Libertad de elección

La libertad de elección consiste en un hecho inconcebiblemente simple. No es preciso luchar para conseguir el objetivo. Todo lo que necesitas es la determinación de tener. Así como te permitas tener, podrás mover tranquilamente los pies en dirección de tu objetivo. Los péndulos le imponen un guion totalmente diferente. Ellos te obligan a luchar para conseguir el objetivo. Para eso debes declararte la guerra a ti mismo y al mundo los péndulos ofrecen a cada uno empezar por sí mismo. Ellos te inculcan que eres imperfecto, por lo tanto no conseguirás el objetivo mientras no cambies. Al cambiarte, debes incorporarte a la batalla por un lugar bajo el sol. Todo ese guion persigue un único objetivo: quitar energía a la víctima. Al luchar contigo mismo estás dando energía al péndulo. Al entrar en la batalla contra el mundo haces lo mismo.

Libertad de elección

La batalla supone el estado permanente de tensión, lucha, dis­ciplina. Siempre has de estar listo para la batalla. De ese modo, precisamente, proceden los guerreros que tienen vagas sospechas de que, en alguna parte de este mundo, existe la libertad. Pero su error consiste en pensar que hay que conquistar la libertad. Toda la vida se encuentran en estado de guerra, pero su combate principal lo dejan siempre para después. A los guerreros les parece que es imposible simplemente ir y tomar la libertad. Se convencen a sí mismos y a los demás de que es algo extremadamente difícil de hacer, y para lo cual son necesarios muchos años de duro trabajo y lucha.

El peregrino del Transurfing no participa en la lucha por libertad, puesto que sabe que ya la tiene. Nadie es capaz de obligarte a luchar. Pero si estás lleno de importancia interior y exterior no tienes otra salida. Todo lo que hay de lucha en el Transurfing es la intención de actuar impecablemente. Pero para hacerlo se requiere, no la prepa­ración para el combate ni la disciplina, sino la conciencia.

Si no te sale bien soltarte y permitirte tener, puedes dejarlo para después. Pero ¿cuánto durará ese «después»? Dar largas al asunto puede llevarte toda la vida. El aplazamiento para la próxima vez conduce a que la vida, en cada momento dado, se considere como preparación para un futuro mejor. El individuo nunca está satis­fecho con el presente y se consuela con esperanzas de que pronto su vida mejorara. Con tal actitud el futuro nunca llega y siempre se vislumbra en alguna parte por delante. Es lo mismo que intentar alcanzar el sol poniente.

El convencimiento de que aún queda mucho tiempo por delante no es más que una ilusión.  En espera de un futuro mejor pasa toda la vida.  De  aquí es el dicho: no hay nada más permanente que algo temporal. En realidad no hay tiempo para la espera.

Por tanto no debes esperar el futuro, sino tienes que incluir una parte de él en el momento presente. Permítete tenerlo todo aquí y ahora. Eso no significa que tu objetivo vaya a realizarse de inmediato. Se trata de la determinación, es decir, de la intención de tener, en contradicción con la permanente lucha contigo mismo. La determinación de tener es mucho más poderosa que la determinación de actuar.

Toda tu vida participas en la batalla por un lugar bajo el sol. Los que se han permitido tener, no participan en la batalla. Tienen cosas mejores que hacer.

Si pones fin a tu batalla y te permites tener, la intención exterior encontrará el modo de darte lo deseado. Desde este momento permítete tener, absoluta e incondicionalmente. Y no una vez, sino siempre. Si no te quedas esperando resultados instantáneos y sigues permitiéndote tener, un buen día sucederá algo que para otros será un milagro.

Si te concentras en el objetivo, como si ya lo hubieras logrado, tus puertas se abrirán y los medios aparecerán por sí mismos. Eso es la libertad que, literalmente hablando, hace a la cabeza dar vueltas. Si no aceptas esa libertad, una vez más haces tú elección. Cada uno hace su elección y recibe sólo aquello que esté dispuesto a tener. Tu elección es una ley irrevocable. Tú mismo formas tu realidad.

Puedes caer en la tentación de entrar en la batalla contigo mismo por la determinación de tener. Nunca jamás te obligues a permitirte tener. No proyectes por la fuerza la diapositiva del objetivo. No hay que esforzarse. No lo hagas de modo tenaz ni con presión. Pues, de nuevo, ¡es una lucha! Simplemente complácete con los pensamientos festivos. Renuncia a la importancia y pon fin a tu batalla. En una ba­talla es imposible conseguir algo. Por eso, precisamente, sigues con tu batalla, porque todo lo que te rodea es de importancia elevada. No podrás permitirte tener mientras luches con rabia por un lugar bajo el sol.

Supongamos que estás decidido y muy seguro de que recibirás lo tuyo; te convences enérgicamente y con empeño de que la elec­ción es tuya. Actuar con ahínco significa crear potencial excesivo. Lo que precisas no es firmeza, sino determinación ociosa y despreocupa­da. Relájate, suelta tu agarre y simplemente ten presente que estás cogiendo lo tuyo.

Suelta tu agarre mortal. Al intentar soltar tu agarre lo intensificarás aún más. El empeño y el esfuerzo aumentan el potencial excesivo. La razón de los esfuerzos y el agarre espasmódico es la importancia. No serás capaz de soltar tu agarre si luchas contra la importancia. Renuncia a ella y el agarre se aflojará por sí mismo.

Cuando desaparece la importancia, la determinación de obtener pasa a ser la determinación de tener y entonces empieza a funcionar la intención exterior.

Ya tienes el derecho de elegir. Y no tienes necesidad de luchar por este derecho. Si estás completamente decidido a conseguir tu derecho de elegir, prepárate para sufrir una decepción. Estar completamente decidido, significa tener firmeza. De nuevo, mantienes el agarre mortal.  Las fuerzas equiponderantes enfriarán rápidamente tu ardor. Y los péndulos, al percibir tu importancia, enseguida empezarán a provocarte. Tú mismo te percatarás de qué es, exacta­mente, lo que va a pasar.

Todo lo que necesitas es, por enci­ma de todo, permitirte tener. No es algo a lo que estés acostumbra­do, ¿verdad? Aun así, atrévete y permítete tener. Que las manzanas de Newton y de otra gente caigan al suelo. A pesar de todo, permite a tus manzanas caer al cielo.

¿Deseas desesperadamente obtener la determinación de tener? Renuncia al deseo. Ya basta de desear: de todos modos recibirás lo necesario. Limítate a pensar que coges lo tuyo. Cógelo tranquila­mente, sin exigir ni insistir. Pues es lo que yo quiero, ¿pasa algo? Y lo voy a tener.

Vadim Zeland: Adelante al pasado, cap. III