HISTORIA DE UN PEQUEÑO SOL

Para todo el universo, aquel instante en la eternidad de las eternidades, fue grandioso. Había nacido un diminuto y palpitante Sol. A pesar de ser tan pequeño en comparación a su inconmensurable padre, ya apuntaba maneras, pues una radiante luz de oro  latía en su pequeño corazón.

Su padre lanzo grandes rayos dorados a todos los confines del universo para dar la buena nueva: ¡un nuevo Sol había venido al mundo de las formas! Lo que significaba que la esperanza había dado paso a la fe en la continuidad de la vida de todos los planetas que formaban su corte celeste.

La respuesta  tardó apenas un instante de un “ahora” en llegar, pues el firmamento refulgió como una gran llama de innumerables chispas doradas que impregnaron la vida de todos los planetas. La luz llegó hasta el confín más alejado de toda la galaxia. Y la naturaleza de cada planeta resurgió tan vivaz, que los humanos que allí vivían adoraron a su Creador, y le alabaron, y agradecieron aquel inmenso regalo con todo el amor de su corazón. Hasta los ángeles más cercanos a la humanidad, inundaron el espacio con sus etéreos cantos.

Su madre Luna, lo abrazó entre la plateada luz de su esencia y así lo tuvo hasta que  cayó dormida. Mientras, el pequeño Sol, se mecía sobre el fulgor argenta que emanaba su madre, vio como esta imagen quedó  reflejada para la eternidad entre las aguas de todos los inmensos mares, lagos y ríos que su ser podía alcanzar. Y observó con asombro, como todos los seres que vivían entre las aguas de abajo, en la tierra: plateados delfines, hermosas sirenas de  blancos brazos y largos cabellos adornados con diminutas conchas de colores, grandes ballenas y cachalotes, nutrias,  salmones saltarines, todos los seres del agua, grandes y pequeños exhibían con entusiasmo sus brillantes cuerpos. Así como las hermosas figuras que formaban los bancos de diminutos pececillos; todos  se asomaban a la superficie de las aguas para darle la bienvenida a la esperanza dorada de su vida.

También observó como en las aguas de arriba, las celestiales, grandes cohortes de seres excelsos de inmaculada y brillante presencia, emitían los más hermosos y sublimes cantos, alabando a la pequeña luz de las Luces.

Y así fue como, ese día fuera del tiempo, hizo que todo el universo vibrara de gozo, bienaventuranza y concordia.

Siguiendo los patrones celestes, su madre Luna ocupaba su lugar en los espacios donde no llega la luz del Sol. Ella, como enamorada, reflejaba todo el amor que el gran astro  le daba, sobre las tierras oscuras.

De esta forma, fueron creando un gran baile celeste entre los planetas que conformaban su gran familia. De manera que, cuando el sol salía iluminando la vida, calentando el aire para que los fríos hielos solo invadieran parte de las tierras, la Luna reflejaba su luz, como un gran faro para que las noches fueran menos oscuras y los seres vivos recordaran que no están solos.

El pequeño sol creció y creció y sus rayos dorados cada vez se extendían más lejos. Un día se preguntó qué podía hacer con su luz y calor, quería ser igual que su padre pero no sabía cómo pues no habían planetas a quien alumbrar y calentar; todo se le antojaba lejano y confuso. ¿Para qué quería ser sol si no tenía a nadie a quien dar su vida?

No se atrevía a preguntar a su padre, él se veía tan grande y lejano…., entonces se dio cuenta que  su alrededor estaba lleno de estrellas. Se las veía alegres y luminosas así que decidió acercarse a ellas para ver si le podían ayudar.

Les habló de su frustración por no ser como el gran sol, y que se sentía triste. ¿A dónde iban a aparar sus rayos de luz? Nadie los veía, a nadie alumbraban. Entonces las estrellas se le acercaron más y el pequeño sol descubrió que la luz que emanaba de ellas era el reflejo que recibían de él mismo.

-No somos nada sin ti- le dijeron.

Él apenas lo había imaginado. No sabía que aquellos hermosos puntos luminosos en el firmamento eran la muestra de la luz y amor que emanaban de su ser.

Entonces el pequeño sol descubrió que aunque no lo hiciera conscientemente sí servía para algo, pues solo por existir y siendo él mismo ya cumplía el propósito de su vida.

Ya no tuvo más tristeza. Ahora sabía que en otro instante de Vida sería como su Padre.

Encarna Penalba