Junio 24-2013              Desde mi ventana

Todos los sabios de la antigüedad hablan de la vacuidad del mundo, de su ilusión, de su inconsistencia. Todo, dicen, nace y más tarde desaparece, ¿qué sentido tiene entonces la vida? ¿Para qué de tanto afán? ¿Dónde están todos aquellos que anteriormente lucharon aquí, en la Tierra? ¿En qué se transformó sus deseos, anhelos, alegrías y sufrimiento?

Estas son preguntas que siempre me han inquietado y creo, han sido el leit motiv de mi  búsqueda y despertar.

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Hace unos años tuve un sueño muy revelador que me ayudó en parte a comprender algo de todo esto: Estaba participando en una cruel guerra. El espanto me embargaba. Luchaba, me escondía, pero los gritos de miedo y horror me seguían. Corría intentando huir de todo aquello pero siempre volvía al mismo escenario.  Lucha, huida, y vuelta a empezar. Siempre se sucedían los mismos sentimientos, como si de una noria se tratara. Por mucho que hiciera, mis ojos siempre veían lo mismo y mi corazón estaba apretado, palpitaba de puro miedo y de esta sin razón. Entonces, en una de mis huídas entré en un recinto acristalado. Una profunda Paz me inundó. Cesaron los ruidos. Entonces la vi. Era una gran tortuga que me miraba con dulces ojos.  Ella podía contemplar el escenario del que yo provenía a través de los ventanales acristalados. Observaba todo lo que sucedía afuera. Sus ojos parecían comprender las escenas de sufrimiento y un profundo amor emanaba de ella. Le dije:

-“Ahora comprendo esta Paz, este Amor, estás aquí, eres Tú”.

Supe que ese era mi lugar, el sitio que me pertenecía y que podía permanecer allí siempre que quisiera pues era mi pertenencia natural, fuera de la dualidad cambiante y sufriente de la vida que vivo, y a la cual estamos todos acostumbrados dándola por supuesto como algo natural. Pero no es así. En realidad es cierto que el mundo gira y gira de esta manera pero podemos elegir el escenario: ser el sujeto que vive las escenas yendo de un lugar a otro, supeditado, sin comprender nada de lo que sucede, sin libertad, cegado por la ilusión de esta vida o… ser como la tortuga, aquel que observa, el Sí mismo de Jung. Es, o vivir en el exterior o vivir en el centro inamovible de nuestro ser. Entonces las perspectivas ya no son las mismas. Pues si observo acabo comprendiendo, y si comprendo aprendo a amar, no puede ser de otra manera, y de eso se trata. Aprender a amar a través siempre de la propia experiencia interior. Es un viaje al centro de uno mismo. Para mí el centro es el lugar que ocupa mi corazón. La puerta que me conduce a la cámara acristalada en donde se halla “mi tortuga”, mi eternidad, mi Presente Absoluto en donde el cambio ya no existe, ni la muerte, ni el dolor, nada. Sólo existe la Plenitud de la Paz y la  absoluta comprensión del perdón y por ello el Amor que todo lo llena y abarca.

La vida es un continuo camino hacia casa, hacia nuestro Ser, nuestra realidad y este camino lo hacemos en libertad de lección. Hay quien prefiere seguir en el campo de batalla aceptando todo con ciega sumisión y viviendo la película como si fuera la única realidad, repitiendo y repitiendo el mismo escenario toda su vida y hay quienes despiertan y descubren que no son los actores de una irrealidad y ponen su voluntad en descubrir quienes son, para qué está aquí y cuál es su destino desde toda la Eternidad.

La vida es un viaje hacia el centro y hacia el interior. Un camino a lo intemporal en donde el tiempo y el espacio dejan de existir para desembocar en la Eternidad que da el Presente en donde todo es, difícil todavía para asimilar pero cuyos contornos ya pueden empezar a esbozarse cuando nuestra mirada se dirige hacia el silencio del corazón. Esa es nuestra meta inmediata, aquí y ahora. Lo demás, seguro, se da por añadidura.