Este mensaje es muy sencillo, muy evidente. El individuo ―el buscador, el sufridor, el fabricante de candelabros― sencillamente aparece como un personaje más en el teatro de la vida y, con él, puede que surja el deseo de evadirse de la vida, lo cual no es más que otra simple apariencia, otro personaje más de la narración.
No hay modo alguno de saber nada, porque no hay palabras para referirse a lo que esto es. Y, como ocurre con los recién nacidos, todo se nos ofrece entonces como si lo viésemos por vez primera. Nada tiene nombre y, como Adán en el jardín del paraíso, empezamos a nombrarlo todo desde cero.
Las personas despiertas y las personas iluminadas son meros sueños. El único que quiere despertar es el personaje onírico y, cuando finalmente despierta, resulta que ha despertado del sueño.
Al menos las personas de mi generación, cuando hemos querido buscar una espiritualidad profunda que nuestra alma reclamaba, pero que las formas estereotipadas de la religión en la que fuimos educados eran incapaces de proporcionarnos, hemos tenido por necesidad que volvernos hacia la luz de Oriente.
Es mucho lo que hemos aprendido. Hemos encontrado sistemas completos de desarrollo personal, libres del sentimiento de culpa en que se basaba nuestra motivación ética. Sobre todo, nos hemos dado cuenta que la espiritualidad – el sentimiento de unicidad con el Fundamento Divino de la realidad, llámese como se llame – no es patrimonio exclusivo de ninguna aproximación o vía, sino un estado de conciencia alcanzable por todos, de hecho el estado de ser humano realizado.
Cuando llegué a la casa de mi Gurú, estaba lista para su enseñanza y receptiva a todo lo que pudiera darme. Llegué anhelante y dispuesta; no tenía ni idea de lo que sucedería, pero supe desde el primer momento que no le abandonaría jamás. Sí sabía, no obstante, que fuera cual fuere la madurez espiritual que alcanzara en mi vida, a partir de ahora él la intensificaría y la sustentaría hasta donde fuera posible. Muy poco después de conocer a Maharajji, me dijo: «Un día ocuparás mi puesto». Guardé aquellas palabras en mi corazón y no hice absolutamente nada con ellas. Cada uno de los momentos que pasé con Maharajji tuvo una profunda cualidad de rendición a cualquiera que fuera la razón de que estuviéramos juntos.
Uno ve tantos rostros ensombrecidos por la seriedad que sería comprensible si estuviera provocada por el dolor. Pero esta clase de seriedad que arrastra al ser humano a la tierra y mata la vida de su espíritu no es hija del dolor, sino de cierto tipo de representación en la que el actor se engaña al identificarse con su papel.
Cuando los niños participan en la representación también lo hacen con seriedad, pero es diferente, porque el niño es consciente de que solamente es un juego y su seriedad es una forma indirecta de divertirse. Pero en el adulto esta seriedad se convierte en vicio, porque transforma el juego en religión, identificándose con el papel o posición en la vida que tanto teme perder.
Soy invisible porque me he convertido en todo lo que se ve y todo lo que se conoce y desconoce todavía.
No practico la espiritualidad.
He sido destruido, deconstruido, deshuesado y nacido de nuevo, reconstituido como hombre, informe como forma.
He sido recreado inseparable de esta ordinariedad, resucitado con el vientre de los pájaros riendo en los cables eléctricos al amanecer.