Visión para el siglo XXI

 

                                                   ¿Qué es la muerte?

 

 Antes o después, a todo ser humano le llega el momento de retornar a su fuente primordial y emanar la luz perfecta del universo. Un día, todos nos fusionaremos con la fuente del universo y pasaremos a existir como parte de ella. En el siglo XXI, cada ser humano va a tener la oportunidad de liberarse del sufrimiento que el ser humano mismo ha creado y de ser valorado de acuerdo con la luz que irradia de su interior.

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La luz son vibraciones, y las vibraciones son la energía de nuestros pensamientos y emociones. Cuando nuestro corazón está siempre lleno de amor, de perdón y de gratitud y expresa constantemente pensamientos y emociones puros, bondadosos e inocentes, nuestras vibraciones son luz y amor mismos. Cuanto mejor aprendemos a manifestar amor, con más fuerza brilla esa luz que nos es inherente.

 

Ciclos de nacimiento y de muerte

A base de experimentar numerosos nacimientos y muertes en este extraordinario mundo4, nuestra consciencia va progresando paso a paso para que un día podamos llegar a ser seres completos. Al final del camino, seremos capaces de manifestar nuestra persona perfecta y esencial.

Estos ciclos de nacimiento y muerte están estrechamente relacionados con el principio de causa y efecto y las leyes de la evolución los gobiernan. No obstante, cada nacimiento que se produce en este mundo viene siempre determinado por la voluntad y el plan personal de cada uno.

Nosotros mismos determinamos antes de nacer las tareas que habremos de llevar a cabo durante la vida. Decidimos nuestro propio plan de vida: escogemos a nuestros padres, nuestros hermanos, nuestra cultura, nacionalidad, etnia y religión. Durante el curso de la vida, las condiciones que hemos escogido se materializan y dan pie a una serie de acontecimientos que vienen y se van.

Una vez vividas estas experiencias, lo que permanece en la consciencia es la idea de que, por encima de las diferencias de nacionalidad, raza, religión e ideología, los seres humanos estamos eternamente vinculados unos a otros en el reino de lo espiritual, del alma. En ese momento, por fin entendemos con claridad que nuestra vida jamás ha existido por separado, sino que existe unida a todas las demás vidas y que todos estamos conectados estrechamente unos a otros. Es de este modo que todos y cada uno de nosotros cobrará un día consciencia de la verdad sublime de nuestra infinita existencia.

Ideas erróneas comunes acerca de la muerte

Mientras habitamos este mundo, a la mayoría la idea de la muerte nos causa sentimientos de desasosiego. Esto ocurre porque nuestra consciencia se vincula con fuerza a nuestra existencia física y nos vemos como seres físicos. También tememos a la muerte porque vemos en ella una experiencia por la que tendremos que pasar solos y que nos separará de nuestra familia y de aquellos a los que amamos.

La muerte, sin embargo, no es algo a lo que debamos temer. No representa el final de la vida y tampoco trae una separación permanente. La muerte es más bien un acto por el que «regresamos». En el momento en que morimos, devolvemos a la tierra los elementos materiales que componían nuestro cuerpo físico. La tierra absorbe esos elementos, pero nuestra vida retorna a su fuente, a la fuente del universo. En otras palabras, regresamos a nuestro estado original en tanto que rayos de luz y energía viva. La esencia de nuestra persona no teme a este retorno. Muy al contrario, lo aguarda llena de alegría y expectación, como el acontecimiento portador de dicha suprema que es.

Mientras no tomemos consciencia de este principio fundamental de la muerte, seguiremos aferrándonos a nuestra entidad física y viviremos con miedo constante a perderla. Cuando enfermemos, querremos recibir el tratamiento más avanzado que exista, sea cual sea: transplante de órganos, manipulación genética, clonación humana… Todas estas técnicas son manifestaciones claras del deseo que sentimos de conservar nuestra entidad física tanto tiempo como sea posible.

Una de las grandes tareas que se nos presentan en el siglo XXI es la de corregir las ideas equivocadas que tenemos acerca de la muerte y examinar a fondo nuestra actitud ante los tratamientos médicos y la tecnología. Una vez que superemos verdaderamente el miedo a la muerte y la aceptemos como parte natural de la vida, seremos capaces de dar un paso adelante en la evolución de nuestro corazón y alma. Entenderemos también que si nos esforzamos repetidamente en posponer el momento de la muerte, tomando medidas extremas, tan solo conseguiremos frenar el proceso de evolución personal y de creación de nosotros mismos.

 

Nuestro propio plan de vida

Nuestra consciencia interna es la que decide el momento de la muerte para cada uno de nosotros. Nuestra muerte sobrevendrá tarde o temprano de acuerdo con el plan de vida que hayamos formado. Es un error pensar que aquellos que han tenido una vida larga son felices y que aquellos que mueren jóvenes son desgraciados. El verdadero significado de nuestra muerte reside en el cumplimiento del plan que nos hemos marcado para esta preciosa vida.

Aun cuando alguien muere en circunstancias en apariencia trágicas, ha sido esa persona quien formó ese plan de vida. Esa muerte podría servir para enmendar actos erróneos cometidos en el pasado, podría ser una forma de alcanzar un crecimiento personal rápido a gran escala o un modo de resolver en poco tiempo una situación de falta de armonía.

Imaginemos el caso de una niña cuyos padres mueren ante sus propios ojos en el curso de una guerra. Lo pierde todo en la guerra y se ve obligada a convertirse en uno de esos «niños de la calle». Lo cierto es que incluso esta criatura, antes de nacer en la Tierra, ha escogido el momento, la nación y las condiciones en que llegaría a este mundo. Ella misma escogió también a esos hermanos y padres que morirían siendo ella aún muy pequeña, lo que la llevaría a quedarse sola. Solo ella sabe qué tipo de vida forjará a partir de ese momento, porque su vida se va a desarrollar de acuerdo con el plan que su propia voluntad determinó de antemano. En el curso de su vida, podría llegar a conocer a gente buena y escoger un modo de vivir positivo, o bien podría escoger un modo de vivir negativo y lleno de sufrimiento con el que expiar una falta de armonía del pasado. Todo lo que ocurra en la vida de esa niña lo habrá decidido su voluntad, en base al plan de evolución que ella ha escogido.

Los seres humanos determinamos alrededor del setenta por ciento de nuestro plan de vida antes de nacer. El treinta por ciento restante lo decidimos a lo largo de la vida en este mundo. Somos siempre libres de modificar nuestra vida, ya sea para mejor o para peor, respondiendo de un modo u otro a las situaciones que se nos presenten.

Dentro de lo que es el flujo interminable de nuestra vida infinita, la vida en la Tierra no representa sino un instante. Por lo tanto, debemos cuidarnos mucho de no desperdiciar ese precioso instante dedicados a juzgar cada acontecimiento y cada persona, tratando de decidir si son buenos o malos, un éxito o un fracaso, afortunados o desafortunados. En lugar de ello, respondamos a cada persona respetando su voluntad y apoyándola, por medio de todo ese amor del que somos capaces, para que pueda llegar a realizar su plan de vida. Creo que debemos prestar mucha atención para evitar caer en el tipo de emociones que nos empujan a considerar a los demás dignos de lástima, inútiles o incapaces de gobernar el curso de su propia vida.

Debemos también pensar detenidamente antes de lanzarnos a tratar de resolver los problemas de los demás. Muy a menudo, tales acciones nacen de un deseo de aliviar nuestra propia angustia o de reforzar nuestro ego. Las intervenciones ajenas nunca son el mejor modo de ayudar a los demás a largo plazo. Muy al contrario, pueden servir para obstaculizar su plan de vida.

El momento de la muerte

Para la mayoría de nosotros, la palabra «muerte» parece conjurar todo tipo de sentimientos de ansiedad: el miedo a lo desconocido, la pena y la soledad al separarnos de aquellos a los que amamos y la pérdida del cuerpo físico que tanto apreciamos. Sin embargo, la muerte en sí misma jamás es motivo de trauma para nosotros. La muerte es, en esencia, una experiencia de felicidad pura que nos permite olvidar todos nuestros miedos en un instante.

Por lo general, hoy en día la gente piensa que la muerte, o paso al plano espiritual, es el proceso más difícil al que nos enfrentamos jamás. Eso es porque creemos que con la muerte llega el momento en que se nos culpa y castiga por las malas acciones que hemos cometido. Nada más lejos de la realidad. En el momento de la muerte, todos podemos vivir una experiencia en la que una luz deslumbrante nos envuelve, flores hermosas nos rodean, ángeles nos abrazan y nos sentimos llenos de felicidad, paz y gozo.

 

En el momento de la muerte, todos sin excepción, aun siendo estafadores, ladrones o asesinos, aun habiendo perdido toda fe y confianza en nosotros mismos, podemos vivir una experiencia de ascensión a un mundo radiante, gracias al amor protector y misericordioso que nos rodea constantemente. Si en ese momento sentimos el deseo de permanecer para siempre en este mundo de luminosidad desbordante, significa que hemos alcanzado un alto nivel en nuestra evolución. Pero si esa luz nos resulta demasiado deslumbrante, entonces descenderemos por propia voluntad a otro plano, a una dimensión inferior, y ahí forjaremos un nuevo plan de vida por medio del que adquirir más experiencia.

 

Prepararse para la muerte

La muerte es un acto mediante el que desechamos la parte más externa de nosotros, nuestra encarnación física. Es exactamente igual que el proceso mediante el que la crisálida se convierte en mariposa.

La muerte representa un paso en el proceso de evolución y de creación de nosotros mismos. Al morir, regresamos a nuestro ser esencial y nos fundimos con él. Nos volvemos a reunir con lo sagrado, perfecto, radiante y sublime. La muerte es el regreso a nuestra fuente infinita. El miedo y la ansiedad que experimentamos ante la muerte son meros productos de nuestra imaginación, creados por una mente que ha olvidado esta verdad.

¿Cómo se inicia la transición hacia la muerte? La mayoría piensa que la muerte nos sobreviene de forma repentina, pero la verdad es muy distinta. Por lo general y en primer lugar, cada persona, se trate de quien se trate, se hace a sí misma una afirmación de su muerte, aunque no necesariamente de manera consciente. Lo que anuncia su advenimiento es nuestra voz interior y esencial. En otras palabras, nuestra propia voluntad toma la decisión de renunciar a nuestro receptáculo terrenal, a nuestro cuerpo físico, y de pasar a un mundo superior.

Una vez que nuestra voz interna y esencial hace esta declaración, empiezan a producirse cambios en las funciones de nuestro cuerpo, en todos nuestros órganos. Los fuertes lazos que unían nuestra encarnación física a nuestra encarnación subconsciente empiezan a ceder y las dos poco a poco se separan. Algunas personas completan esta separación rápidamente, otras necesitan bastante tiempo.

Este proceso de separación es muy similar al sueño en que nos sumimos cada día. Mientras dormimos, nuestra encarnación física y nuestra encarnación mental permanecen unidas mediante una corriente de energía vital. Sin embargo, cuando morimos, esa corriente de energía vital que se produce dentro de la entidad física cesa. A consecuencia de ello, el ser subconsciente y espiritual se desliga por completo del ser físico sin poder volver a entrar en él.

El tiempo que dura este proceso varía de una persona a otra. Toda persona necesita práctica para efectuar esa transferencia al mundo espiritual. A algunas les basta con dos o tres minutos de práctica, pero otras necesitan días, años incluso. Todo el mundo necesita practicar más o menos, pero nuestra mente consciente no se da cuenta de ello porque es algo que hacemos mientras dormimos. Hay quienes solo necesitan repetir la práctica unas pocas veces y quienes han de repetirla decenas, cientos de veces. Poco a poco, todos acabamos aprendiendo a efectuar la transferencia al más allá sin problemas.

Cuando practicamos, nuestra parte subconsciente y espiritual abandona el cuerpo físico. Viaja de un lado a otro, por encima del tiempo y el espacio, y experimentamos el hecho de que somos la luz, la consciencia y la libertad absoluta misma. Después, regresamos a nuestra encarnación física. En ese momento, hay quien experimenta dificultad para reunir a la perfección la encarnación espiritual con la física. Las personas que están en esta situación dan la impresión de sufrir un gran malestar: a veces gritan o hablan con personas invisibles, agitan los brazos o las piernas o efectúan otros movimientos. Sin embargo, no experimentan el menor sufrimiento físico. El modo en que actúan se debe a la dificultad que experimentan para introducir su encarnación espiritual dentro de su encarnación física. Tienen que colocar sus pies espirituales dentro de sus pies físicos, sus manos espirituales dentro de sus manos físicas, etc. Es como cuando vemos a un niño pequeño que trata de vestirse solo y mete ambas piernas en una pernera del pantalón o se pone una prenda con lo de atrás hacia delante.

Dado que todos experimentamos la muerte durante este periodo de práctica, guiados por una presencia rebosante de amor que siempre nos acompaña, no tenemos realmente razón para temer a la muerte. Sin embargo, es posible que sintamos miedo de todos modos. El motivo de este miedo es que, a pesar de que tanto el ser físico y como el ser espiritual ha practicado el proceso mientras dormíamos, la mente consciente no recuerda estas experiencias.

Por lo tanto, es importante que todos sepamos de manera consciente que la muerte no es una forma de sufrimiento. Al morir, ni sentimos que nos ahogamos ni nos perdemos en la oscuridad. La muerte no es sino el regreso a nuestro estado original, a un estado de luz pura y libertad absoluta. Jamás debemos considerarla algo destructivo o final. No es una separación de aquellos a los que amamos y tampoco es el paso a un mundo infernal o de dolor. Más importante aún: la muerte no es el final repentino y definitivo de nuestro plan de vida.

 

La senda de la perfección

Para poder liberarnos del miedo y la ansiedad que sentimos ante la muerte, los seres humanos necesitamos llegar a comprender cuál es nuestra identidad esencial. Llegado el momento, solo si lo comprendemos, somos capaces de desprendernos de nuestro cuerpo físico. Solo entonces dejamos de intentar retenerlo el mayor tiempo posible. Sea cual sea la enfermedad que pueda aquejarnos, si entendemos bien lo que es la muerte, sin duda seremos capaces de oír nuestra voz interior y reconoceremos el momento en que hemos de morir. Seremos capaces de afirmarnos a nosotros mismos, sin temor ni desasosiego, que estamos listos para retornar al estado original de nuestro ser. Cuando logramos tal entendimiento, la inclinación que sentimos por los transplantes de órganos y otras medidas extremas desaparece de forma natural.

La muerte de un niño pequeño o de un bebé puede contemplarse de la misma manera. El hecho de que la vida del ser físico tan solo se extienda unos meses, o unos pocos años, tan solo refleja una decisión de la parte espiritual de esa criatura. En términos terrenales, se trata obviamente de alguien muy joven, pero en términos espirituales no es joven en absoluto. En términos espirituales, puede ser de hecho mayor que sus propios padres.

Cuando una persona goza de este tipo de conocimiento, la muerte jamás va acompañada de angustia ni de dolor. Por el contrario, la persona efectúa una transición hermosa y pacífica, llena de gracia y de dignidad. Pero si los seres humanos no recuperamos pronto nuestra capacidad natural de aceptar y experimentar la muerte, el mundo se verá sumido en un sufrimiento sin precedentes.

Según la ley universal y el movimiento de la naturaleza en el sentido más amplio, todos los seres vivos, los humanos incluidos, son capaces de aceptar la muerte de forma natural. Nuestra parte material, por un lado, retorna a la tierra y la nutre, y la parte espiritual, por otro, regresa a su fuente sublime. Nuestra vida en la Tierra no es sino un instante dentro de la corriente sin fin del tiempo. Nuestro nacimiento en este mundo no es más que una recalada que efectuamos durante el viaje de evolución personal.

Mientras vivimos en la Tierra, todo se rige según el principio de causa y efecto. Sin embargo, no debemos olvidar jamás que detrás de todo ello, las decisiones que nuestra voluntad toma están constantemente ejerciendo su acción. De hecho, nuestra decisión de nacer en la Tierra conforma, en sí misma, la senda de nuestra propia evolución y creación personal. Sometidos a las leyes que gobiernan el mundo físico, cada uno de nosotros se va a abriendo camino hacia este objetivo final.

Cuando todos hayamos alcanzado totalmente este objetivo, nos expandiremos fundidos con nuestra fuente sublime. Con el objetivo de prepararnos para ese día, el amor del universo ha estado guiándonos de forma constante, animándonos y proporcionándonos su energía radiante y pura.

Una y otra vez nos hemos apartado de la senda principal. Una y otra vez nos hemos apartado de la ley universal. Pero el universo infinito, con su inimaginable luz, sabiduría, poder vital y energía, jamás interfiere en las decisiones que cada persona toma por voluntad propia, sino que espera, sencillamente. Espera y derrama sobre nosotros amor, generosidad y perdón.

La humanidad es en todo momento responsable de sus propias acciones sobre la Tierra. Por ello, es especialmente importante que vivamos en concordancia con las leyes de la armonía y con el amor inmenso y misericordioso del universo.

El futuro está siempre ante nosotros, esperando a que lo creemos.