Conforme pasan los años es más fácil que la tristeza, la melancolía, o la pena lleguen en momentos sin avisar. Descubres que ya no sientes la misma gana por las cosas más simples que antes te hacían saltar el corazón. Esperas cada vez menos sorpresas o casi ninguna. No sé qué pasa, pero se pierde la fuerza de vivir, porque vivir es tener anhelo, levantarte por la mañana y abrir los ojos con propósitos que llevar a cabo. Es perderte en la necesidad por conseguir, ayudar, compartir, celebrar, cooperar, crear, amar, cocinar…, es verte en la mirada pura de un bebé o ayudar a memorizar las tablas de multiplicar a tu nieto o nieta, en fin, vivir también es ser en el otro.
Amor a la Tierra. La tierra eres tú. Tú eres la tierra. Cuando te das cuenta de que no hay separación, te enamoras por completo de este hermoso planeta.
En este mismo momento, la tierra está sobre ti, debajo de ti, a tu alrededor e incluso dentro de ti. La tierra está en todas partes.
Dios juega al juego del escondite, pretendiendo ser gente separada para que el amor, la aventura y la vuelta a Casa puedan tener lugar.
Esta idea de que todos nosotros estamos divididos en personalidades separadas, es indispensable. Sin ella, el universo se desploma en una deidad unificada y perfecta en el Centro.
“Te amo” – dijo el principito…-“Yo también te quiero” – dijo la rosa.-“No es lo mismo” – respondió él…“Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía…Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes.
He llegado a ver el corazón de todo lo que hacemos y experimentamos, individualmente y como especie, como conciencia. Nuestra conciencia. Mi conciencia. Cambiar cualquier cosa en el mundo, incluyéndome a mí mismo, requiere un cambio de conciencia. El único lugar en el que puedo cambiar de conciencia es en mí mismo.
La oración es un camino que ofrece el Espíritu Santo para llegar a Dios. No es simplemente una petición o una súplica. No tendrá éxito hasta que te des cuenta de que no pide nada. ¿De qué otra manera, si no, podría cumplir su propósito? Es imposible rezar por ídolos y esperar llegar a Dios. La verdadera oración debe evitar la trampa de convertirse en una súplica. Pide, más bien, recibir lo que ya ha sido dado; aceptar lo que ya está ahí.