Conocimientos del campo de las variantes

Sólo unos pocos elegidos son capaces de leer claramente los datos del campo de la información. La mayoría recibe sólo repercusiones de estos datos en forma de presentimientos efímeros y conocimientos poco claros. Los científicos y la gente creativa captan los rayos de luz sólo después de reflexionar muchos días, quizá años enteros.

Descubrir algo nuevo es muy difícil, porque por mucho que pienses, la frecuencia de la emisión mental se sintoniza con más facilidad con sectores ya realizados del espacio de las variantes. Y todo lo fundamentalmente nuevo se halla siempre en sectores no realizados. ¿Y cómo debe uno sintonizarse con esos sectores? Por ahora no se nos da saberlo. Cuando la búsqueda de una solución nueva en sectores realizados no da resultado, el subconsciente, de un modo inexplicable, sale casualmente en un sector no realizado, donde los datos no están envueltos en forma de interpretaciones simbólicas habituales, por lo que el subconsciente los percibe como información imprecisa y poco clara. Si la mente logra captar la esencia de esa información, surge una repentina y clara comprensión de las cosas.

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En el funcionamiento de nuestra conciencia y del subconsciente abundan la ambigüedad y las contradicciones. Pero aquí no vamos a tratar todos esos problemas, sino que exploraremos sólo sus aspectos aislados. Para más simplicidad y para no liarnos con la terminología y semántica, designaremos «mente» a todo lo relacionado con la conciencia, y «alma» a lo que se relaciona con el subconsciente.

Si la mente comprendiera lo que el alma le quiere decir, la humanidad obtendría acceso directo al campo de la información. Es difícil de imaginar a qué alturas habría llegado nuestra civilización en este caso. Pero la mente no sólo no sabe escuchar: tampoco lo quiere hacer. La atención del hombre está ocupada constantemente, ya por objetos del mundo exterior, ya por pensamientos interiores y sensaciones emocionales. El monólogo interior casi nunca cesa y se encuentra bajo el control de la mente. Ésta no escucha las débiles señales del alma y sigue con autoridad en lo suyo. Cuando la mente «piensa», está operando con categorías, clasificando propiedades de todos los objetos visibles en los sectores realizados. En otras palabras, piensa con ayuda de las etiquetas establecidas: símbolos, palabras, ideas, esquemas, reglas, etcétera. La mente intenta poner cualquier información en su sitio según la etiqueta correspondiente.

Todo lo que existe en el mundo tiene su etiqueta: el cielo es azul, el agua está mojada, los pájaros vuelan, los tigres son peligrosos, en invierno hace frío, etcétera. Si alguna información llega de un sector no realizado y, por tanto, no tiene todavía ninguna etiqueta razonable, la mente la percibe como un conocimiento incomprensible. Si consigue introducir para ese conocimiento una etiqueta nueva o logra explicarlo dentro de los márgenes de las etiquetas antiguas, nace el descubrimiento.

Es muy difícil encontrar siempre una etiqueta adecuada para un conocimiento totalmente nuevo. Imagina a una persona que oiga música por primera vez. La música también es una información en forma de sonidos. Cuando la mente recibe esta información, la sabe, pero no la comprende.

De momento no tiene etiqueta ni descripción para eso. La comprensión aparece después, cuando el individuo escucha la música repetidamente y le muestran todas las designaciones y objetos relacionados con la música: los músicos, los instrumentos, las notas, las canciones. Pero para la mente oír la música por primera vez era un conocimiento real y un misterio impenetrable al mismo tiempo.

Intenta explicar a un niño pequeño la siguiente descripción: «la leche es blanca». El niño, que acaba de empezar a utilizar las categorías abstractas, te hará un montón de preguntas. Y bien, qué es la leche lo sabe. Pero ¿qué significa blanca? Es un color. ¿Qué es un color? Es una propiedad de las cosas. ¿Y qué es una propiedad? ¿Y la cosa? Y así hasta lo infinito. Más fácil que explicárselo todo sería enseñarle objetos de diferentes colores. Entonces su mente fijará la diferencia entre objetos como categoría abstracta de color. De esta manera, el niño asigna descripciones y etiquetas a todo lo que le rodea y luego, al pensar, utiliza esas descripciones. El alma, a diferencia de la mente, no utiliza etiquetas ni descripciones. Por tanto, ¿cómo se puede explicar a la mente que «la leche es blanca»?

Desde el momento en que la mente empezó a pensar con ayuda de categorías abstractas, la relación entre mente y alma se atrofió poco a poco. El alma no utiliza esas categorías; no piensa ni habla, sino que siente o sabe. No puede expresar con palabras o símbolos todo lo que sabe. Por ende, la mente y el alma no pueden llegar a un acuerdo. Supongamos que el alma se haya sintonizado con el sector no realizado y haya reconocido algo que en el mundo material todavía no existe. ¿Cómo puede hacer llegar esa información a la mente?

Además, la mente siempre está ocupada con sus habladurías. Ella considera que todo se puede someter a una explicación razonable y mantiene un control constante sobre toda la información entrante. Del alma le llegan sólo unas señales confusas, a las que la mente no siempre es capaz de definir con ayuda de sus categorías. Los sentimientos y conocimientos poco claros del alma se hunden en los pensamientos en alto de la mente. Cuando flaquea el control de la mente, los sentimientos y conocimientos intuitivos se abren paso hasta la conciencia.

Esa ruptura se revela como un presentimiento vago, también llamado voz interior. La mente se ha distraído y, en ese momento, has podido percibir los sentimientos y conocimientos del alma. Eso es precisamente el susurro de las estrellas de madrugada: la voz sin palabras, reflexión sin pensamientos, el sonido sin volumen. Comprendes algo, pero muy vagamente. No piensas, sino que intuyes. Cualquiera, en algunas ocasiones, ha experimentado lo que es la intuición. Por ejemplo, sientes que alguien está por venir, o que algo va a ocurrir, o simplemente sabes algo sin explicación alguna de por qué lo sabes.

La mente siempre está ocupada generando pensamientos. La voz del alma se ahoga, literalmente, en esa «mezcladora de pensamientos», por eso es tan difícil obtener el acceso a los conocimientos intuitivos. Si paramos la carrera de los pensamientos y nos limitamos a contemplar el vacío, podemos oír el susurro de las estrellas de madrugada: la voz interior sin palabras. El alma es capaz de encontrar respuestas a muchas preguntas si prestas oídos a su voz.

Es bastante difícil enseñar al alma a sintonizarse intencionalmente con los sectores no realizados y, al mismo tiempo, obligar a la mente a escuchar lo que el alma quiere decirle. Empecemos por algo simple. El alma tiene dos sensaciones bastante claras: la sensación, de confort interior y la sensación de incomodidad interior. La mente tiene sus denominaciones para estas sensaciones: «estoy bien» o «estoy mal», «estoy seguro» o «estoy preocupado», «me gusta» o «no me gusta».

En la vida tenemos que tomar decisiones a cada paso: hacer lo uno o hacer lo otro. La realización material se mueve por el espacio de las variantes, y el resultado de estos movimientos es lo que llamamos nuestra vida. Dependiendo de nuestros pensamientos y nuestra actitud se realizan unos u otros sectores. El alma tiene acceso al campo de información. De algún modo inexplicable, ella ve lo que está delante, en los sectores que se aproximan, pero todavía no están realizados. Si el alma se ha sintonizado con un sector aún sin realizar, sabe lo que le espera ahí: algo agradable o algo desagradable. La mente percibe estos sentimientos del alma como vagas sensaciones de confort o incomodidad interiores.

El alma sabe muy a menudo lo que le espera. E intenta anunciarlo a la mente con la voz débil. Sin embargo, ésta casi no la oye o no da importancia alguna a los presentimientos confusos. La mente está dominada por los péndulos, demasiado preocupada por solucionar problemas y muy convencida en la sensatez de su actitud. Toma las decisiones volitivas, guiándose por el razonamiento lógico y el buen juicio. No obstante, es bien sabido que los razonamientos lógicos no garantizan en absoluto una solución correcta. El alma, a diferencia de la mente, no piensa: ella siente y sabe, por lo que no comete errores. La gente muy a menudo cae en la cuenta demasiado tarde: «¡Sabía que de eso no podía resultar nada bueno!».

El asunto está en aprender a definir lo que el alma dice a la mente en el momento de tomar la decisión. Y hacerlo no es tan difícil. Sólo necesitas ordenar a tu Celador que vigile el estado en que se encuentra el alma. Supongamos que estás tomando una decisión. Tu mente está completamente captada por el péndulo o absorta en la búsqueda de una solución para el problema. Para poder escuchar en este momento el susurro de las estrellas de madrugada, será suficiente con recordar que debes prestar atención al estado de tu alma. Resulta ser tan trivial que ni siquiera es interesante. Pero es así. El problema está sólo en prestar atención a tus sentimientos. La gente tiende a confiar más en los argumentos razonables que en sus sentimientos. Por ende, la gente ha perdido la costumbre de prestar atención al estado de su comodidad interior.

Supongamos que en la mente proyectas una de las variantes de solución de tu problema. En este momento tu mente no se guía por los sentimientos, sino por razonamientos sensatos, y no está dispuesta, en absoluto, a asimilar cualquier sentimiento. Si lograste recordar, presta atención a cómo te sientes. ¿Hay algo que te ponga alerta, te preocupe, inspire temor o no te guste? Ya has tomado la decisión. Ordena a la mente callar un momento y pregúntate: «¿Te sientes bien o mal?». Ahora escoge otra variante de la decisión y pregúntate de nuevo: «¿Te sientes bien o mal?».

Si no tienes una sensación explícita, eso quiere decir que tu mente todavía es muy mala oyente. Haz que tu Celador te obligue más a menudo a prestar atención a tu comodidad interior. Aunque puede que la respuesta a tu pregunta sea ambigua. En este caso no se puede confiar en estos datos tan indefinidos. Queda actuar de la manera que tu mente te dicte. O simplificar la pregunta.

Si lograste obtener la respuesta explícita «sí, estoy bien» o «no, estoy mal», significa que has podido escuchar el susurro de las estrellas de madrugada. Ahora conoces la respuesta. Eso no significa que debas actuar conforme a lo que te dicte el alma. No siempre somos libres en nuestro modo de actuar. Pero, al menos sabrás qué es lo que te espera en el sector no realizado.

Vadim Zeland: El espacio de las variantes, cap. VI