso se ha vuelto más fácil.

Conservar una gran visión radiante en la mente

En la sociedad actual, para la mayoría de la gente el enfoque más racional a la hora de solucionar un problema consiste en localizar cada una de sus causas en primer lugar, para después desenterrarlas, pelearse con ellas y vencerlas una por una. El problema es que este enfoque suele centrar la consciencia en elementos negativos y por lo tanto se vuelve muy difícil alcanzar aquello a lo que aspiramos.

Volviendo al ejemplo de aprender otra vez a caminar después de sufrir una apoplejía, el enfoque tradicional consistiría en concentrarse en averiguar por qué no podemos darnos la vuelta en la cama, en descubrir la causa del problema. Como consecuencia, terminamos empleando una energía preciosa en la búsqueda de causas negativas.

Sin duda alguna, puede resultar útil comprender las causas que nos han conducido a los problemas que sufrimos, pero prestarles demasiada atención o centrarnos en ellas exclusivamente suele enturbiar nuestra perspectiva. En esa situación, la consciencia puede desviarse con facilidad en una dirección determinada. Ese torcimiento de la consciencia impide que la energía vital circule libremente a través de ella. En lugar de ello, nuestra energía se estanca y se endurece, de modo que cuando por fin llegamos al fondo del problema, la inflexibilidad de la consciencia no nos permite dirigir con libertad los movimientos de nuestro cuerpo. Cuando esto empieza a ocurrir, lo que hay que hacer es dirigir la atención a otra cosa totalmente distinta. Al verse liberada de la presión de una atención constante, esa energía endurecida y rígida recupera su vitalidad natural y empieza a fluir de forma espontánea.

Si siempre reaccionamos exaltadamente ante cualquier suceso o cambio que se produce en nuestro estado físico, pensando cosas como: No puedo hacerlo, Es demasiado doloroso, Es una carga demasiado grande o No puedo soportarlo más, nuestra vida no mejora como debe. Eso es así porque las conmociones que sufrimos una y otra vez van debilitando nuestra voluntad y nos llevan a darnos por vencidos.

Pero cuando por el contrario conservamos siempre en la mente una gran visión, luminosa y radiante, y pase lo que pase dirigimos hacia ella la consciencia al tiempo que continuamos luchando por nuestros objetivos, esa visión edificante nos da el poder para lograr los objetivos menores, como el de caminar, sin apenas dificultad ni dolor. Así es como se vive según el principio de efecto y causa.

Nuestra consciencia, en sí misma, no tiene límite. Su extensión y su poder son inmensurables, pero también tiene capacidad ilimitada para funcionar en cualquier dirección, ya sea positiva o negativa. Dependiendo del modo en que pensemos, podemos crear una vida de esplendor siempre creciente o una situación de indecible dificultad.

El misterio de la consciencia humana.

Nuestra consciencia, a pesar de pertenecernos, es totalmente misteriosa e incomprensible.

Puede funcionar en dirección positiva o negativa, pero entonces ¿por qué no la dirigimos hacia lo positivo nada más? Esto solo podemos hacerlo cuando vivimos absolutamente todo el tiempo con la visión suprema de que cada ser humano es sublime y omnipotente. Así es como se lleva a la práctica el principio de efecto y causa.

Cuando por otra parte vivimos según el principio de causa y efecto, es decir, tratando de localizar cada una de las semillas de los problemas que hemos causado, podemos enredarnos en un ciclo de culpa y de negación de nosotros mismos. El principio de efecto y causa, por el contrario, nos permite enfrentarnos a cualquier situación de un modo totalmente positivo, aun cuando los efectos de nuestras acciones pasadas se manifiestan en torno a nosotros en forma de desagradables resultados.

Mi recomendación es que contemplemos las circunstancias inoportunas que se manifiestan en torno a nosotros como los vestigios ya en vías de desaparición de una consciencia pasada y las envolvamos con pensamientos nuevos y positivos tales como: Una vez que estas circunstancias cambien, todo progresará. Sin duda, todo se volverá mejor7.

Cuando empleamos este enfoque, las emociones y los pensamientos negativos pierden impulso de forma natural ya que dejamos de darles nuestra energía vital. Mientras no formemos nuevos pensamientos negativos, no atraeremos fenómenos negativos de ningún tipo ni haremos que se manifiesten en nuestro mundo inmediato.

Cuando examinamos nuestra vida pasada, vemos que diversos fenómenos negativos han aparecido y desaparecido en ella, uno tras otro. Esto demuestra hasta qué punto nuestra consciencia pasada ha creado pensamientos y sentimientos negativos: ira, resentimiento, venganza, ansiedad, miedo, ideas de pobreza y enfermedad… Se trata de pensamientos y sentimientos pasados de este tipo que han cobrado forma y se han revelado antes de desaparecer para siempre.

Si tantas personas continúan sumidas en la infelicidad y la angustia, es porque aún no han roto con esa vida basada en una forma de pensar negativa. Cuando convertimos los pensamientos negativos en pensamientos positivos, nuestro espíritu irradia siempre tranquilidad y felicidad, incluso cuando se dan circunstancias adversas en nuestra vida.

¡Qué contentos estamos de ser capaces de vivir con una gran visión radiante del futuro!

El futuro está esperando a que lo creemos.

Masami Saionji