Problemas pendientes y atrasados

¿Qué es eso que llamamos «problemas»? ¿Llegaremos a no tenerlos algún día? En estas páginas, quisiera hablar de dos tipos de problemas que la mayoría de la gente padece.

A los del primer tipo los llamo «problemas atrasados». Los problemas atrasados los constituyen las desdichas y el dolor que arrastramos del pasado. Ya han tocado a su fin, pero seguimos aferrándonos a ellos, incapaces de soltarlos. No dejamos de pensar en esas desdichas pasadas, rememorando cuánto nos hicieron sufrir.

A los del segundo tipo los llamo «problemas pendientes». Los problemas pendientes los constituyen la ansiedad y los temores acerca del futuro. Aun cuando no ha ocurrido nada, vivimos temiendo el futuro, pensando en el sufrimiento que quizá tendremos que soportar. Es como si los seres humanos fuéramos incapaces de vivir sin problemas y nos los creáramos por voluntad propia si hace falta.

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¿Cuál es tu situación actual? ¿Se encuentra tu mente en paz? ¿O quizá hay problemas pendientes o atrasados que pesan sobre ti? Cuando tienes problemas que te agobian, ¿qué son exactamente para ti? ¿Te parece que los «problemas» son una entidad tangible que ejerce su influencia directamente sobre ti, que intenta hacerte daño? ¿Se trata de un objeto material denominado «problemas» que trata de derrotarte? En primer lugar, definamos qué es eso que denominamos «problemas».

¿Se ve? ¿Se oye? ¿Cómo es? ¿Qué intención tiene? ¿Nos amenaza con enfermedades y desdicha o intenta quitarnos la vida? ¿Planea arrebatarnos nuestros mayores tesoros o a nuestros seres queridos? ¿Intenta menospreciar nuestro honor o dañar el respeto y la confianza que tenemos en nosotros mismos?

¿Alguien ha visto en realidad eso que llamamos «problemas»? ¿Nos hemos encontrado con ello cara a cara? Si así fue, ¿fuimos incapaces de atraparlo y dominarlo? Si sentimos que nos amenazaba, ¿por qué lo dejamos escapar entonces?

Quizá fue que no tratamos de atraparlo. Quizá fue que huimos de ello para evitar que nos alcanzara. Una vez que empezamos a correr, ¿siguieron los problemas persiguiéndonos insistentemente? ¿Terminaron por atraparnos y por dominarnos? ¿Nos arrastraron después de un lado a otro y nos hicieron sufrir lo indecible?

¿Qué motivo pueden tener los problemas para atacarnos? ¿Se ensañan con ciertas personas en particular? ¿Ganan de hecho algo con asediarnos? ¿Alguna vez te lo has preguntado?

Planteémonos el asunto desde otro punto de vista: ¿Existe la posibilidad de que seamos nosotros mismos quienes atraemos los problemas? Tengo prácticamente la seguridad de que ese no puede ser el caso, porque no veo ventaja alguna en hacer tal cosa. Al fin y al cabo, no sacaríamos más que sufrimiento de los problemas que atrajéramos.

Detengámonos un momento y preguntémonos por qué tanta gente teme día tras día a eso que llamamos «problemas». ¿Qué es lo que nos hace creer firmemente en su existencia a pesar de que no tienen sustancia?

Desde luego, eso que denominamos «problemas» parece no dejar en paz a la humanidad y causarle sufrimiento. A pesar de que nadie ha podido atraparlo, todo el mundo está convencido de su existencia. Y todo el mundo conviene en que una vez que nos atenaza, estamos condenados a convertirnos en la estampa de la desesperación, el dolor y la infelicidad. Por mucho que tratemos de huir de ello, siempre se las arregla para alcanzarnos. Nadie quiere que le capture y, por tanto, huimos de ello desesperadamente. Irónicamente, es la cosa que más alegremente le cederíamos a otro, pero cuanto más nos esforzamos por escapar, más se nos acerca.

Eso que llamamos «felicidad»

Si bien es cierto que creemos en la existencia de los problemas, los humanos también creemos con entusiasmo en otra entidad intangible denominada «felicidad».

Jamás hemos visto, oído ni tocado una sustancia llamada «felicidad» y, sin embargo, no podríamos tomarnos su búsqueda más en serio. Con tal de conseguirla, somos capaces de luchar unos con otros, de calumniarnos y de hacernos daño.

Al parecer eso que denominamos «felicidad» trae consigo gozo, éxtasis y ventajas. Cuando se trata de la felicidad, corremos desbocados hacia ella por voluntad propia. Nadie desea huir de ella ni cedérsela a los demás.

Pero en el caso de la felicidad, cuanto más lo intentamos, más difícil se vuelve atraparla. Cuanto más nos entusiasmamos con ella, más deprisa corre. A veces, da la impresión de que los problemas nos visitan sin haberlos invitado y que la felicidad huye de nosotros a pesar de que deseamos alcanzarla.

Pero, ¿es esto realmente así? Ni los problemas ni la felicidad son cosas tangibles, pero en el mundo actual se los considera en general entidades concretas. Si no son de naturaleza material, ¿qué son? ¿Son producto de nuestra imaginación? Si no tienen sustancia material, no pueden ser finitos, así que todo el mundo puede si lo desea participar de ellos en la misma medida.

Si los problemas y la felicidad fueran objetos materiales, y por tanto existieran en cantidades limitadas, lo lógico sería que si alguien poseyera gran cantidad de ellos, el resto de la gente solo tendría un poco o quizá nada. El dinero, por ejemplo, es de naturaleza material. Si una persona posee una fortuna, a las demás no les queda más remedio que repartirse el resto entre ellas. Como consecuencia, hay mucha gente que es pobre o que no tiene nada. Pero la felicidad y los problemas no son materiales, así que todo el mundo puede poseer tanto como quiera de ellos. Jamás podrá haber desigualdades.

Si no son sustancias materiales, ¿qué son? La felicidad, que huye de nosotros cuando la buscamos, y los problemas, que nos persiguen cuando tratamos de huir de ellos, son cosas intangibles que parecen ser reales. ¿Por qué tenemos que pasarnos la vida preocupados por ellos?

¿Es que los problemas y la felicidad no existen?

Quisiera introducir aquí la idea de que tanto los «problemas» como la «felicidad» son en principio inexistentes. Son algo que a los humanos se les ha antojado crear, nada más. Por sí solos, no tienen poder alguno ni llevan a cabo ninguna función. A menos que se les confiera poder, no tienen autoridad alguna. Somos nosotros quienes les damos poder y les insuflamos vida. Nuestros pensamientos los activan y los sustentan, y hacemos así que parezca que tienen poder propio.

Nuestros pensamientos son energía misma. Nuestros pensamientos son poder y, cuando nuestras creencias se refuerzan, ese poder se intensifica. Si lográramos que la idea de «felicidad» e «infelicidad» dejara de limitarnos y eleváramos nuestra consciencia hasta el lugar en que nos armonizamos con las vibraciones de la vida y de la naturaleza, creo que la noción de «problema» desaparecería también. Si no sintiéramos la necesidad constante de no preocuparnos más que por nosotros mismos, la humanidad entera podría experimentar una vida de paz.

A lo largo del siglo XX, la mayoría de la gente depositó su confianza en cosas materiales principalmente. Creíamos que todo poder residía en lo material. Opinábamos que nuestras posesiones, o la falta de ellas, determinaban si éramos felices o infelices. Mientras vivamos en esa situación, con la ganancia material por objetivo principal, no podremos evitar vivir bajo la amenaza de los problemas.

Preguntémonos a continuación sobre la «felicidad». ¿Qué significa ese término para ti? Si piensas que la felicidad existe exclusivamente en el reino de lo material, jamás lograrás trascender los límites de los problemas pendientes y atrasados porque tu felicidad se verá siempre limitada por algo que es finito.

Salud, riqueza, éxito, casas, terrenos, autoridad, conocimiento, títulos académicos, admiración pública, juventud, belleza, hijos excepcionales… Si poseyeras todas estas cosas, sin duda se te consideraría una persona feliz por encima de lo común. Sin embargo, ¿serías realmente capaz de conservar la felicidad en tu corazón? ¿Estarías seguro de que esa felicidad iba a durar para siempre? ¿No te preocuparía perderla? ¿No tendrías miedo de que un día se desmoronara? ¿No sentirías aprensión de que alguien la destruyera? Estando sano, ¿no temerías contraer alguna enfermedad? ¿No sentirías ansiedad ante la idea de perder riqueza y bienes si se declarara una guerra? ¿No habría peligro de que alguien que tuviera algo contra ti te quitara la vida?

Aun cuando se posee todo aquello que se considera una fuente de felicidad, uno puede vivir en realidad con miedo constante a perderla. La cuestión es: ¿Debemos los seres humanos seguir viviendo así para siempre, atormentados constantemente por los problemas pendientes y atrasados?

Adoptar una perspectiva nueva

¿Por qué es la gente incapaz de acabar con los problemas pendientes y atrasados? ¿Por qué no dejamos de arrastrar el pasado con nosotros? ¿Por qué tenemos que revivir una y otra vez acontecimientos, ansiedades y miedos que deberían haber pasado ya? Y por si esto fuera poco, generalmente parecemos incapaces de vivir sin temor, sin inquietarnos acerca de cosas que no han ocurrido aún. ¿Por qué nos empeñamos en visualizar desgracias, dolor, desastres, tragedias y fracasos y nos preocupamos de que puedan ocurrir?

En la actualidad, los pensamientos de la mayoría de las personas se ven influidos y perturbados con gran facilidad por cosas que no tienen sustancia real. Su subconsciente se llena de ideas trastocadas que les impiden vivir como deberían. ¿Cómo podemos salir de esta desdichada condición? ¿Cómo podemos deshacernos de los problemas pendientes y atrasados?

Para mí, la respuesta está en enfocar la vida de otro modo. En primer lugar, creo que deberíamos dejar de vernos como propietarios de posesiones materiales en un mundo tridimensional, porque no es eso lo que somos en realidad.

Cambiar el modo en que pensamos no es demasiado difícil. Lo único que tenemos que hacer es depositar menos fe en el poder de lo material. Es precisamente a causa de nuestra obsesión por lo material por lo que aún no hemos dejado de sufrir. Rechacemos el deseo de acumular más posesiones que los demás o de las que ya tenemos. Al hacerlo, podremos dejar de centrarnos en lo material y dirigir nuestra atención al respeto por la vida.

Nuestro mismo cuerpo es un objeto material. Como tenemos la atención centrada en el cuerpo físico, tanto el dolor que recordamos como el que anticipamos nos atormenta: el dolor que trae la vida, el hecho de envejecer, el hecho de enfermar y el de morir. Pero elevar la consciencia por encima de estas cosas es posible. Podemos hacer que la fe que tenemos en la omnipotencia de lo material se transforme en fe en la omnipotencia del corazón, de la mente y del espíritu.

Al hacerlo, nos liberaremos de los problemas que arrastramos del pasado y de aquellos que anticipamos. Nos situaremos por encima del miedo a perder la riqueza, el poder, la salud o la vida. Nos libraremos de los deseos, la competitividad y las emociones que nos empujan a adquirir más posesiones. No tenemos por qué seguir acusándonos, juzgándonos o luchando de esta manera.

El día en que todos los corazones humanos adopten una perspectiva orientada a la vida, el dolor y la angustia de la humanidad desaparecerán por completo, porque en ese momento dejaremos de buscar la ganancia material. Ya no daremos tanta importancia a lo que ocurre en el plano material.

Y si entonces alguien siguiera mostrando deseos egoístas, persiguiendo lo material y encumbrando la riqueza y la autoridad, lo miraríamos con compasión y sentiríamos deseo de protegerlo. Rodearíamos a esta persona con olas de respeto y amor para ayudarla a liberar su corazón lo más rápido posible.

A medida que el planeta vaya avanzando en su desarrollo, cada vez más gente pondrá en primer lugar objetivos como la armonía, la creatividad, la gratitud, el respeto y el compartir. Dejaremos de vivir buscando la ganancia material. Ya no permitiremos que consideraciones materiales dominen nuestro pensamiento. Vivir de un modo materialista nos parecerá totalmente irracional, así que perderemos el interés por un estilo de vida que se basa meramente en objetivos materiales. Todo el mundo dedicará sus esfuerzos a expresar alegría con cada palabra y cada acción. Al realizar cualquier actividad, centraremos toda nuestra atención y energía en aprovechar el potencial oculto que tenemos, así que apenas nos fijaremos en lo material.

Cuando gran parte de la población se haya vuelto indiferente a los objetivos materiales, la competitividad decaerá. Como nuestras necesidades materiales quedarán satisfechas con poco, el valor de los objetos materiales caerá en picado y su escasez no influirá en él. Con el continuo decaer del valor y el atractivo de las posesiones materiales, puede que muchas de ellas pasen a ser un estorbo, así que sentiremos un deseo creciente de deshacernos de ellas. La idea de lograr la estabilidad personal por medio de propiedades materiales dejará de tener sentido.

En la era del materialismo, la gente se volvió esclava de sus posesiones. Desde el punto de vista de la humanidad y del bienestar de esta, ¿de qué ha servido toda esa lucha y esa codicia feroz? Muy pronto, la humanidad despertará y comprenderá cuán necio es desperdiciar tanta energía en objetivos tan vacíos.

Ahora, hemos llegado a un momento decisivo. La era de lo material ha tocado a su fin y estamos a punto de empezar a crear un nuevo modo de vivir para el siglo XXI.

La verdad nos hará libres

Cuando en la Tierra la mayoría de la gente haya empezado a dedicar su energía a creer en sí misma y a preocuparse por los demás, los problemas pendientes y atrasados desaparecerán del corazón humano. Llegado ese momento, los esfuerzos positivos que haremos solo engendrarán efectos positivos. En lugar de acumular problemas pendientes y atrasados, cosecharemos los beneficios de pensamientos, palabras y acciones generosos. El hecho de vivir de forma más expansiva cada día producirá efectos cada vez más luminosos en nuestra vida. Empezaremos a crear un futuro brillante lleno de una felicidad que jamás se pierde ni se deprecia.

Para lograrlo, tenemos que mirar siempre más allá del mundo finito, hacia el reino ilimitado de nuestro potencial resplandeciente. Entonces, aun viviendo en el mundo físico, nos descubriremos en una dimensión de pensamiento más alta. En lugar de revivir problemas pasados, descubriremos que la felicidad, alegría y tranquilidad pasadas se prolongan hasta el presente. Seguros de que nuestra forma de vivir sin reservas creará un futuro cada vez más alegre, anticiparemos una vida radiante frente a nosotros. Seremos capaces de vivir en armonía con los demás, de alegrarnos con ellos y de realzar su vida al tiempo que desarrollamos nuestra habilidad sin límite. Para un ser humano, hacer esto representa la felicidad máxima.

¿Qué es lo que más necesitamos para liberarnos por completo de problemas pendientes y atrasados? Lo que necesitamos no es esfuerzo ni el firme propósito de liberarnos. Lo único que puede liberarnos es la verdad y nada más. El hecho de ignorar nuestra verdad esencial es la sola causa de la infelicidad humana. Conocerla y despertar a ella es lo único que necesitamos.

El motivo de que la gente viva bajo la supremacía de cosas materiales es sencillamente el hecho de que no conocen la verdad. Como no conocemos la verdad acerca de nosotros mismos, hemos estado huyendo desesperadamente de las cosas que causan dolor y persiguiendo con entusiasmo las cosas que proporcionan placer. A resultas de ello, nos han atormentado preocupaciones, ansiedades, miedos, frustración y soledad, además de haber vivido sin esperanza.

La humanidad se enfrenta en la actualidad a una crisis de la que solo se puede salir de una manera. Mientras no despertemos a la verdad, jamás seremos capaces de elevarnos por encima del dolor.

Identificar nuestros problemas

En este momento, la mayoría de nosotros muy posiblemente abrigamos algún tipo de dolor, ansiedad o tristeza en nuestro corazón, dado que tenemos gran cantidad de problemas aún por resolver. Si te cuentas entre una de estas personas, quiero pedirte que examines atentamente tus pensamientos y sentimientos. Reúne todas tus ansiedades, miedos y penas y colócalos frente a ti. Si observas detenidamente cada uno de tus problemas, los organizas e identificas su naturaleza, posiblemente te sorprenda ver que muchos quedan resueltos de inmediato.

Para empezar, entre la maraña de problemas que ocupan tu mente, ¿cuántos han de ser resueltos por ti exclusivamente? Una vez que respondas a esta pregunta, probablemente descubras que la carga se aligera.

A veces, da casi la impresión de que los seres humanos codiciamos los problemas. A menudo hacemos nuestros los problemas y preocupaciones de los demás, incluidos aquellos que no nos atañen directamente, y los llevamos con nosotros allá donde vamos. Cuando reexaminamos nuestros problemas y dejamos a un lado aquellos que realmente no nos pertenecen, nos deshacemos de gran parte de la carga.

Piensa en tus seres queridos. ¿Te has echado a la espalda la carga de todos sus problemas, ya sea la enfermedad de tu cónyuge o de un hijo o las cosas que les pasan en el trabajo o el colegio? ¿Has asumido esa carga y te resistes a soltarla? ¿La tienes firmemente aferrada en tu corazón y dejas que te disguste y atormente hasta que se soluciona?

Intenta identificar los problemas que más dolor y preocupación te ocasionan. Después, pon en una lista solo aquellos que te atañen directamente. De momento, deja a un lado las preocupaciones y penas que pertenecen a los miembros de tu familia. Al hacer esto, mucha gente descubre que, contrariamente a lo que imaginaban, muy pocos de sus padecimientos son suyos en realidad.

De hecho, es posible que te resulte bastante difícil distinguir tus propias preocupaciones de las preocupaciones y padecimientos de los miembros de tu familia, pero este es el primer puente a cruzar. Mientras no consigas establecer esa distinción en tu mente, no te será posible progresar por tu propia senda.

Si asumiendo los problemas de un hijo o cónyuge, pudiéramos librarlos por completo de su sufrimiento, sería estupendo hacer algo así. Sin embargo, cuando tratas de cargar con el sufrimiento de un ser querido, muy posiblemente descubras que este no se alivia en absoluto. Ver el sufrimiento de un ser querido contribuye a nuestro dolor, así que solo conseguimos apesadumbrarnos el uno al otro más y más.

Por poner un ejemplo, imaginemos que a un hombre se le ha diagnosticado una enfermedad mortal y que está sufriendo mucho. A su sufrimiento físico, se suma la angustia mental y emocional. Su esposa, queriendo aligerar esta carga, intenta llevarla por él. Si de verdad pudiera aliviar el sufrimiento de su marido de este modo, estaría muy bien, pero lo cierto es que ella no conoce el auténtico motivo de la enfermedad de su marido ni lo que esa experiencia va a significar para él. Por lo tanto, de ningún modo podrá rescatarlo de esa situación.

Compartir la aflicción de los demás no constituye en sí amor y afecto verdadero. Esa es una idea equivocada. Si fuéramos capaces de sanar por completo el sufrimiento de los demás con solo compartirlo, hacerlo nos aportaría un gozo y un sentimiento de plenitud incomparable. Pero lo cierto es que compartir el sufrimiento de los demás no les proporciona ningún alivio y, por lo tanto, es mejor no hacerlo.

Si la esposa no tiene el poder de aliviar el sufrimiento de su marido, y de hecho es incapaz de controlar libremente sus propias emociones, no tiene sentido esperar que asuma la carga de él. Con ello, solo conseguiría abrumarse con problemas y situarse en una situación aún más desesperada de lo que ya está.

La verdadera unidad marital

Pensando en el ejemplo anterior, ¿no te parece que el marido está sufriendo ya suficiente como para tener que ver además el sufrimiento añadido de su esposa? ¿No es eso más de lo que debería soportar?

Mucha gente piensa que para que haya verdadera unidad marital es necesario asumir el sufrimiento del cónyuge o el compañero, pero a riesgo de suscitar críticas, quisiera decir que el verdadero significado de la unidad marital no es ese. Detrás del concepto superficial que tenemos del matrimonio, se esconde una verdad más profunda. La verdadera unidad marital es un proceso a través del que dos personas llegan a unirse mental y físicamente. Es un proceso de comprensión, de ayuda y de aliento mutuos, que no es lo mismo que caer juntos y levantarse juntos.

Si cuando ves que tu cónyuge o compañero sufre, haces tuya su profunda tristeza y desesperación para que ambos llevéis la carga a partes iguales, ninguno de los dos experimentará alivio. Si bien es cierto que es bueno sentir compasión ante su dolor, su miedo a la muerte y su apego a la vida, bajo ningún concepto debes caer en su mismo estado de ánimo.

En un ejemplo de unidad marital verdadera, la esposa del hombre que sufre comprendería profundamente la angustia de su marido. Sin obsesionarse con el dolor que él siente ni hundirse en él, lo ayudaría a enfrentarse a esa angustia. Derramaría luz sobre él. Lo animaría a despertar a su verdad interior. Al pasar juntos por ese momento de sufrimiento, se alzarían fuera del alcance del mismo. Convertirían sus ondas mentales de desesperación, tristeza y miedo en vibraciones luminosas. Ambos dedicarían su energía a expresarse amor y gratitud mutuos, al tiempo que contemplarían un objetivo nuevo y luminoso.

El propósito de la unidad marital no es conservar a la persona en un estado mental determinado. Es un proceso mediante el que la pareja puede liberarse de ataduras materiales y físicas y despertar a aquello que es eterno. Si, desconociendo el importante papel que desempeñas en este proceso, decides sencillamente hundirte en la desdichada condición de tu cónyuge o compañero, sufrirás interminablemente y no recibirás alivio alguno.

Una vez que despertamos a la verdad esencial de lo que somos, ya nunca cargamos con las emociones de nuestros familiares ni sufrimos su angustia. En vez de ello, los apoyamos firmemente con nuestro amor.

Si tienes la costumbre de cargar con el sufrimiento de los demás, podría serte útil tratar de contemplar ese sufrimiento como algo ajeno a ti. Eso no significa volverse una persona sin corazón, sino una persona capaz de proporcionar más apoyo.

Nuestro propósito a gran escala

Imagina que eres esa esposa cuyo marido está sufriendo. Si quieres ayudar a tu marido, en primer lugar debes ser capaz de desligarte de su sufrimiento. Una vez que lo consigues, tu energía vital puede operar plenamente y ser utilizada para animarle, depositar fe en él y liberar su mente.

Puede ser una difícil tarea para él alzarse por encima de su sufrimiento con la sola fuerza de su propia energía. Sin embargo, si tu propia energía vital y constante le envuelve con amor renovado, su ansiedad podría verse reducida a la mitad.

Las preocupaciones y sufrimientos de tu marido son algo que él mismo va a tener que resolver. Se han materializado como parte de su proceso evolutivo, de su propio plan de vida. Nadie tiene derecho a sufrir en su lugar, ni siquiera tú, su esposa.

Cuando nos enfrentamos a las distintas circunstancias que se nos presentan, debemos conservar en mente la verdad acerca de nuestra vida y el propósito que tenemos en este mundo. Sin esta perspectiva amplia, hay todo tipo de cosas que percibiremos en forma de preocupaciones y sufrimiento. Cuando despertamos a nuestra verdad esencial, lo recibimos todo como una bendición. Cada acontecimiento, cada situación de la vida nos sitúa en un momento decisivo. Si los tomamos como una forma de sufrimiento, nos adentramos en una senda oscura; pero cuando por el contrario los utilizamos como peldaño hacia la felicidad, estamos eligiendo una senda brillante y soleada.

¿Cómo se las arreglan algunas personas para aceptarlo todo como una bendición? Lo logran porque ven claramente cuál es su propósito a gran escala. Sea cual sea el tipo de problema o infelicidad que se cruce en su camino, saben que progresarán en su senda evolutiva si se alzan por encima de ello. Esas personas saben que, gracias a esa experiencia, su vida se volverá aún más radiante. Cuando logremos vivir la vida de esta manera, total y completamente, nos daremos cuenta de lo inútil que es gastar nuestra energía vital en problemas pendientes y atrasados.

Espero que, de ahora en adelante, todos recibamos cada acontecimiento que nos sale al paso como un momento decisivo de nuestra preciosa vida y que contribuyamos con nuestra energía a la paz y la felicidad de la raza humana. Ese es nuestro principal motivo para vivir. Esto es para lo que nacimos.

El futuro está esperando a que lo creemos.