El mundo que deseas

El mundo que ves es ciertamente despiadado, inestable y cruel, indiferente en lo que a ti respecta, presto a la venganza y lleno de odio inclemente. Da únicamente para más tarde quitar, y te despoja de todo aquello que por un tiempo creíste amar. En él no se puede encontrar amor duradero, por­que en él no hay amor. Dicho mundo es el mundo del tiempo, donde a todo le llega su fin.

El gozo de ser

“Había una vez un lirio en un lugar apartado, junto a un arroyuelo, y era bien conocido de algunas ortigas y un par de otras florecillas de la vecindad. El lirio estaba, según la descripción veraz del Evangelio, vestido más hermosamente que Salomón en toda su gloria; por lo mismo, despreocupado y alegre todo lo que duraba el día. El tiempo pasaba felizmente –sin el lirio darse cuenta-, como el agua del arroyuelo, canturreando y corriendo. Pero aconteció que un buen día vino un pajarillo a visitar al lirio, volvió a venir al día siguiente, estuvo ausente unos cuantos días, hasta que al fin otra vez volvió. Esto le pareció al lirio extraño e incomprensible; incomprensible que fuese tan caprichoso. Pero lo que suele acontecer con frecuencia también le aconteció al lirio, que cabalmente por eso se iba enamorando más y más del pájaro, porque era caprichoso.

El deseo de dominar

El deseo de dominar, de imponerse y ser obedecido, parece muy íntimamente ligado al hombre. Uno observa esto en un niño pequeño y en lo que llamamos el hombre maduro, el deseo con todas sus sutilezas, sus fealdades y su crueldad. Los dictadores, los sacerdotes y el jefe de familia, ya sea hombre o mujer, todos parecen exigir esta obediencia. Asumen la autoridad que han usurpado o recibido de la tradición, o que les otorga la circunstancia de ser más viejos. Este patrón se repite en todas partes.
El intelecto es consciente de este temor pero no hace nada al respecto, y así construye una sociedad, una iglesia, donde este temor con sus múltiples escapes se alimenta y sostiene. El temor no puede ser vencido por el pensamiento porque es el pensamiento el que ha engendrado el temor. Sólo cuando el pensamiento se halla en silencio, hay posibilidad de que el temor llegue a su fin. El hombre competidor que tiene poder, obviamente carece de amor aunque pueda tener una familia e hijos a los que afirma amar.

Es éste, realmente, un mundo de gran dolor y, para amar, tiene uno que estar fuera de él. Estar fuera es estar solo, no comprometido con el mundo.

Jiddu Krishnamurti: Encuentro con la Vida