Conforme pasan los años es más fácil que la tristeza, la melancolía, o la pena lleguen en momentos sin avisar. Descubres que ya no sientes la misma gana por las cosas más simples que antes te hacían saltar el corazón. Esperas cada vez menos sorpresas o casi ninguna. No sé qué pasa, pero se pierde la fuerza de vivir, porque vivir es tener anhelo, levantarte por la mañana y abrir los ojos con propósitos que llevar a cabo. Es perderte en la necesidad por conseguir, ayudar, compartir, celebrar, cooperar, crear, amar, cocinar…, es verte en la mirada pura de un bebé o ayudar a memorizar las tablas de multiplicar a tu nieto o nieta, en fin, vivir también es ser en el otro.
A veces te encuentras cerca del borde. La vieja existencia, la que ayer parecía tan sólida, tan fija como una constelación estelar de mil millones de años, se ha hecho añicos. Parece que no hay forma de volver a cómo eran las cosas. No hay forma de rebobinar la película y te apetece rebobinar. Una nostalgia terrible del “entonces” y su feliz olvido de cada mañana.
Más allá del nacimiento y la muerte. Llegamos a la práctica de la meditación en busca de alivio de nuestro sufrimiento, y la meditación puede enseñarnos cómo transformar nuestro sufrimiento y obtener un alivio básico. Pero el alivio más profundo es la realización del nirvana. Hay dos dimensiones en la vida y deberíamos poder tocar ambas. Una es como una ola, y la llamamos dimensión histórica. La otra es como el agua, y la llamamos dimensión suprema o nirvana. Normalmente tocamos solo la ola, pero cuando descubrimos cómo tocar el agua, recibimos el fruto más elevado que la meditación puede ofrecer.
Entonces, ese “piensa en ti” se transforma en la frase mágica que lo engloba todo, pues en mi está la Plenitud de la vida. Nada se halla afuera de esa idea. Yo, tú, los otros, todos somos uno pues estamos bañados por la misma luz que nos de la vida.
Los capítulos se suceden uno a uno con una cadencia inquebrantable. Somos los protagonistas de la trama, apenas nos queda la libertad en la reacción.
No te defiendas. Cuando tratas de defenderte estás dando demasiada importancia a las palabras de los otros y das más fuerza a sus opiniones. Si aceptas el no defenderte estás mostrando que las opiniones de los demás no te afectan, que «escuchas».