Introducción

 Visión para el siglo XXI: un renacimiento de los valores y las responsabilidades del individuo

 El ser humano vive en estos momentos la situación de mayor crisis que el mundo ha conocido. Durante varias décadas, la gente viene sintiendo un desasosiego creciente motivado por una crisis inminente en materia de medio ambiente, por conflictos étnicos y religiosos, por la violencia y el terrorismo, y por la amenaza de las armas nucleares. En la actualidad, esa crisis ha alcanzado incluso el campo social, la política y la economía. La civilización misma se enfrenta a un momento de crisis y, en el fondo de todas esas crisis, se adivina amenazadora una crisis inminente de la consciencia humana. Se trata de una crisis del pensamiento, de las responsabilidades y de los valores humanos.

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¿Quiénes son los responsables del futuro de la Tierra? ¿Los gobiernos? ¿Las religiones? ¿Corresponde tal responsabilidad a una serie de grupos u organizaciones influyentes o bien es cosa de un puñado de personas extraordinarias: eruditos, santos, educadores, científicos y expertos en diferentes campos? ¿Cuál de estos grupos o entidades puede solucionar los problemas de la sociedad humana? ¿Qué lideres son capaces de asumir la responsabilidad de llevar la paz y la armonía por todo el mundo?

No hay duda alguna de que la paz empieza en el corazón de cada uno de nosotros. Sin embargo, hoy en día, la mayoría consideramos la consecución de la paz mundial una tarea inmensa que el individuo, el ciudadano medio, jamás podría llevar a cabo. Solemos pensar que los problemas del mundo han sido causados por los gobiernos o por personas en posiciones de poder y, del mismo modo, consideramos que la responsabilidad de lograr la paz recae sobre fuerzas ajenas a nosotros: los políticos, los líderes mundiales o personalidades más grandes, más fuertes, más cultas o que tienen más experiencia que nosotros. Jamás nos da por pensar que nuestros pensamientos, nuestras palabras y acciones de cada día producen un efecto en la escena mundial, así como tampoco pensamos que nosotros seamos en modo alguno responsables de traer la paz y la armonía al mundo.

¿Por qué pensamos así? ¿Por qué hay tantas personas que creen que su poder individual es insignificante o que carecen del potencial necesario para contribuir de forma significativa a la paz mundial? Yo creo que es porque, a pesar de estar ya en el siglo XXI, nuestra mente sigue aferrada a los valores del siglo XX.

¿Qué cosas valorábamos en el siglo XX? ¿Qué era lo que más apreciábamos? En general, valorábamos las cosas materiales: lo que podía verse, tocarse, contarse o medirse. Deseábamos por encima de todo en la vida conseguir la opulencia material para nosotros y para nuestra familia.

Por un lado, esta obsesión por objetivos y valores de tipo material fomentó una gran expansión de la civilización y la cultura materialista. Por otro condujo, desgraciadamente, a un abandono generalizado del desarrollo interno del individuo: lo que es el reino del corazón, la mente y el espíritu.

Los seres humanos necesitamos equilibrio en todos y cada uno de los aspectos de la vida: equilibrio entre lo material y lo espiritual, entre la escasez y la abundancia, entre el conocimiento y la sabiduría, entre lo joven y lo viejo, entre la religión y la ciencia, entre lo social y lo natural. En el momento en que ese equilibrio se pierde, todo empieza a desmoronarse.

Olvidando esta necesidad de equilibrio, la sociedad humana fue confiriéndole más y más importancia a objetivos externos, de tipo material, y cada uno de nosotros terminó por olvidar los maravillosos poderes que llevamos en nuestro interior: el poder del amor, de la sabiduría y la intuición, el poder del pensamiento y la voluntad y el poder de decisión. En la actualidad, la mayoría tan solo creemos en el poder de cosas ajenas a nosotros: el poder de la riqueza, el poder de la nación o el gobierno, el poder de los científicos, de los políticos, de los educadores y de diversas instituciones.

A causa de esta creencia, no reconocemos la dignidad y la fuerza que tiene nuestra propia existencia y por eso, en lugar de asumir responsabilidad por la influencia que ejercemos de forma continuada en el mundo que nos rodea, dejamos correr el tiempo sin hacer nada, con una actitud de indiferencia pasiva.

Como consecuencia de ese empobrecimiento del sentido de la responsabilidad, permitimos demasiado a menudo que nuestras emociones y decisiones se vean controladas por el instinto de autoprotección y por los innumlerables deseos del ego: el deseo de poder, el deseo de autoridad, el deseo de dominar y de poseer. Tales son los deseos que cobraron impulso durante el siglo XX. Y la otra cara de la moneda es que estos deseos siempre provocan una reacción de oposición: miedo a perder lo que poseemos y resistencia al control y la opresión. Como resultado de esto, los seres humanos hemos creado un mundo plagado de dificultades y confusión, un mundo en el que los valores materiales reinan impúdicamente mientras que los valores espirituales yacen olvidados. En otras palabras, hemos creado un mundo tremendamente carente de amor, armonía y capacidad de perdón.

Ya entrados en el siglo XXI, es imprescindible que cambiemos de dirección. Si seguimos viviendo según los valores del siglo XX, la humanidad será incapaz de sobrevivir en el siglo XXI. Lo que el mundo necesita en este momento, por encima de todo, es una revolución de consciencia radical. Ha llegado el momento de abandonar la creencia en lo externo, lo transitorio y lo efímero, en la que nos hemos venido centrando y de pasar a explorar lo interno, lo duradero y lo esencial. Tengo la esperanza de que el siglo XXI será «la era del individuo», una era en la que todos y cada uno de nosotros indaguemos profundamente en nuestra naturaleza y potencial intrínsecos:

¿Qué es un ser humano? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Cuál es el propósito de nuestra vida en la Tierra?

Tengo la creencia de que una reflexión profunda acerca de estas cuestiones tan fundamentales puede traer la luz al corazón de cada uno y hacer que una nueva senda se abra ante nosotros. Tengo la creencia de que esforzándonos por hacer resurgir ese potencial que tenemos profundamente enraizado, al tiempo que compartimos nuestra sabiduría y cooperamos los unos con los otros, cada uno de nosotros desempeñará un importante papel en la consecución de un futuro luminoso, para nosotros mismos y para todos los seres vivos de la Tierra.

En este libro, les ofrezco mis ideas acerca de distintos temas relacionados con nuestra vida diaria, acerca de la forma que en que tendemos a pensar como individuos y acerca de cómo sacar el máximo partido de la preciosa energía vital que tenemos. Deseo sinceramente que, leyendo este libro, lleguen a encontrarse con un nuevo «yo», infinitamente libre y alegre, y que lleguen a expresar creativamente ese nuevo «yo» maravilloso en cada momento de su vida.

Masami Saionji