En muchas tradiciones, el ser primordial, anterior a cualquier división, era  completo y por eso tenía ambos sexos. En las tradiciones monoteístas este relato aparece personificado por un ángel, el más hermoso de toda la creación. Un ángel que según el Corán, por ejemplo, tras un pecado de orgullo fue precipitado a los abismos. En la acuarela de William Blake se muestra a este ángel destinado a ser el príncipe de este mundo como era al principio: porta un cetro símbolo de su realeza y una esfera rematada con una cruz, que representa tanto al orbe universal como a la piedra filosofal. En la tradición hindú el ser primordial y completo es llamado Purusha. En un mandala que lo representa se muestra el resultado de su sacrificio por el que es dividido en partes que serán el origen del cosmos y de todos los seres vivos. Ambos relatos explican de modo distinto la división de la unidad primordial, la separación entre el cielo y la tierra, entre el espíritu y la materia.

Con la geometría sagrada se busca recomponer la unidad perdida de las creaciones perecederas. El alquimista Michael Maier concibió un emblema extraordinario en el que se observa a un sabio con un enorme compás que traza distintas figuras geométricas encima de una pared ruinosa, el epigrama reza: «Traza un círculo a partir de un hombre y una mujer, luego un cuadrado, después un triángulo; traza finalmente un círculo y tendrás la Piedra filosofal». El círculo, el triángulo y el cuadrado son las tres formas geométricas básicas. El círculo representa el origen de la naturaleza, el cuadrado el final del arte y el triángulo los tres componentes del hombre o los tres principios alquímicos. La enérgica cruz en forma de X que reposa sobre un rectángulo, tan representativa de la obra de Tàpies, es la consecuencia de un gesto que describe la alianza y armonía entre los elementos que componen el todo: el espíritu activo y la materia pasiva, y pone de manifiesto el vínculo oculto que aúna las distintas partes de la creación.

El reencuentro o la reconstrucción de la unidad primordial entre el cielo y la tierra es el objeto de todas las tradiciones y también el fundamento del pensamiento simbólico. En la tradición oriental la fórmula usual para representar dicha unión es mediante la cópula de los dos sexos, tal y como aparece en la reproducción de un manuscrito nepalí del s. XVIII, mientras que en la tradición occidental se representa bajo la forma de un ser mitad hombre y mitad mujer. Así se ve en tratado alquímico titulado Splendor solis, en el que aparece un misterioso personaje vestido de negro que posee dos caras, de una de ellas surgen los rayos del sol y de la otra, los rayos lunares; también posee dos alas, una roja y otra blanca; con una mano sostiene la esfera de lo creado y con la otra el huevo cósmico, origen unitivo de toda la creación. Según la mitología griega, este andrógino era Hermafrodito, el hijo de Hermes y Afrodita, que se unió para siempre a la ninfa Salmacis que habitaba en las aguas cristalinas.

El andrógino es también el famoso rebis alquímico, que en latín significa «cosa doble». Como las dos serpientes entrelazadas alrededor de una vara que forman el famoso caduceo hermético o de Mercurio. Según una leyenda, Mercurio vio a dos serpientes que luchaban entre sí, el dios las separó con su bastón e inmediatamente dejaron de luchar. Acto seguido se enroscaron armoniosamente alrededor de la vara dando origen al caduceo. Este caduceo también simboliza el arte médico, pues en la unión de los contrarios consiste la auténtica medicina. En la doctrina tántrica, la unión de los contrarios o, en este caso, de complementarios, se representa por la unión de la pareja divina Shiva y Shakti, que simbolizarían respectivamente la energía masculina y femenina de Purusha (espíritu) y Prakriti (materia), representados por los dos triángulos, uno con el vértice hacia lo alto y el otro hacia lo bajo.

Más que a un símbolo o a un mito, la unión en un sólo cuerpo de lo masculino y lo femenino se refiere a un misterio que estaba en el origen de las antiguas iniciaciones y que tiene que ver con una experiencia. Una pintura de Charles Schwabe parece querer representar el secreto que los alquimistas denominaron el cuerpo-espíritu. El ángel de la muerte sostiene la llama de vida del sepulturero que acaba de expirar, esta llama irradia un cuerpo sutil de color verdoso que los ocultistas amigos de Schwabe conocían por sus experiencias y que sin duda representa el cuerpo-espíritu. Movido por una evidente inquietud espiritual, Mark Rothko pintó diversos cuadros que parecen inspirados en los movimientos ascendentes y descendentes de las fuerzas que antes hemos denominado cuerpo-espíritu. Estas fuerzas que los artistas manifiestan en sus creaciones son las que los alquimistas intentaron fijar para alcanzar la Piedra filosofal. En El Mensaje Reencontrado está escrito: «El cuerpo-espíritu no tiene princi­pio ni fin. Cuando se desdobla, los uni­ver­sos nacen en el amor; es el tiempo del movimiento. Cuando se reúne, los mundos desaparecen en el conocimiento; es el tiempo del reposo» 

En el tratado alquímico llamado el Rosarium philosophorum se explica visualmente la fijación del cuerpo-espíritu mediante el siguiente proceso: En primer lugar se produce la unión del hombre y la mujer, representados por el sol y la luna alquímicos, en el agua primigenia; en segundo lugar, de esta cópula surge una llama de vida bajo el aspecto de un niño que asciende hacia los cielos, como en la pintura de Schwabe que hemos visto antes; en tercer lugar, la llama desciende de nuevo sobre la pareja alquímica. De este modo se produce la espiritualización del cuerpo y la materialización del espíritu que en el Rosarium se representa bajo la forma del andrógino. Otro alquimista llamado Artephius lo explica con las siguientes palabras: «De esta manera se hace la mixtura y la conjunción del cuerpo y el espíritu, que los filósofos denominan el cambio de las naturalezas contrarias, porque, en esta disolución y sublimación, el espíritu es cambiado en cuerpo y el cuerpo es hecho espíritu». Y luego añade: «La disolución del cuerpo y la coagula del espíritu se hacen por una única y misma operación».

Dos  representaciones de andróginos nos proporcionan nuevas informaciones respecto a este misterio. En la primera, un grabado atribuido a Leonhard Thurneysser (1531-1596), además de insistir en la espiritualización de la materia y la materialización del espíritu, aparece representada dicha operación por las dos aves que surgen de los matraces que el andrógino sostiene en sus manos y que se dirigen respectivamente hacia lo bajo y hacia lo alto, por lo que también se alude a la unión armoniosa de los humores, representados dos de ellos bajo un aspecto masculino: el sanguíneo y el colérico, y los otros dos, bajo un aspecto femenino: el melancólico y el flemático. Existe una serie de correspondencias entre los humores y los elementos, las estaciones, las cualidades, e incluso con los órganos del cuerpo humano En la segunda, un grabado que pertenece a un tratado de Basilio Valentin titulado Azoth, o el medio de hacer el oro oculto de los filósofos, aparecen distintas correspondencias entre el cuerpo del andrógino y los siete planetas tradicionales. En la base del grabado, un poco oculta por el dragón que en casi todas las representaciones acompaña al andrógino, aparece la figura que hemos analizado al hablar, del grabado de Michael Maier y que incluye el círculo, el cuadrado y el triángulo..

En el libro de Elémire Zolla sobre el andrógino, aparece una imagen de san Juan Bautista pintada por Leonardo da Vinci como portada. Según este autor, la cabeza cortada del Bautista sobre la bandeja sería una imagen de la completitud de la realización del ser humano. Esta idea la confirma Emmanuel d’Hoohgvorst en uno de sus comentarios sobre la tradición hebrea al decir que se trata del principio (cabeza y principio son la misma palabra en hebreo) de la profecía que es ofrecida a los hombres gracias a su sacrificio. Juan Bautista es el predecesor de Jesucristo, en este sentido representa también el orden de la creación y por eso se le representa como un andrógino, el ser unificado poseedor de la eterna juventud y la divina belleza.

Raimon Arola