El mensaje de la no dualidad es muy sencillo: no existe nada separado. En esta aparente separación se asienta todo lo que el individuo hace. De hecho, el individuo no es más que esa separación aparente. Ella es la que impulsa la búsqueda espiritual, la búsqueda de la disolución del ego y toda búsqueda mundana.
Este mensaje es muy sencillo, muy evidente. El individuo ―el buscador, el sufridor, el fabricante de candelabros― sencillamente aparece como un personaje más en el teatro de la vida y, con él, puede que surja el deseo de evadirse de la vida, lo cual no es más que otra simple apariencia, otro personaje más de la narración.
Dar rienda suelta al molino de pensamientos negativos significa entrar en juego con el péndulo destructivo y emitir energía en la frecuencia de éste. Es una costumbre muy desventajosa. Te conviene reemplazarla por la otra costumbre: controlar tus pensamientos de modo consciente. Cada vez que tu mente no esté ocupada con algo en especial, por ejemplo, cuando estés en un trasporte público, de paseo o haciendo un trabajo que no requiera mayor atención, pon en marcha los pensamientos positivos. No pienses en lo que no pudiste conseguir; piensa en lo que quieres alcanzar y lo tendrás.
Si la vida es infinita, entonces esto no es vida.
Cualquier cosa que experimentes como algo que no sea eterno simplemente no es vida. Es una ilusión creada por nuestro ego, que se esfuerza por mantener una dirección e identidad separadas de su Fuente infinita.
Este cambio hacia verte a ti mismo como un ser espiritual infinito que tiene una experiencia humana, en lugar de lo contrario, es decir, un ser humano que tiene una experiencia espiritual ocasional, está cargado de miedo para la mayoría de las personas.
Me pregunto, ¿cómo es esta experiencia que llamamos vida? ¿Cómo sé que no soy solo un avatar en un juego de matrix tridimensional, mientras que mi verdadero ‘ser’ se encuentra en un estado latente más allá de los reinos del planeta Tierra? La brecha entre duda e inseguridad, la distancia entre la ‘realidad’ y mi propia alma, es la que debe ser superada por la comprensión.
Así son las cosas, en el lugar donde sería de esperar que encontrara una entidad llamada «yo», lo único que de verdad encuentro es esta asombrosa danza de olas, y nada que me separe de ellas. En la ausencia del yo, encuentro la presencia del mundo. El mundo y yo estamos enamorados ―en el verdadero sentido de la palabra «amor»―. Pierdo la identificación con «mi vida» y descubro mi inseparabilidad de la vida en sí. Descubro que no soy una consciencia, un alma o un espíritu desencarnados separados de la vida, flotando sobre, más allá o detrás de la vida, o que hayan existido antes o existan después de la vida. Soy la vida.