El placer superior

Para poder experimentar un delicioso “estado de ser” en lo cotidiano, primero tenemos que ser conscientes de que el placer que procede de la satisfacción de los mecanismos automáticos del ego es muy distinto del que proviene de la satisfacción de los deseos del alma. Sí, si. Pero… ¿Cuáles son los deseos del alma? ¿Dar dinero a los pobres, ayunar, abstenerse sexualmente, orar, servir al prójimo y vivir una “vida de santidad” para poder entrar en el paraíso? Eso es lo que nos ha transmitido nuestro condicionamiento sociocultural, judeocristiano u otro. Pero una parte de nosotros responde: “No, gracias…” y con razón.

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Con razón. Porque, efectivamente, la esencia misma de la Vida es el gozo, la celebración, el bienestar, la apertura, la expansión de nuestro ser en medio de una felicidad infinita. ¿Cómo realizar esa experiencia? El Corazón guarda el secreto. En cuanto le permitamos que se abra, podremos acceder a todos los placeres de la Tierra, todo se convertirá en fuente de gozo y de celebración permanente de la vida… sin pérdida de energía. Al contrario, la apertura del Corazón hace que, cuanto mayor sea el gozo, mayor sea la energía que se tiene. Justo lo contrario del mecanismo del placer ordinario, que aunque satisfaga momentáneamente, luego nos deja más vacíos que antes, y eso a todos los niveles, desde el billetero hasta el corazón.

El alma disfruta con todo, porque el simple hecho de vivir constituye su gran placer. Por eso sus deleites son numerosos y están todos a nuestro alcance. Son sencillos, no cuestan gran cosa y nos llenan. Porque cualquier acto de la vida, cuando se vive de modo vertical, produce gozo. Se vive en presente. Se disfruta conduciendo aun en medio del tráfico (lo mismo da un coche de lujo que un viejo cacharro), yendo de tiendas, jugando al balón con un niño, lavando los platos, paseando en barca por un lago, haciendo la declaración de Hacienda (si, si…), teniendo una relación íntima con alguien a quien se ama profundamente, compartiendo una comida con verdaderos amigos, haciendo un trabajo que a uno le gusta con concentración, por no decir consagración…, tomando un baño caliente…

La admiración y el gozo pueden estar en nosotros en todo momento; cultivar esa actitud, por poco que podamos, depende de nosotros. No hay por qué manifestar una alegría desbordante. Es un estado de tranquilidad, de serenidad, de calma en el que nos encontramos sin resistencia y que nos acompaña aun en los momentos más difíciles.

La presencia del Maestro que reside en el Corazón es fuente de gozo y alegría en todos los aspectos de la vida.

En presencia del Maestro del Corazón, el gozo proviene directamente de la unidad que uno tiene consigo mismo, con todo lo que le rodera, con la Vida… Ése es su secreto. Se vive del modo más natural en medio de la apertura, la serenidad, la compasión, el respeto, la integridad, la benevolencia y todas las demás cualidades del Corazón que, de esa forma, pueden expresarse. Compartir generosamente la energía de la vida se convierte en un gozo permanente.

Cuando el Maestro que vive en nuestro Corazón está presente y nos encontramos en estado de coherencia, los placeres normales del ego no son negados o desvitalizados, ni siquiera el placer sexual. Al contrario. Son acogidos y transformados, revitalizados, enriquecidos, clarificados y, en consecuencia, llevados a un grado de intensidad mucho más elevado que aporta a nuestras vidas un inmenso gozo, una profunda satisfacción y una gran libertad en lugar de decepción, cansancio y agotamiento. El placer sexual vivido con el único objetivo de la reproducción o de satisfacción sensual egoísta resulta bien pobre comparado con el placer vivido en la unión y el amor. Lo mismo ocurre con todas nuestras actividades, cualesquiera que sean, profesionales, familiares, de colaboración o de creación.

Según el camino que tome la conciencia, las actividades cotidianas pueden ser vividas en medio del gozo y la felicidad del alma o en el ciclo de insatisfacción y del “nunca es bastante” del ego.

El hecho de vivir lo cotidiano a la luz del alma, hace que vivir sea en sí mismo un gran placer y, además independiente de las circunstancias. Ya no dependemos de los mecanismos exigentes del ego para sentir un poco de gozo. Lo tenemos siempre, cualesquiera que sean las circunstancias. ¡Somos libres!

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 18-I