Resistir a nuestros supuestos «fracasos»

Sabiendo que todo lo que sucede en nuestra vida es pertinente y está ahí para permitirnos crecer, cuando sufrimos un fracaso, en lugar de censurar al mundo entero o a nosotros mismos, buscaremos aprender de ese re­sultado que no corresponde a lo que queríamos. Cesamos de resistir a nuestros supuestos «fracasos», y aprendemos rápi­damente por la experiencia que nos aportan. De esta forma nuestro éxito se construye sólidamente.

Fluir de la vida

La mejor manera de cambiar las cosas es cesar de resistir a ellas; en ese estado de abandono la acción justa resulta posible.
La responsabilidad nos permite igualmente el desarrollo de la sabiduría al aceptar lo que no podemos cambiar. Aceptar la salida del mundo físico de uno de los nuestros será por ejemplo infinitamente más fácil a partir del contexto de responsabilidad.
El concepto de responsabilidad nos devuelve el poder y la energía, facilitando una real aceptación de la vida y un dejarse llevar. Esta aceptación sana y dinámica, este estado de dejarse llevar, eleva nuestra frecuencia vibratoria y atrae a nosotros imprevistos beneficios suplementarios. Cuando amamos la vida, siempre somos recompensados por ella.

Responsabilidad

Muchas personas en crecimiento consciente se dan cuen­ta después de varios años que efectivamente han educado sus hijos con unos principios que ahora descubren inapropiados e incluso destructores. Además, para aliviar la conciencia de un peso inútil, recordemos que nuestros hijos nos han elegi­do exactamente como somos, con nuestras cualidades y nuestros defectos (lo que se ha dicho anteriormente sobre la culpabilidad se aplica directamente aquí). No podemos hacer más, de lo que nuestro grado de evolución nos permite o nos ha permitido hacer. Nuestros hijos nos han elegido así. A nivel de sus Ellos, cuando eligieron, conocían los límites de nuestra personalidad. Somos, o hemos sido, los padres per­fectos para nuestros hijos, perfectos en el sentido que he­mos sido nosotros los elegidos por ellos para evolucionar y crecer en su vida.

Culpabilidad, cen­sura y resentimiento

Cuando nos desembarazamos de la culpabilidad, cen­sura y resentimiento, cesamos naturalmente de manipular a los demás, haciéndoles sentirse culpables. ¡Qué alivio en las relaciones entre cónyuges (¡ay!, no podemos criticar al otro, somos nosotros quienes lo hemos atraído a nuestra vida tal como es, que lástima…) entre colegas de trabajo, entre padres, hijos! Un gran saneamiento de las relaciones se efectúa a partir del concepto de responsabilidad. Este espacio más sereno en las relaciones permite empezar a experimentar la aceptación y el amor incondicional.

La práctica del principio de responsabilidad-atracción-creación

Cuando desaparece la ansiedad, el miedo y el estrés, nace na¬turalmente un sentimiento de paz y de serenidad que provie¬nen de una mayor confianza en la vida, así como una alegría de vivir simple y directa, la que teníamos cuando nacimos y que hemos perdido luego. Pero esta vez, esta confianza se pasa en una mayor comprensión del mecanismo de la vida misma, y por eso somos mucho menos vulnerables. Sabemos ahora que una experiencia difícil o un infortunio no son una prueba de la absurdidad, de la injusticia o de la maldad de la vida (como lo habíamos registrado generalmente en nuestra conciencia de niño), sino como una etapa más difícil del viaje y una posibilidad para nosotros de progreso mayor. Sabemos que todo lo que nos sucede es pertinente.

Principio de responsabilidad

Reconociendo y aceptando simplemente las imperfecciones de nuestra personalidad como formando parte de nuestro aprendizaje, resulta mucho más fácil aceptarnos tal como so­mos, amarnos, tener compasión de nosotros mismos, perdonarnos. Cuanto más aceptemos nuestra estatua en su estado presente, más la querremos tal como es sabiendo lo que llegará a ser, y más fácil y agradable nos será trabajarla y menos la despreciaremos por no estar terminada.

El perdón a uno mismo y la aceptación de uno mismo son esenciales para una buena salud moral. No hay actitud más in­útil y destructora que golpearse la cabeza (destruimos nuestra estatua cuando le damos golpes…)