A veces te encuentras cerca del borde. La vieja existencia, la que ayer parecía tan sólida, tan fija como una constelación estelar de mil millones de años, se ha hecho añicos. Parece que no hay forma de volver a cómo eran las cosas. No hay forma de rebobinar la película y te apetece rebobinar. Una nostalgia terrible del “entonces” y su feliz olvido de cada mañana.
La no-dualidad: más allá de la ley de atracción. De acuerdo, entonces ya has logrado manifestar la vida perfecta: el hermoso auto, la maravillosa relación, el negocio exitoso, las perfectas experiencias espirituales colmadas de una dicha interminable… ¡todo ha llegado a buen puerto! Te hiciste rico, estás en perfecta salud física, has conquistado el mundo y has alcanzado una pura e insuperable iluminación.
¿Qué sucede cuando, sólo por un momento, nos quedamos con nuestro miedo, nuestras dudas, nuestra incomodidad, nuestra pena, nuestras preguntas, nuestro dolor, nuestros corazones rotos, incluso con nuestra apatía, sin tratar de cambiar nuestra experiencia, o arreglarla, o tratarla con indiferencia, o deshacernos de ella de alguna manera?
El futuro, que una vez parecía tan sólido y «real», se encuentra ahora expuesto a la mentira y el cuento de hadas que fue, y tus sueños del «mañana» se convierten en polvo. De todas formas, el «mañana» nunca iba a suceder, no en la forma que habías planeado inconscientemente.
A veces me preguntan: “Jeff, ¿tú meditas?”
Y la respuesta es: No, no lo hago.
O, bueno si, medito, dependiendo de cómo definan la meditación.
No tengo una manera formal de practicarla: no tengo un horario, ni una técnica, no enciendo inciensos ni tengo fotos de gurúes en la mesa.
Los inesperados regalos del dolor ¿Qué hay de malo en mi? ¿Por qué mi dolor no se ha ido aún? A veces, cuando estás tratando de sanar tu dolor, o perdonarlo, o liberarlo, o incluso ‘aceptarlo,’ lo que en secreto estás tratando de hacer es deshacerte de él. En eso hay resistencia; violencia, incluso. No […]