Paradigma de la víctima

El estado de ánimo de víctima y el paradigma subyacente a este estado de ánimo pueden definirse así:

Soy impotente y vulnerable en un mundo hostil, in­justo, peligroso y sometido al azar.

Hay personas que tienen suerte y otras que no. La vida es incoherente, imprevisible y llena de peligros. No tengo, o tengo muy poco poder sobre lo que puede suceder en mi existencia. Es muy difícil obtener lo que uno quiere en la vida. Lo mejor que podemos hacer es luchar, inten­tar controlar al máximo, protegerse y defenderse de los demás de la vida, y por último, tal vez rogar al cielo para que no se nos caiga encima.

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Esta forma de percibir el mundo constituye la «realidad» en el seno de la cual vive la mayor parte de la gente. Son las gafas (el filtro mental) a través de las cuales miran la vida. Cuando lleva­mos unas gafas azules, todo lo vemos azul. Las dificultades vienen cuando olvidamos que llevamos puestas las gafas azules y creemos, de repente, que todo esrealmente azul. De esta ma­nera la mayor parte de la gente piensa que la vida es así, y van a protestar ruidosamente cuando se les dice que la vida puede ser diferente, se aferran a sus puntos de vista y tienen toda una serie de «pruebas» para justificarlos. Les bastaría solamente cam­biar de gafas para saber que la vida puede ser de otro color.

Esta forma de percibir la vida da lugar a una «enfermedad» del espíritu, enfermedad en el sentido de generadora de ma­lestar, que podemos llamar «la victimitis».

La «victimitis» es una enfermedad mental muy extendida actualmente en nuestra sociedad. La encontramos bajo forma aguda e igualmente bajo forma crónica poco más o menos por todas partes. Esta enfermedad es tan corriente que la mayor parte de la gente no se da cuenta de que está afectada, puesto que todo el mundo es como uno, salvo algunos extraterres­tres… Es una enfermedad del espíritu debida a un anquilosamiento de ciertos sistemas mentales, acarreando consecuencias muy desagradables, con frecuencia incluso trágicas, pudiendo alcanzar basta la muerte de la persona infectada e incluso la de sus parientes. La victimitis es contagiosa y para ser curada necesita ser tratada ininterrumpidamente y con cuidado du­rante cierto tiempo, a menudo bastante largo. Nadie puede curar una victimitis desde el exterior; la cura realmente sólo puede ser realizada por la misma persona infectada, cuando ésta se ha dado cuenta de su estado, y de lo que éste le cuesta, y además sea ella quien decida desembarazarse de la enferme­dad. Una vez tomada la decisión, existen medios muy eficaces para cambiar este estado de ánimo lamentable, medios cuya eficacia ha sido probada en millares de casos.

Cómo explicar que la «victimitis» esté tan extendida, hasta tal punto que este estado de ánimo sea tan fácilmente acepta­do por cada uno y por el conjunto de la sociedad?

Dos estructuras mental-emocionales, en gran parte relegadas al inconsciente, se encuentran principalmente en la base de este estado de ánimo. Ellas se apoyan sobre un sentimiento de carencia, en lo que toca a la primera, y sobre un senti­miento de impotencia, en lo que respecta a la segunda. En general, la instalación de estas estructuras se ha realizado a partir de ciertas experiencias procedentes de la niñez.

Annie Marquier: El poder de elegir, cap. III