A Dios le encanta jugar al escondite

La mayoría de nosotros tiene la idea de que «Yo mismo» es un centro separado de sensación y acción, que vive dentro del cuerpo físico y está limitado por él; este centro «enfrenta» un mundo «exterior» de gentes y cosas, toma contacto por medio de sus sentidos con un universo ajeno y extraño. Algunas frases de uso diario reflejan esta ilusión: «Vine a este mundo…» «Debes enfrentar la realidad…» «La conquista de la naturaleza».

RENOVACIÓN

La sociedad ha pervivido a través del tiempo gracias a aquellos que sostuvieron una nueva visión y la mantuvieron envuelta en un manto de paz, verdad, belleza, justicia y amor. No sabemos la gran fuerza que habita en el amor y la paz de espíritu. Son transformadores. De manera que con estos pilares permitieron que la humanidad siguiera su camino, no exenta de errores, sí, pero con la esperanza y seguridad de que la luz de su Presencia fuera la fiel inspiradora en su camino.

AQUEL QUE TE AMA

Hoy pensaba o más bien recordaba, a las personas que han pasado por mi vida y qué pocas, realmente, se han quedado en ella. Podríamos verlas como chispas de luz que, en un momento determinado, iluminan nuestra alma, también nosotros la suya. No elegimos quienes vendrán, simplemente llegan a nuestro lado dejando una impronta, una

Fe

¿Por qué te resulta tan extraño que la fe pueda mover monta­ñas? En realidad, ésa es una hazaña insignificante para seme­jante poder. Pues la fe puede mantener al Hijo de Dios encadenado mientras él crea que lo está. Más cuando se libre de las cadenas será simplemente porque habrá dejado de creer en ellas, al retirar su fe de la idea de que lo podían aprisionar, y depositarla en cambio en su libertad. Es imposible tener fe en dos orientaciones opuestas. La fe que depositas en el pecado se la quitas a la santidad. Y lo que le ofreces a la santidad se lo has quitado al pecado.

Los juicios

Cuando hayas contemplado lo que parecía infundir terror y lo hayas visto transformarse en paisajes de paz y hermosura, cuando hayas presenciado escenas de violencia y de muerte y las hayas visto convertirse en serenos panoramas de jardines bajo cielos despejados, con aguas diáfanas, portadoras de vida, que corren felizmente por ellos en arroyuelos danzantes que nunca se secan, ¿qué necesidad habrá de persuadirte para que aceptes el don de la visión? Y una vez que la visión se haya alcanzado, ¿quién podría rehusar lo que necesariamente ha de venir después? Piensa sólo en esto por un instante: puedes contemplar la santidad que Dios le dio a Su Hijo. Y nunca jamás tendrás que pensar que hay algo más que puedas ver.