El final de las dudas

La Expiación tiene lugar en el tiempo, pero no es para el tiempo. Puesto que se encuentra en ti, es eterna. Lo que encierra el recuerdo de Dios no puede estar limitado por el tiempo, del mismo modo en que tú tampoco puedes estarlo. Pues sólo si Dios estuviese limitado, podrías estarlo tú. El instante que se le ofrece al Espíritu Santo se le ofrece a Dios en tu nombre, y en ese instante despiertas dulcemente en Él. En el instante bendito abandonas todo lo que aprendiste en el pasado, y el Espíritu Santo te ofrece de inmediato la lección de la paz en su totalidad. ¿Cómo iba a requerir tiempo aprender esta lección cuando todos los obstáculos que podrían impedirlo ya han sido superados? La verdad trans­ciende al tiempo en tal medida, que toda ella tiene lugar simultá­neamente. Pues al haber sido creada como una sola, su unicidad es completamente independiente del tiempo.

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No permitas que el tiempo sea motivo de preocupación para ti, ni tengas miedo del instante de santidad que ha de eliminar todo vestigio de miedo. Pues el instante de paz es eterno precisamente porque está desprovisto de miedo. Dicho instante llegará, ya que es la lección que Dios te da a través del Maestro que Él ha desig­nado para transformar el tiempo en eternidad. ¡Bendito sea el Maestro de Dios, Cuyo gozo reside en mostrarle al santo Hijo de Dios su santidad! Su gozo no está circunscrito al tiempo. Sus enseñanzas son para ti porque Su gozo es el tuyo. A través de Él te alzas ante el altar de Dios, donde Él dulcemente transforma el infierno en Cielo. Pues es únicamente en el Cielo donde Dios quiere que estés.

¿Cuánto tiempo se puede tardar en llegar allí donde Dios quiere que estés? Pues ya estás donde siempre has estado, y donde has de estar eternamente. Todo lo que tienes, lo tienes para siempre. El instante bendito se extiende para abarcar al tiempo, del mismo modo en que Dios se extiende a Sí Mismo para abar­carte a ti. Tú que te has pasado días, horas e incluso años encade­nando a tus hermanos a tu ego a fin de apoyarlo y proteger su debilidad, no percibes la Fuente de la fortaleza. En este instante santo liberarás a todos tus hermanos de las cadenas que los man­tienen prisioneros y te negarás a apoyar su debilidad o la tuya.

No te das cuenta de cuán desacertadamente has utilizado a tus hermanos al considerarlos fuentes de apoyo para el ego. En tu percepción, por lo tanto, ellos dan testimonio del ego, y parecen darte motivos para que no lo abandones. Tus hermanos, no obs­tante, son testigos mucho más poderosos y mucho más convin­centes en favor del Espíritu Santo, Cuya fortaleza respaldan. Eres tú, por lo tanto, quien determina el que ellos apoyen al ego o al Espíritu Santo en ti. Y reconocerás cuál de ellos has elegido por sus reacciones. Siempre se puede reconocer a un Hijo de Dios que ha sido liberado a través del Espíritu Santo en un hermano. No puede ser negado. Si todavía tienes dudas, es tan sólo porque no has otorgado completa liberación. Y debido a ello todavía no le has dado al Espíritu Santo un solo instante completamente. Pues cuando lo hayas hecho no te cabrá la menor duda de que lo has hecho. Estarás seguro porque Su testigo hablará tan claramente en favor de Él, que oirás y entenderás: Seguirás dudando hasta que oigas un testigo al que hayas liberado completamente a través del Espíritu Santo. Y entonces ya no dudarás más.

Aún no has tenido la experiencia del instante santo. Pero la tendrás y la reconocerás con absoluta certeza. Ningún regalo de Dios se reconoce de otra manera. Puedes practicar el mecanismo del instante santo y aprender mucho de ello. Mas no puedes suplir su deslumbrante y reluciente fulgor, que literalmente te cegará sólo con que lo veas, impidiéndote ver este mundo. Y todo ello se encuentra aquí, en este mismo instante, completo, consumado y plenamente otorgado.

Empieza ahora a desempeñar el pequeño papel que te corres­ponde en el proceso de aislar el instante santo. Recibirás instrucciones muy precisas a medida que sigas adelante. Aprender a aislar este segundo y a experimentarlo como algo eterno es empe­zar a experimentarte a ti mismo como que no estás no separado. No tengas miedo de que no se te vaya a ayudar en esto. El Maes­tro de Dios y Su lección respaldarán tu fortaleza. Es sólo tu debi­lidad lo que se desprenderá de ti cuando comiences a practicar esto, pues al hacerlo experimentarás el poder de Dios en ti. Utilízalo aunque sólo sea por un instante, y nunca más lo negarás. ¿Quién puede negar la Presencia de aquello ante lo cual el uni­verso se inclina con júbilo, y agradecimiento? Ante el reconoci­miento del universo que da testimonio de Ella, tus dudas no pueden sino desaparecer.

UCDM1, cap. 15-II