El desarrollo adecuado de la mente

Muchos métodos actuales de trabajo sobre uno mismo prefieren ignorar el aspecto mental porque las limitaciones que genera son bien conocidas. Puede uno creer que se encuentra a nivel espiritual porque no actúa la mente. Es cierto que cuando la parte automática de la mente está en silencio, tenemos acceso a una conciencia más amplia, pero ésta debe incluir la mente superior, con toda su inteligencia y apertura. Para poder elegir nuevos sistemas de pensamiento más consciente, tenemos que ser capaces de pensar lo más claramente posible… De lo contrario, la persona se encuentra a merced de sus emociones primarias, instintivas quizás, pero primarias, en vez de abrir el camino a la intuición superior. No podemos despedir al cochero con el pretexto de que no realiza la tarea que tiene encomendada; lo que hay que hacer es entrenarlo para que la realice con elegancia, flexibilidad y desenvoltura. Por eso, el desarrollo del intelecto es absolutamente deseable en el camino espiritual, un intelecto de verdad inteligente, abierto y capaz de pensar con libertad.

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La facultad de pensar es un gran privilegio del ser humano que se puede desarrollar a partir de cualquier disciplina que requiera reflexión, concentración y atención. Por ejemplo, el estudio de las matemáticas, a menudo considerado fastidioso y árido, es sin embargo un excelente entrenamiento al pensamiento preciso; y se puede encontrar gran placer en ello cuando se aborda con buena actitud. El estudio de cualquier otra materia intelectual puede ser ocasión para desarrollar la agilidad de la mente. Por otra parte, el desarrollo de la facultad de pensar libremente y de manera creativa debería estar en el programa de todas las escuelas, considerando, por supuesto, los dos aspectos del cerebro, derecho e izquierdo. Pero es evidente que el desarrollo del intelecto puede ser una trampa (riesgo de demasiado cerebro izquierdo) si no va acompañado del desarrollo de otros aspectos del ser (por ejemplo, las disciplinas artísticas). Un entrenamiento integral del espíritu humano posibilita la apertura a una inteligencia mayor, la del alma. El desarrollo del intelecto puede servir al ego o al Maestro, y este último lo necesita…

Para concluir, y por gusto, hagamos unas cuantas “escalas” recordando algunas reglas básicas que nos ayuden a evitar en lo cotidiano las trampas más frecuentes del camino inferior.

Las escalas.

1) reconozco que mi percepción de la realidad no es necesariamente la realidad.

2) pongo en entredicho continuamente mi percepción de la realidad. Al hacerlo, agrando mi filtro de percepción. Dejo de considerar mis percepciones como si fueran expresión de la verdad.

3) practico en todo momento la posición de testigo. Soy consciente de mis pensamientos, de mis emociones y de lo que pasa en mi cuerpo físico. Soy consciente de los mecanismos de las tres P (pánico, placer, poder) que me mantienen en la separación.

4) asumo la plena responsabilidad de mis emociones, cualesquiera que sean los factores que parezcan haberlas activado

5) no juzgo el comportamiento de los demás. Lo observo, pero centrándome en el corazón. Si la observación genera en mí reacciones emocionales inferiores, asumo la responsabilidad. Son mis emociones, mi “caballo”, y es asunto mío saber cómo alimentarlo y conducirlo con inteligencia

6) cuando el comportamiento de alguien me parece inadecuado o negativo, en lugar de juzgar y reprobar, permanezco centrado en mi corazón y desde ahí envío a la persona en cuestión toda la luz que necesita para cambiarlo, tengo en cuenta que el comportamiento que yo considero inadecuado o incluso “malo” puede que no sea más que una percepción errónea por mi parte.

7) no critico ni repruebo a nadie, porque sé que la reprobación y la crítica son venenos tanto para el que critica como para el que es criticado, y mantienen la separación.

8) soy consciente en todo momento de que si algo me molesta de los demás es porque hay algo en mí no resuelto que resuena con lo que percibo.

9) aprovecho cualquier ocasión de reactivación emocional para interiorizarme y descubrir aspectos no revelados de mi inconsciente.

10) en lugar de criticar a los que activan en mí emociones desagradables, los “bendigo” por brindarme la oportunidad de hacer un trabajo consciente sobre mí mismo.

11) dejo de querer tener razón y de querer demostrar que los demás están equivocados. Escucho a los otros, y acepto que la percepción que los demás tienen de la realidad sea diferente a la mía.

12) hablo de manera centrada y responsable, sin dejar que sean las emociones inferiores las que me dirijan. Si me encuentro en un estado emocional perturbado, evito en lo posible actuar de inmediato, me tomo tiempo para reflexionar y para centrarme de nuevo en el corazón con el fin de contemplar la situación con más serenidad. Voy en busca de ayuda si es necesario.

13) practico la aceptación dinámica. Dejo de resistirme a lo que me presenta la vida y lo aprovecho para tomar conciencia de mí, para actuar con creatividad y para desarrollar las cualidades de mi alma.

Annie Marquier: El maestro del corazón, cap. 17-I