Verdad e ilusión

Examinemos más de cerca la ilusión de que lo que tú fabricaste tiene el poder de esclavizar a su hacedor. Esta es la misma creen­cia que dio lugar a la separación. Es la idea insensata de que los pensamientos pueden abandonar la mente del pensador, ser dife­rentes de ella y oponerse a ella. Si eso fuese cierto, los pensa­mientos no serían extensiones de la mente, sino sus enemigos. Aquí vemos nuevamente otra forma de la misma ilusión fundamental que ya hemos examinado muchas veces con anterioridad. Sólo si fuese posible que el Hijo de Dios pudiera abandonar la Mente de su Padre, hacerse diferente y oponerse a Su Voluntad, sería posible que el falso ser que inventó, y todo lo que éste fabricó, fuesen su amo.
Contempla la gran proyección, pero mírala con la determina­ción de que tiene que ser sanada, aunque no mediante el temor. Nada que hayas fabricado tiene poder alguno sobre ti, a menos que todavía quieras estar separado de tu Creador y tener una voluntad que se oponga a la Suya. Pues sólo si crees que Su Hijo puede ser Su enemigo parece entonces posible que lo que has inventado sea asimismo enemigo tuyo. Prefieres condenar al sufrimiento Su alegría y hacer que Él sea diferente. Sin embargo, al único sufrimiento al que has dado lugar ha sido al tuyo propio.

Culpabilidad, cen­sura y resentimiento

Cuando nos desembarazamos de la culpabilidad, cen­sura y resentimiento, cesamos naturalmente de manipular a los demás, haciéndoles sentirse culpables. ¡Qué alivio en las relaciones entre cónyuges (¡ay!, no podemos criticar al otro, somos nosotros quienes lo hemos atraído a nuestra vida tal como es, que lástima…) entre colegas de trabajo, entre padres, hijos! Un gran saneamiento de las relaciones se efectúa a partir del concepto de responsabilidad. Este espacio más sereno en las relaciones permite empezar a experimentar la aceptación y el amor incondicional.

Las cuatro etapas para liberarse de la culpabilidad

Podemos elegir consciente y voluntariamente modificar ahora nuestra forma de pensar y de obrar en el mundo. Esto permite mejorarnos mediante una forma libre y autónoma.

No tenemos necesidad de sentirnos culpables para rectificar nuestro comportamiento. Basta con estar conscientes. Es más eficaz y hace menos daño.

¿Para qué sirve la culpabilidad? Para nada, sólo para hacernos desgraciados y paralizarnos en nuestras acciones. Por supuesto que hemos cometido errores, y obrado contra la voluntad de nuestro Ello, y todavía tenemos mucho que aprender. Pero no somos culpables de nada. Somos seres en evolución y en apren­dizaje. Somos nosotros quienes debemos deshacernos de esta forma-pensamiento de culpabilidad y dejarla fuera de nuestro sistema energético con la ayuda de formas-pensamientos que acabamos de presentar y que son infinitamente más sanas.

Liberación de la culpabilidad

El senti­miento de culpabilidad proviene, de creer que hemos hecho algo «malo», que hemos dañado a alguien, o, de una forma general, que hemos transgredido una ley natural del universo. Para hacer frente a esas acciones que consideramos como «malas», el único medio que nuestra educación nos ha dado, ya sea religiosa o no, es el sentimiento de culpabilidad. Al sen­tirnos culpables, teníamos la impresión de volver a entrar en contacto de cierta manera, con la aprobación parental. Al ser el proceso siempre doloroso, muchas veces lo hemos enfren­tado camuflando esta culpabilidad bajo un falso cinismo, un falso desapego o un endurecimiento del corazón.

La mayor parte de las veces, nos sentimos culpables en relación a un juicio totalmente subjetivo que llevamos en nosotros mismos, sin haber hecho algo que esté verdaderamen­te en contradicción con las leyes del universo.

La culpabilidad y la muerte se originaron en el ego

Cuando alguna cosa te parezca ser una fuente de miedo, cuando una situación te llene de terror y haga que tu cuerpo se estremezca y se vea cubierto con el frío sudor del miedo, recuerda que siempre es por la misma razón: el ego ha percibido la situación como un símbolo de miedo, como un signo de pecado y de muerte. Recuerda entonces que ni el signo ni el símbolo se deben confundir con su fuente, pues deben repre­sentar algo distinto de ellos mismos. Su significado no puede residir en ellos mismos, sino que se debe buscar en aquello que representan. Y así, puede que no signifiquen nada o que lo signifiquen todo, dependiendo de la verdad o falsedad de la idea que reflejan. Cuando te enfrentes con tal aparente incertidumbre con respecto al significado de algo, no juzgues la situación. Recuerda la santa Presencia de Aquel que se te dio para que fuese la Fuente del juicio. Pon la situación en Sus manos para que Él la juzgue por ti.

La creencia que el cuerpo es valioso

Llevad a todo el mundo el jubiloso mensaje del fin de la culpabilidad, y todo el mundo contestará. Piensa en lo feliz que te sentirás cuando todos den testimonio del fin del pecado y te muestren que el poder de éste ha desapa­recido para siempre. ¿Dónde puede seguir habiendo culpabili­dad una vez que la creencia en el pecado ha desaparecido? ¿Y dónde está la muerte, una vez que se ha dejado de oír para siem­pre a su gran defensor?

Perdóname por tus ilusiones, y libérame del castigo que me quieres imponer por lo que no hice. Y al enseñarle a tu hermano a ser libre, aprenderás lo que es la libertad que yo enseñé, y, por lo tanto, me liberarás a mí.