El sustituto de la realidad

Sustituir es aceptar una cosa por otra. Sólo con que examina­ses exactamente lo que esto implica, percibirías de inmediato cuánto difiere del objetivo que el Espíritu Santo te ha dado y quiere alcanzar por ti. Sustituir es elegir entre dos opciones, renunciando a un aspecto de la Filiación en favor de otro. Para este propósito especial, uno de ellos se juzga como más valioso y reemplaza al otro. La relación en la que la sustitución tuvo lugar queda de este modo fragmentada, y, consecuentemente, su propósito queda dividido. Fragmentar es excluir, y la sustitu­ción es la defensa más potente que el ego tiene para mantener vigente la separación.

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El Espíritu Santo nunca utiliza sustitutos. En cualquier situa­ción en la que el ego percibe a una persona como sustituto de otra, el Espíritu Santo sólo ve su unión e indivisibilidad. Él no elige entre ellas, pues sabe que son una sola. Al estar unidas, son una sola porque son lo mismo. La sustitución es claramente un proceso en el que se perciben como si fuesen diferentes. El deseo del Espíritu Santo es unir, el del ego, separar. Nada puede inter­ponerse entre lo que Dios ha unido y el Espíritu Santo considera uno. Pero todo parece interponerse en las relaciones fragmenta­das que el ego patrocina a fin de destruirlas.

La única emoción en la que la sustitución es imposible es el amor. El miedo, por definición, conlleva sustitución, pues es el sustituto del amor. El miedo es una emoción fragmentada y fragmentante. Parece adoptar muchas formas y cada una parece requerir el que uno actúe de modo diferente para poder obtener satisfacción. Si bien esto parece dar lugar a un comportamiento muy variable, un efecto mucho más serio reside en la percepción fragmentada de la que procede dicho comportamiento. No se considera a nadie como un ser completo. Se hace hincapié en el cuerpo, y se le da una importancia especial a ciertas partes de éste, las cuales se usan como baremo de comparación, ya sea para aceptar o para rechazar, y así expresar una forma especial de miedo.

Tú que crees que Dios es miedo tan sólo llevaste a cabo una sustitución. Ésta ha adoptado muchas formas porque fue la sustitución de la verdad por la ilusión, la de la plenitud por la fragmentación. Dicha sustitución a su vez ha sido tan desmenu­zada y subdividida, y dividida de nuevo una y otra vez, que ahora resulta casi imposible percibir que una vez fue una sola y que todavía sigue siendo lo que siempre fue. Ese único error, que llevó a la verdad a la ilusión, a lo infinito a lo temporal, y a la vida a la muerte, fue el único que jamás cometiste. Todo tu mundo se basa en él. 6Todo lo que ves lo refleja, y todas las relaciones espe­ciales que jamás entablaste proceden de él.

Tal vez te sorprenda oír cuán diferente es la realidad de eso que ves. No te das cuenta de la magnitud de ese único error. Fue tan inmenso y tan absolutamente increíble que de él no pudo sino sur­gir un mundo totalmente irreal. ¿Qué otra cosa si no podía haber surgido de él? A medida que empieces a examinar sus aspectos fragmentados te darás cuenta de que son bastante temibles. Pero nada que hayas visto puede ni remotamente empezar a mostrarte la enormidad del error original, el cual pareció expulsarte del Cielo, fragmentar el conocimiento convirtiéndolo en inútiles añi­cos de percepciones desunidas y forzarte a llevar a cabo más sus­tituciones.

Ésa fue la primera proyección del error al exterior. El mundo surgió para ocultarlo, y se convirtió en la pantalla sobre la que se proyectó, la cual se interpuso entre la verdad y tú. Pues la ver­dad se extiende hacia adentro, donde la idea de que es posible perder no tiene sentido y lo único que es concebible es un mayor aumento.

Cuando te parezca ver alguna forma distorsionada del error original tratando de atemorizarte, di únicamente: «Dios es Amor y el miedo no forma parte de Él», y desaparecerá. La verdad te salvará, pues no te ha abandonado para irse al mundo demente y así apartarse de ti. En tu interior se encuentra la cordura; la demencia, fuera de ti. Pero tú crees que es al revés: que la verdad se encuentra afuera y el error y la culpabilidad adentro. Tus míseras e insensatas sustituciones, trastocadas por la locura y formando torbellinos que se mueven sin rumbo cual plumas arrastradas por el viento, son insustanciales.

Deja que se las lleve el viento, formando torbellinos y dando tumbos hasta que se pierdan de vista, lejos, muy lejos de ti. Y vuélvete hacia la majestuosa calma interna, donde en santa quie­tud mora el Dios viviente que nunca abandonaste y que nunca te abandonó. El Espíritu Santo te lleva dulcemente de la mano, y desanda contigo el camino recorrido en el absurdo viaje que emprendiste fuera de ti mismo, conduciéndote con gran amor de vuelta a la verdad y a la seguridad de tu interior. Él lleva ante la verdad todas tus dementes proyecciones y todas tus descabella­das sustituciones, las cuales ubicaste fuera de ti. Así es como Él invierte el curso de la demencia y te devuelve a la razón.

En tu relación con tu hermano, donde el Espíritu Santo se ha hecho cargo de todo a petición tuya; Él ha fijado el rumbo hacia adentro, hacia la verdad que compartís. En el demente mundo de afuera nada se puede compartir, sino únicamente sustituir. En la realidad, compartir y sustituir no tienen absolutamente nada en común. Dentro de ti amas a tu hermano con un amor perfecto. Ésa es tierra santa en la que ninguna sustitución puede tener lugar y donde sólo la verdad de tu hermano puede morar. Ahí estáis unidos en Dios, tan unidos como lo estáis con Él. El error original jamás llegó hasta ahí, ni lo hará jamás. Ahí reside la ver­dad radiante, a la que el Espíritu Santo ha confiado tu relación.

En ti no hay separación, y no hay sustituto que pueda mante­nerte separado de tu hermano. Tu realidad fue la creación de Dios, la cual no tiene sustituto. Estáis tan firmemente unidos en la verdad, que sólo Dios mora allí. Y Él jamás aceptaría otra cosa en lugar de vosotros. Él os ama a los dos por igual y cual uno solo. Y tal como Él os ama, así sois.

El Cielo le es restituido a toda la Filiación a través de tu rela­ción, pues en ella reside la Filiación, íntegra y hermosa, y a salvo en tu amor. El Cielo ha entrado silenciosamente, pues todas las ilusiones han sido llevadas dulcemente ante la verdad en ti, y el amor ha refulgido sobre ti, bendiciendo tu relación con la ver­dad. Dios y toda Su creación han entrado a formar parte de ella juntos.

Has sido llamado, junto con tu hermano, a la más santa fun­ción que este mundo puede ofrecer. Ésa es la única función que no tiene límites, y que llega hasta cada uno de los fragmentos de la Filiación cual auxilio sanador y unificador. Esto es lo que se te ofrece en tu relación santa. Acéptalo ahora, y lo darás tal como lo has recibido. La paz de Dios se te da con el luminoso propósito en el que te unes a tu hermano. La santa luz que os unió tiene que extenderse, de la misma forma en que la aceptasteis.

UCDM, cap 18-I