Todo está en tu mente

Hay una idea bastante común en las enseñanzas espirituales, con la que comulgan algunos científicos y filósofos, y es la idea de que el mundo existe solo en nuestras mentes o en nuestros cerebros, de que el mundo es pura imaginación nuestra o, peor aún, de que es un simple error de percepción. Pero ¿alguna vez forma esto parte de tu experiencia directa de la vida? ¿Percibes el mundo como si estuviera dentro de algo, de algo llamado mente? ¿Dónde se encuentra, con exactitud, esa mente dentro de la cual se supone que está el mundo? ¿Y de quién es esa mente? ¿Mía? ¿Qué es «mía» en la experiencia directa?

Todo está en tu mente

Cuando miro de manera nueva, ahora mismo, lo que vuelvo a encontrar es que aparecen pensamientos, aparecen olores, aparecen sonidos, aparecen sentimientos ―todos en el espacio abierto que soy―, pero no hay ninguna prueba de que lo hagan dentro de algo diferente llamado mente. No encuentro ninguna prueba de que algo llamado mente esté produciendo todo lo que se piensa, se ve, se huele, se oye o se siente. No encuentro ninguna prueba de que estas olas de experiencia provengan de una mente ni de alguna otra cosa o lugar. Solo puedo decir que no encuentro algo como la mente ―fuera del pensamiento que surge en el presente―. El pensamiento dice: «Hay una mente separada», pero no es más que un pensamiento que aparece. De niño, aprendí que «tengo» una mente. Pero ¿es verdad?

Lo único que encuentro cada vez que miro es la experiencia presente. No encuentro ni pasado ni futuro, sino ahora, y si acaso encuentro pasado y futuro, se trata de recuerdos e ideas que aparecen ahora. Todo es ahora.

Y lo que encuentro ahora es que la experiencia no está ni dentro ni fuera de mí. Sencillamente, aquí no encuentro ni dentro ni fuera; lo único que hay es intimidad total con todo lo que aparece. La experiencia no está contenida dentro de nada, ni encuentro ninguna prueba de que esté fuera de nada.

Así que mi experiencia de la habitación en la que estoy sentado no se halla «en mi mente»; no encuentro ninguna prueba de eso. Mi experiencia de la habitación está justo aquí, como habitación; no está separada de la habitación. Es la habitación, y es percibida. La experiencia no tiene localidad; no está localizada ni en la cabeza ni en el cerebro. Está en todas partes, lo mismo que el océano está presente en todas sus olas. Es la taza de té que me estoy tomando. Es el cielo y las estrellas. Es las hojas que crujen bajo los pies mientras camino hacia la oficina de correos. El mundo ni está «ahí fuera» ni está «en mi mente». Es íntimamente uno con lo que soy. Me sigue a todas partes. No puedo sacudírmelo de encima. No entro en el mundo y salgo de él; el mundo está siempre aquí. No me muevo por el mundo; él se mueve conmigo. Y no hay un yo separado de él. (¡Ah!, ¿verdad que son maravillosas las palabras?)

De la misma manera, la experiencia que tengo del sol no está en mi cerebro, en mi cabeza o en mi mente. Nunca tengo una experiencia de él como si fuera algo que está dentro de mí en modo alguno. Mi experiencia del sol no está localizada dentro de otra cosa. El sol sencillamente está aquí, en la experiencia presente; no puedo decir que esté dentro de mí, ni tampoco que esté fuera de mí.

Ahora bien, el saber convencional nos dice que el sol es una bola gigante de gas ardiente situada a millones de kilómetros de nuestros cuerpos físicos. Y es verdad, relativamente hablando; no podemos negarlo. Pero lo que también es verdad ―y este es el auténtico milagro― es que el sol está siempre justo aquí, en la intimidad de la experiencia presente. Aparece en la intimidad que soy. Es el calor que baña mi cara. Es el calor sobre la piel. Es el fulgor que me relumbra en los ojos. Es el querido, viejo e íntimo amigo que ha estado conmigo desde que tengo memoria. No está lejos, muy lejos de quien realmente soy. Está aquí.

Aunque desde cierta perspectiva pueda parecer que una ola está muy alejada de otra ola del océano, desde la perspectiva del océano, dado que cada ola es el propio océano, el concepto de distancia o de ausencia de distancia no significa nada. El océano no tiene una localización específica, lo cual equivale a decir que está en todos los lugares a la vez. En otras palabras, está siempre aquí.

Todas las olas del océano que soy son esencialmente yo, incluso aunque parezcan estar a millones de kilómetros de mí.

Jeff Foster. La más profunda aceptación