EL    VIAJE

Plegué la ropa de abrigo y  zapatillas con buena suela y lo metí todo en una  mochila que colgué a la espalda. Ya  había pasado por los años más jóvenes de manera   que las alegrías e ilusiones estaban a buen recaudo en mi cabeza y gravadas en un rincón de mi corazón. Tenía un hermoso amor y unos hijos muy amados pero necesitaba saber quién era y si en verdad también me amaba a mí misma. De manera que con ese imaginario equipaje eché a andar en busca de un camino nuevo para mí. No sabía muy bien hacia dónde dirigirme así que pensé en buscar a alguien que tuviera las mismas inquietudes, el mismo anhelo.

Mi sorpresa fue encontrarme durante el trayecto con mucha gente, de manera que pensé aliviada que quizás no fuera difícil hallar a aquellos, que como yo, andaban un poco a la deriva. Y sí, encontré a muchos. Nos reconocimos y nos unimos para andar juntos aquel nuevo trayecto. Unos hablaban mucho para llamar la atención de aquellos que desprendían ingenuidad y curiosidad. Yo era una de tantas, así que me acerqué como algunos para escuchar sus palabras. Y eran bellas, y hermosas pero ya las había oído anteriormente en el pasado de manera que,  al oírlas nuevamente no me ofrecieron nada nuevo.

Al poco, me di cuenta que el camino se abría hacia otras direcciones marcadas una por una señal. Nos miramos unos a otros y sin apenas palabras  cada uno  se decidió por una.

Pasaron muchos días y en mi fuero interno empezaba a perder la esperanza de hallar lo que tanto anhelaba mi corazón. La tristeza empezó a llenar mi pecho y a veces por la garganta me subía un alud de lágrimas. Pedí a mi Dios ayuda muchas veces, de manera que un día, ya era de noche encontré un letrero en una fachada con unas siglas muy interesantes. Levantaron en mí un pre-recuerdo profundo  aunque desde luego en ese momento no alcazaba a evocarlo.

– ¡Al fin pensé! Aquí es, seguro, pues las marcas y símbolos de la puerta ya los vi en mis sueños. Toqué suavemente  y un hombre de imponente presencia me abrió. Pronto comprendió mi orfandad cuando le expliqué el motivo que me llevó hasta tocar su puerta. Me explicó que allí encontraría y llenaría la falta que tanto me perturbaba. Dijo que era mi ego el que me impedía acercarme a la esencia de mi ser por lo que todo el trabajo consistiría en reconocerlo y de esa manera apartarlo de mi camino para que mi alma guiara mi vida sin obstáculos.

Me parecieron hermosas y coherentes sus palabras. Empecé a seguir sus instrucciones junto con muchos más. Pasó mucho tiempo. La entrega fue total pero no  conseguía apartar la losa que pesaba sobre mí a pesar de todos los esfuerzos. Seguía sintiéndome vacía porque en mi corazón sentía el hueco que nunca se llenaba.

Un día, cansada y muy triste abandoné las enseñanzas y el grupo porque comprendí que la pesada carga nunca la apartaría con solo conocimiento y salí nuevamente en busca de la verdad que tanto anhelaba. Encontré otras enseñanzas, hermosas y consoladoras pero al poco tiempo dejaban de ser necesarias. Así anduve muchos pasos. Entré y salí por muchas puertas y cada una tenía su símbolo en la estructura de sus formas.

Intuí en cada paso que daba que existen tantos caminos genuinos  como seres humanos pues cada uno tenemos marcado en nuestro corazón un sello con distinto principio y recorrido pero con idéntico final.

Pasó mucho más tiempo y cada vez se iba abriendo en mi consciencia una nueva visión. Pareciera que todo lo vivido era un camino que, en su soledad y vacío, me iba conduciendo hacia lo sencillo y más simple. Además perpleja, llegué a descubrir que desaparecían del horizonte de mí vista las altas montañas, las casas y el camino.

Mis ojos se derramaron a lo largo de las experiencias vividas. Unas que acepté y otras no. Unas me alejaban del propósito mientras que las otras que yo creía perdidas eran realmente las que me acompañaban al centro de mí misma sin yo reconocerlo.

Y comprendí que el camino aparente siempre comienza hacia afuera, transformándose en un laberinto largo y costoso a cuyo través vamos vaciando la pesada mochila de la egocentricidad e ignorancia que pesa sobre nuestra espalda y que cada ser humano que nos acompaña por el camino es una imagen de nosotros mismos para reconocer las carencias y faltas que tanto nos hacen sufrir. Es un camino marcado través de los sentidos y por ello necesitaba el soporte y refuerzo de los demás, de lo externo.

Cuando reconocí que esta experiencia, era la experiencia de mi vida y servía para limpiar mi corazón,  el camino se allanó y terminó. Mi mirada giró 360 grados hacia el interior, en el centro del corazón y allí encontré lo que siempre había estado buscando, la Verdad, la fuerza de la Presencia.

Ahora sí, ahora ya había despertado del sueño y podía volver a casa, libre, vacía, tan liviana que apenas notaba la tierra bajo mis pies.

El viaje había terminado.

Encarna Penalba