El Principio rector

Habitar el mundo de los despiertos, el mundo único en común del que nos habla Heráclito, solo es posible en la medida en que haya en nosotros algo superior y más originario que nuestros juicios, impulsos y pasiones; una instancia ontológica que nos permite tomar distancia con respecto a ellos, discernir su naturaleza y despertar del sueño en el que vivimos cuando confundimos nuestro particular sistema de creencias y las conductas estructuradas en torno a él con nuestra identidad ―es decir, nuestro mundo subjetivo con la realidad―; una dimensión que posibilite que no seamos zarandeados como marionetas por nuestros condicionamientos, por nuestras representaciones no examinadas y por los impulsos que se derivan del asentimiento a ellas.

La risa creadora

El texto que presentamos a continuación, y que proviene de un papiro gnóstico del s. III, trata de la generación de siete dioses por medio de la risa. Antes de analizar lo que significa una creación por medio de la risa, podríamos preguntarnos, al igual que lo hizo Emmanuel d’Hooghvorst en su estudio sobre la Astrología tradicional, si existe en la tierra un arte que pueda producir dioses. El mismo autor responde a esta pregunta afirmando que tradicionalmente existe uno, cuyo fin es el de llevar a la naturaleza hasta su total perfección. Mientras que la Astrología es la ciencia que trata de la naturaleza humana, “existe un Arte celeste, dice d’Hooghvorst, que permite que esta naturaleza alcance su máxima perfección más allá de la cual no hay progreso posible. Es lo que los antiguos nos han enseñado cuando hablan de la palingenesia o nueva generación”

Lo Divino humano

En todos los cielos no hay otra idea de Dios que la idea de un hombre; la razón es que el cielo en su totalidad, y en cada una de sus partes, tiene la forma de un hombre, y lo Divino, que está con los ángeles, constituye el cielo; y el pensamiento procede según la forma del cielo; porque es imposible que los ángeles piensen a Dios de otra manera. De ahí que todos los que en el mundo están conjuntados con el cielo (es decir, con los mundos internos), cuando piensan interiormente en sí mismos, es decir, en su espíritu, piensan en Dios de ma­nera semejante. Ésta es la razón por la que Dios es un Hom­bre. La forma del cielo afecta a eso que en sus cosas más grandes y en las más pequeñas es como sí mismo

Objetivo difícil de alcanzar

Si no impides la intención exterior con tu actitud basada en el nivel excedido de importancia, ella te llevará infaliblemente hasta el objetivo. Muévete según la corriente de las variantes y no intentes luchar contra ella. Lo que puede provocarte a luchar contra la corriente es la costumbre de la mente de tenerlo todo bajo control. Pero has de reconocer que a nadie se le da el poder de prever todo el desarrollo de los acontecimientos. Si practicas la visualización de la diapositiva del objetivo, estás conducido por la intención exterior. Y ésta actúa fuera de los límites de los guiones habituales y los estereotipos; por tanto, inserta cambios inesperados en la marcha de los acontecimientos.

Forzar estereotipos

El sentimiento de la propia inferioridad obliga a una persona obedecer ciegamente a los péndulos. Es evidente que un riesgo no justificado no es en absoluto una manifestación de valentía, sino la pretensión de ocultar sus falsos complejos. La mente rige la vida de su alma de una forma irresponsable, a favor de estereotipos sospechosos. La pobrecita del alma, aterrorizada y acurrucada en un rincón, mira lo que ingenia la mente desmedida, pero no puede hacer nada. La mente, respecto del alma, se comporta como un fracasado crónico, en el mejor de los casos, el que descarga su inutilidad con sus familiares; en el peor, como una bestia borracha y demente, que maltrata a su niño indefenso.

Objetivos ajenos

Si no te satisface el lugar en el mundo que ocupas en estos momentos, o si te persigue una cadena de desgracias, eso quiere decir que en su momento caíste bajo la influencia de los péndulos y te has ido hacia un objetivo ajeno a través de una puerta ajena. Los objetivos ajenos requieren mucho trabajo y energía. En cambio tu propio objetivo se alcanza como por sí solo, todo va sobre ruedas. Los objetivos y puertas ajenos siempre te condenan a sufrimientos. Encuentra tu propio objetivo y tu puerta; entonces todos problemas desaparecerán.
No necesitas ocuparte del autoanálisis; basta con que te tranquilices por un tiempo, te aísles y escuches, por fin, el susurro de las estrellas de madrugada.